Cine

El océano y el jazz

20 febrero, 2000 01:00

El realizador Giuseppe Tornatore -Cinema Paradiso- vuelve a mostrar su aliento poético en La leyenda del pianista en el océano, que se estrena el próximo viernes. Basada en un monólogo teatral de Alessandro Baricco, esta magistral fábula sobre la condición humana y el poder de la música está protagonizada por Tim Roth, Pruitt Taylor y Mélanie Thierry.

Antes de que publicara Seda (1996), la novela que le confirmó como uno de los talentos más originales de la narrativa contemporánea, el escritor italiano Alessandro Baricco había escrito una breve pieza teatral titulada Novecientos: la historia de un pianista excepcional que desde su nacimiento en el transatlántico Virginia (el 1 de enero de 1900), nunca ha querido pisar tierra firme. El barco es su único mundo, y aunque no haya hecho otra cosa que viajar de Europa a América y de América a Europa (a los ocho años de edad ya ha cruzado el Atlántico cincuenta veces), la música que interpreta al piano, y que ha logrado dominar con el empeño de un monomaníaco, es el único modo que tiene de viajar, de dotar de sentido a su existencia en un mundo que desconoce y de investigar el alma de las personas que le rodean -esos pasajeros, emigrantes y millonarios, que van y vienen-.

Giussepe Tornatore, director de la excelente Cinema Paradiso (1988) -Oscar a la Mejor Película Extranjera-, ha encontrado en esta inmensa alegoría sobre la identidad y condición humanas un motivo para dar rienda suelta a su particular mirada poética. Después de cuatro años de sequía cinematográfica, Tornatore se embarcó en el ficticio Virginia para filmar su primera película en lengua inglesa. Aunque técnicamente es una película italiana, la mayoría del reparto es norteamericano, encabezado por un Tim Roth muy alejado de sus frecuentes papeles embebidos de sarcasmo tarantiniano (Reservoir Dogs, Pulp Fiction y Four Rooms).

El actor norteamericano encarna a Novecientos, cuya vida es narrada en flash-back por el trompetista retirado Max (Pruitt Taylor), un hombre que estuvo empleado como músico en el transatlántico donde vive Novecientos, y en el que se convirtió en su mejor amigo durante los jóvenes años veinte, cuando el jazz todavía se estaba inventando.

La película arranca después de la Segunda Guerra Mundial. El Virginia está a punto de ser dinamitado y Max advierte a las autoridades portuarias de que todavía hay un hombre de 46 años escondido en el barco, y al que es necesario convencer de que lo abandone y pise tierra firme por primera vez en su vida.

La leyenda del pianista se va dibujando a medida que avanza el relato de Max y las escenas que narra, todas ellas acompañadas de un jazz evocador. El corazón del filme es la música, que se alimenta de una excelente banda sonora compuesta por Ennio Morricone, durante años la "mano musical" de Sergio Leone. No es gratuito, por tanto, que los momentos más dramáticos, significativos y poéticos del filme sean aquellos en los que la música adquiere mayor protagonismo: cuando Tim Roth abraza sus pies a las patas del piano para desplazarse con él, mientras hace sonar una melodía circense al ritmo de los movimientos del barco, que es vapuleado por la tempestad; cuando el gran Jelly Roll Morton (Clarence Williams III), inventor del jazz, le reta a un duelo al piano para comprobar cuál de ellos es el mayor virtuoso (la mejor secuencia del filme), o cuando Nove-cientos improvisa la mejor pieza de su vida al contemplar cómo la mujer más bella que jamás ha conocido (Mélanie Thierry) observa el océano desde la cubierta.

Durante aquellos años de complicidad y fiesta, la belle époque de entreguerras, cuando los millonarios de primera clase aplaudían a rabiar las interpretaciones de Max y Novecientos en las noches a bordo del Virginia, el trompetista trató en diversas ocasiones de convencer al pianista: "Abandona este barco, cásate con una bonita mujer y ten hijos... todas esas cosas en la vida que no son tan inmensas como el océano, pero que merecen la pena". Pero Novecientos le confiesa que si alguna vez bajara del barco, sólo le empujaría un motivo: "Ver el océano". ¿Un loco, un visionario, un poeta? Un filósofo, en fin.

Antes de que el Virginia sea dinamitado y no quede de él más que las ruinas, Max tendrá una última oportunidad para convencer a Novecientos, para quien la tierra quizá es un barco demasido grande.