Serpiente de cascabel. Imagen: Pexels

Serpiente de cascabel. Imagen: Pexels

ENTRE DOS AGUAS

El gran misterio evolutivo de las serpientes de cascabel

Con 150 millones de años de existencia, la rapidez de su evolución les dotó de una anatomía especial. La utilidad de su apéndice sonoro aún sigue siendo una incógnita.

28 junio, 2024 01:46

El Universo nos ofrece espectáculos grandiosos. Basta mirar las imágenes que ha ido captando el Telescopio Espacial Hubble. Ni el pincel del artista más dotado sería capaz de reproducir la descomunal variedad de formas y colores de estructuras cósmicas como son las nubes de polvo estelar, los cúmulos estelares o las galaxias.

Y qué decir de los tan enigmáticos como reales agujeros negros. Sin embargo, no es necesario alejarse tanto, en el espacio y el tiempo, para participar del maravilloso espectáculo que es la variedad de entidades cósmicas, fruto de las inexorables fuerzas existentes en el universo, que la física se esfuerza en comprender, y de las combinaciones que mediante reacciones químicas se han formado a partir de los “residuos” del incomprensible Big Bang. Basta con mirar en torno nuestro, al presente y pasado de ese planeta que una de las especies que han surgido en él ha bautizado con el nombre de Tierra. Y dentro de él a la vida.

Me maravilla la inmensa diversidad de la vida. Cómo, una vez que, hace unos 3.500 millones de años, la Tierra se enfrió lo suficiente, y a partir de elementos químicos procedentes del estallido de alguna estrella, y del hidrógeno primordial (el surgido poco después del Big Bang), se fueron generando conjuntos organizados cada vez más complejos: primero organismos unicelulares con fronteras que limitaban su territorio citoplasmático, pero sin “unidad central”, sin núcleo (procariotas), para pasar después a otras ya provistas de núcleo (eucariotas), que terminaron reuniéndose en formaciones pluricelulares. Y a partir de ahí se podría decir que “el resto es historia”. Una historia, cierto es, extremadamente variada y compleja, la de vida.

La rápida aparición de nuevas especies de serpientes plantea un problema al tipo de evolución propuesto por Charles Darwin 

Un ejemplo de semejante variedad se encuentra en las serpientes. Su origen data de aproximadamente hace 150 millones de años, cuando algunos lagartos perdieron sus patas, aunque hay serpientes que conservan restos, como la pitón, que tiene unas diminutas extremidades.

En la base de datos de reptiles se enumeran 4.108 especies de serpientes, una cifra que da idea del éxito de estos reptiles, que se encuentran en todo tipo de hábitats: las hay de agua dulce, en océanos, bosques, desiertos, en cualquier región climática, salvo en los polos.

Y muestran formas, características orgánicas y comportamientos muy diferentes, piénsese, por el ejemplo, en las diferencias que existen entre las anacondas verdes de 9 metros de longitud que se pueden encontrar en América del Sur, y las serpientes hilo de las Barbados, de poco más de diez centímetros y el grosor de un fideo.

¿Cómo y cuándo surgió semejante diversidad? Estudios recientes sostienen que hace 125 millones de años, no mucho después de su aparición, se produjo una “explosión serpentina” que las hizo evolucionar a un ritmo aproximadamente tres veces superior al que sus parientes los lagartos.

El porqué de semejante diferencia no se conoce bien. Recientemente un equipo de investigadores analizó los genomas de más de mil escamosos, orden de reptiles al que pertenecen los lagartos y las serpientes, encontrando que esa explosión evolutiva coincidió con cambios clave en la anatomía de las serpientes: sus cráneos se volvieron flexibles, mejores, por consiguiente, para atacar y tragar presas, desarrollaron la capacidad de detectar sustancias químicas en el aire con la lengua, aumentaron de longitud y adelgazaron, características que, con variaciones, aparecen en la mayoría de las serpientes.

Una peculiaridad notable de estas, que las diferenciaba de los lagartos, es que comían presas que estos rechazaban. Y no hay que olvidar que algunas se volvieron venenosas y otras podían detectar la luz infrarroja, facultades ambas que facilitaban su supervivencia.

La rápida aparición de nuevas especies de serpientes plantea un problema al tipo de evolución propuesto por Charles Darwin, que exige períodos mucho más dilatados para los cambios. De hecho, Darwin se encontró con este problema en el caso de las plantas con flor, esto es, las angiospermas.

Los fósiles más antiguos de angiospermas datan de hace 140 millones de años y en poco más de cuarenta millones de años aparecieron la mayor parte de las variedades que se conocen actualmente y que han conquistado prácticamente todos los ecosistemas terrestres, salvo los polares.

En una carta que escribió en 1879 al botánico Joseph Hooker, Darwin decía que “el rápido desarrollo de todas las plantas superiores [esto es, las angiospermas] en tiempos geológicos recientes es un abominable misterio”.

¿Por qué estas plantas evolucionaron tan rápidamente una vez que aparecieron? Recuérdese que el origen de las plantas se remonta a las primeras células vegetales, que dieron lugar, hace unos 1.900 millones de años, a las algas ancestrales, con las que se inició una historia que condujo a que las plantas colonizasen la tierra hace 472 millones de años. ¿Por qué, sin duda pensó Darwin, los mamíferos no han evolucionado con tanta celeridad como las plantas con flores?

La misma pregunta pudo habérsela formulado con relación a las serpientes, pero no parece que se la plantease, acaso porque compartía el temor del que dejó constancia en su autobiografía cuando escribió que “la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños” tal vez produzca el efecto de que deshacerse de esa idea “les resultaría tan difícil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes”.

Repasando la obra publicada de Darwin se observa que trató poco de las serpientes. En El origen de las especies (1859) sólo he encontrado una mención a ellas, como ejemplo de que “la selección natural no puede producir ninguna modificación en una especie exclusivamente para provecho de otra”.

“Se admite –se lee en el capítulo 6 (“Dificultades de la teoría”)– que la serpiente de cascabel tiene dientes venenosos para su propia defensa y para aniquilar a su presa; pero algunos autores suponen que, al mismo tiempo, está provista como de una especie de cascabel para su propio perjuicio, o sea, para avisar a su presa. […] Es una opinión mucho más probable que la serpiente de cascabel utiliza este […] para espantar a las muchas aves y mamíferos que, como se sabe, atacan aun a las especies más venenosas”.

Puede que tuviera razón, pero no está claro que su argumentación fuese correcta. Todavía hoy no se sabe explicar bien el “abominable misterio” que tanto le preocupó. 

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