La maldición de los Presley en las memorias póstumas de la única hija del rey del rock: "Estaba condenado"
- Lisa Marie Presley se abre en canal sobre su fascinación hacia Elvis, su odio hacia Priscilla, su matrimonio con Michael Jackson y el suicidio de su hijo.
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La sombra de Elvis Presley es tan alargada que se ha ido deformando con el tiempo. Películas como Elvis (Baz Luhrmann, 2022), Priscilla (Sofia Coppola, 2024) y el reciente documental de Netflix El regreso del Rey (2024) han continuado ensanchándola, intentando desentrañar todos y cada uno de los recovecos de la vida del rey del rock. En sus trabajos, mientras Luhrmann se centra en la turbulenta relación con su mánager, el Coronel Parker, Coppola ahonda en papel de su mujer, tomando de referencia la autobiografía Elvis y yo (1986) escrita por Priscilla Presley.
Un bestseller en el que la esposa de Elvis de 1967 a 1973 compartió detalles muy personales sobre su matrimonio, su vida en Graceland y la dinámica de sumisión y dependencia que existía entre ellos. Un relato que se ha extendido con la publicación este otoño de Desde aquí a lo desconocido (Plaza & Janés, 2024), las memorias póstumas de Lisa Marie Presley, única hija de la pareja, y Riley Keough, nieta de Elvis.
La cantante, que falleció en 2023, cuenta desde su infancia en esa jaula de cristal en Memphis y cómo sufrió el divorcio de sus padres, a su excéntrico matrimonio con Michael Jackson y el suicidio de su hijo pequeño. Su hija, Riley Keough, que saltó a la fama al protagonizar la serie Daisy Jones and the Six (2023) (inspirada en la historia de la banda Fleetwood Mac), completa las memorias de su madre con sus propios recuerdos, relata sus adicciones y su paulatina decadencia — "los diez últimos años de su vida habían sido despiadadamente complicados"—, hasta su muerte el año pasado.
"Su ardiente deseo de contar su historia nació de la necesidad de comprenderse a sí misma, y de que los demás le llegasen a entender", explica en el prefacio Keough, nacida del primer matrimonio entre el músico Danny Keough y Lisa Marie Presley, del que también surgiría su hermano pequeño Benjamin. La incomprensión era uno de los tantos rasgos que compartía con su padre, un chico de pueblo que al alcanzar la fama se mudó a Graceland con su humilde y numerosa familia.
"Él trataba de alcanzar una comprensión más profunda del mundo, pues la mayoría de sus libros eran de temática espiritual o de autoayuda. También tenía montones de biblias. Cuando veía sus partes subrayadas y esa busqueda espiritual, entendía la sensación de estar completamente roto que compartía con mi madre", cuenta su nieta, para quien Graceland siempre fue un lugar sagrado, "el de sus antepasados" y el único donde su madre encontraba consuelo.
"Cuando vivía en Nashville, conducía 300km hasta Graceland para dormir en la cama de su padre. Buscaba con desesperación conectar con él. A menudo dormíamos todos en la cama de Elvis mientras abajo los visitantes hacían el tour", relata. En esa extravagante mansión sureña, siempre abarrotada de gente, creció la pequeña Lisa Marie, "la niña malcriada de papá" y el "fastidio" de Priscilla.
"Me contó que había considerado la idea de caerse del caballo para provocarse un aborto. Siempre pensé que no me quería. No poseía mucho instinto maternal", confiesa en el libro la propia Lisa Marie, para quien el rechazo de Priscilla —quien tuvo que adaptarse al papel de madre y esposa con solo 21 años — fue uno de sus grandes traumas familiares.
La relación entre madre e hija se tornó aun más compleja cuando Priscilla se divorció de Elvis y se mudó a Los Ángeles, donde rehizo su vida y se casó con su instructor de karate. "La gente todavía cree que soy una zorra porque, por desgracia, tengo ese punto gélido de mi madre", apunta mordazmente su hija, al relatar esa temporada californiana.
El carácter frío no fue lo único que Priscilla y Lisa Marie tuvieron en común. Con 20 años se casó con Danny Keough y poco después tuvo a Riley, "más o menos como mi madre", reconoce en sus memorias. Su intenso instinto maternal y su madurez para reconocer las heridas que Priscilla también había arrastrado hizo que ambas enterrasen el hacha de guerra. "Se volvieron uña y carne", apunta su nieta.
