La huella de una generación: anécdotas científicas que han definido el presente
- Hay millones de historias del pasado de las que jamás sabremos nada. Otras nos han llegado gracias a la invención de la escritura.
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Me he preguntado a menudo cuántas generaciones han pasado desde que Homo sapiens se constituyera como especie, algo que suele situarse, aproximadamente, entre hace 250.000 y 300.000 años. Ya sé que el mismo concepto de “generación”, y su cuantificación, es difícil de determinar con precisión. Una posible definición es “la media del período durante el cual los niños nacen, crecen, se convierten en adultos y comienzan a tener hijos, con los que comienza una nueva generación”. También está la cuestión de las poblaciones a las que se aplica.
Leo en un artículo, “Human generation times across the past 250.000 years”, publicado en enero de 2023 en la revista de la American Association for the Advancement of Science, Science Advances. Significant Research, Global Impact, firmado por tres científicos de los Departamentos de Biología y Ciencia de la Computación de la Universidad de Indiana (EEUU), Richard Wang, Samer Al-Saffar y Matthew Hahan, más otro, Jeffrey Rogers, del Centro de Secuenciación del Genoma Humano, del Baylor College de Medicina de Houston, que el rango-intervalo temporal medio de las generaciones humanas en los últimos 250.000 años es de 26,9 años, con una incertidumbre de más-menos 3,4 años, con una edad media de paternidad para hombres de 30,7 y de maternidad en mujeres de 23,2 años.
Según este estudio, hace unas 250 generaciones (equivalente, se señala, a hace 6.400 años, cuando surgieron las primeras civilizaciones históricas) la media generacional era de 24,9 años.
Con la excepción de hace unas 1.400 generaciones (38.000 años, antes de la última máxima glaciación, el período geológico –29.000 a 19.000 años– en el que la capa de hielo y los glaciares que cubrían la Tierra alcanzó un pico, donde la media subió a 29,8), desde hace 1.000 generaciones la media no ha hecho sino aumentar debido a la variación en la edad de tener hijos, debido a un conjunto de causas, entre las que se cuentan la mejora del conocimiento de la biología humana y de los tratamientos médicos, al igual que otras de naturaleza socioeconómica.
Reflexionar sobre todas esas generaciones me ha llevado a pensar en los millones y millones de historias particulares de los humanos que nos han precedido. Hasta hace pocas generaciones, esas historias han quedado sepultadas en el olvido, y lo que sabemos de ellas se deduce del conocimiento científico, sobre todo una vez que se ha dispuesto de la ciencia genómica (el artículo que he citado es un buen ejemplo en este sentido).
Desde otra perspectiva, solo con el invento de la escritura, en Mesopotamia, hace poco más de 5.000 años, se ha podido rescatar algo del pasado, poco en realidad –datos administrativos, de contabilidad especialmente, o de reyes y dinastías–, hasta que la revolución que representó la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, modificó sustancialmente “el almacenamiento de la historia”.
Y no digamos lo que ha sucedido con la aparición del mundo digital, que permite guardar enormes cantidades de información y reproducirlas con mayor facilidad, mucha de ella, acaso la mayoría, protagonizadas por personas a las que en otro tiempo, con otros medios y mecanismos para almacenar el pasado, les habría sido casi imposible dejar alguna huella; me refiero, claro está, a las “redes sociales”.
Considerado desde el punto de vista de la historia, todas las disciplinas y profesiones acumulan innumerables hechos. Por supuesto, también en la ciencia, como muestra un libro reciente, El calendario de la Historia de la Ciencia (Guadalmazán), del divulgador Moncho Núñez, recordado –con inmenso agradecimiento– por haber sido, con el apoyo del entonces alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, el creador y director de los tres grandes, y ejemplares, museos públicos de esa ciudad gallega: la Casa de las Ciencias (1985), el Domus (1995) y el Aquarium Finisterrae (1999).
Y no se debe olvidar que fue importante en que se instalase en La Coruña, en 2012, una de las dos sedes del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, que también dirigió. Recuerdo que apoyé la idea de trasladar allí ese museo, pues creo que es importante que no todo esté en Madrid. (No dejen de visitarlos.)
Samuel Morse, recordado por “el código Morse”, era pintor, militante anticatólico, antiinmigrante y defensor de la esclavitud
En este libro, organizado por fechas –es, a fin de cuentas, un calendario, aunque particular y específico–, se presentan, explicados, un amplio conjunto de hechos y protagonistas del pasado científico, y también, en menor número, del tecnológico, dominio que da ocasión a que se incluyan episodios de índole sociopolítica que van más allá de la ciencia y la tecnología, pero que necesitan de esta.
Como no es necesaria una lectura organizada, mi curiosidad me llevó en primer lugar a buscar qué sucedió el día en que cumplo años, el 6 de enero. Me encontré con datos que desconocía de un personaje del que incluso he tratado en alguno de mis libros: Samuel Morse, recordado, claro está, por “el código Morse”. Resulta que, no obstante sus logros en el entonces naciente campo de la telegrafía, Morse era pintor –se ganaba la vida como retratista–, militante anticatólico, antiinmigrante y defensor de la esclavitud.
Aparece en el calendario de Núñez porque el 6 de enero de 1838 realizó la primera demostración de su código telegráfico. De mi admirado Charles Darwin se cuenta que el 14 de mayo de 1856 comenzó a escribir el libro que cambiaría para siempre la idea que los humanos tenemos de nosotros mismos: El origen de las especies.
Y si se habla de “cambiar el mundo”, es fácil pensar en la Revolución francesa, que comenzó con la toma de La Bastilla el 14 de julio de 1789; pues bien, dos años después, un mismo 14 de julio, la casa del teólogo y químico –fue uno de los que identificaron el oxígeno, aunque él lo denominase “aire desflogistizado”– inglés Joseph Priestley, un firme defensor de los ideales revolucionarios franceses, fue quemada por fanáticos religiosos que detestaban el movimiento de 1789.
Otro ejemplo: el 10 de agosto de 1897, el químico Felix Hoffmann, que trabajaba para Friedrich Bayer, consiguió crear una forma pura y estable del ácido acetilsalicílico. Había nacido la aspirina, que fue patentada en 1899 y que hizo rico a Bayer, y mundialmente conocido, hasta hoy, a su apellido.
Y así, cientos de historias aparecen en este entretenido y aleccionador libro, ejemplos que reflejan la muy variada, en protagonistas y temas, historia de la ciencia.