Con Elvis, en cambio, Lisa Marie siempre tuvo casi un complejo de Electra. Estaba obnubilada por su figura —"Podría haberme dicho: cortate los pies, y lo habría hecho. Solo por hacerlo feliz"—, quería su aprobación para todo y entendía al personaje que encarnaba —"Sabía que ser Elvis era lo que más le gustaba"—.
En el libro, su hija le define como una figura paterna divertida, generosa y respetuosa con todo ese "séquito" de familia y empleados que le seguían a todos lados, aunque también dominante, temerario y salvaje, "capaz de provocar tormentas". "Cuando se enfadaba, todo el mundo echaba a correr, se agachaba y se ponía a cubierto". Lisa Marie se acostumbró a la incertidumbre que le asolaba cada vez que se topaba con su padre en el suelo, incapaz de manejar su propio cuerpo por los barbitúricos.
Cuando Elvis murió, en agosto de 1977, el mundo se paró y también la sonrisa de su hija, que tenía entonces 9 años. "La pena apareció cuando él murió y nunca me abandonó. Dos veces al año, después de su muerte, soñaba con él. Eran tan reales que me echaba a llorar al despertarme", cuenta Lisa Marie, pero creó una barrera infranqueable al respecto con sus hijos. "Nunca hablaba de eso, ni tampoco escuchaba su música estando sobria", dice Riley.
En las memorias se muestra cómo la artista mantenía una relación complicada con la música y nunca quiso involucrar a sus hijos en esta industria. Durante años se mostró alérgica a la fama, rehusó de ser "la princesa de América", y le costó mucho tener una carrera musical propia. "A pesar de ser muy buena letrista, sentía que no tenía verdadero control sobre su música", opina su hija.
Aun así llamó la atención de artistas como Prince o Michael Jackson, con quien acabó contrayendo matrimonio en 1994, tras divorciarse de Keough. "Michael era una leyenda y le recordaba a su padre", opina Riley. Lisa Marie quería ser la mujer perfecta para el rey del pop (algo que no era muy distinto de lo que hacía Priscilla con Elvis), y desvela que fue con ella con quien Jackson perdió la virginidad a los 35 años.
Al igual que Elvis, quien sufrió en sus carnes las consecuencias de la adición a los medicamentos con receta, Jackson empezó a coquetear también con las drogas, lo que supuso el fin de su relación con Lisa Marie, quien empezó a ver en él comportamientos similares a los de su padre. Tras este romance llegaron otros, como el fugaz matrimonio con el actor Nicolas Cage y finalmente su relación con Michael Lockwood, de la que nacieron sus dos hijas mellizas en 2008.
Fue un parto tardío y con complicaciones, Lisa Marie tenía 40 años y empezó a tomar opioides contra el dolor de la cesárea. A partir de ahí comenzó su descenso a los infiernos. Intentó sin éxito mantener su papel de matriarca con sus hijos Riley y Benjamin, con quienes estaban tan unido como Elvis lo estuvo de su madre Gladys, ambos atados inextricablemente a los altibajos del otro.
"Ben se parecía mucho a su abuelo en todos los aspectos. Él también estaba condenado", escribe la propia artista, profetizando su trágico desenlance. En 2020, con solo 27 años, Benjamin ponía fin a su vida tras varias depresiones y adición al alcohol. Tras su muerte, Lisa Marie tuvo congelado su cadaver durante dos meses en la casa de invitados, "para poder seguir siendo su madre", escribe ella misma en el libro.
La tragedia marcó el punto de no retorno en su vida. Lisa Marie, devastada, recurrió de nuevo a las drogas como único refugio frente a la pérdida. "Las usaba como un mecanismo de supervivencia. La dosis aumentó hasta 80 pastillas al día. Era demasiado doloroso estar sobria", confiesa en sus testimonios.
En enero de 2023, su cuerpo cedió finalmente a las secuelas de una obstrucción intestinal. Aunque su muerte pudo parecer repentina, su hija Riley revela en el libro que no le sorprendió. "El segundo hombre que más había amado en el mundo ya no estaba. No me la imaginaba siguiendo con vida sin mi hermano", admite. Su historia, al igual que la de Elvis y Benjamin, parecía inevitablemente destinada a repetirse.