Image: Jaime Chávarri

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Cine

Jaime Chávarri: "El cine tiene un olor a feria que no me convence"

Cáustico, tierno y disparatado como siempre, el director de 'Las bicicletas son para el verano' vuelve al cabo de tres años de sequía. Y con ganas de alboroto

13 septiembre, 2000 02:00

En Besos para todos recupera Jaime Chávarri sus años de adolescencia con una comedia de iniciación a la vida. En torno a este filme y sus obsesiones cinéfilas, nuestro más actual y extravagante director de culto adelanta a EL CULTURAL sus próximos proyectos, entre los que se halla una adaptación de El año del diluvio, de Eduardo Mendoza.

A sus 57 años, el cineasta todavía conserva el gesto gamberro y el guiño de la picardía, como si toda su vida fuera un constante juego. Las ideas ante cualquier pregunta tropiezan en su boca y se enredan en la lengua, pero casi siempre encuentra la manera más adecuada de comunicar lo que quiere, porque al cine llegó por la literatura -”Mi verdadera pasión”, dice-; y si no encuentra ese modo mágico de expresarse correctamente, zanja la cuestión con un elocuente taco a la española.

Son esa mirada infantil (pero no ingenua) y ese apasionamiento de su conversación, que destila un humor caústico, las fuentes creadoras de su ingenio. Y así los espectadores pueden palpar la misma vitalidad que le define (una vitalidad casi contagiosa) en cada secuencia de Las bicicletas son para el verano y en cada aventura cinematográfica con la que se ha acos- tumbrado a lidiar. Su último trabajo, Sus ojos se cerraron, se movía eficazmente por los terrenos del musical, y tres años después da un salto mortal hacia el intimismo y el desenfreno propios de la adolescencia.

Las malas compañías

En Besos para todos ha recuperado el Cádiz más golfo de los años sesenta, donde tres estudiantes (Eloy Azorín, Iñaki Font y Roberto Hoyas) abandonan sus estudios al conocer a tres prostitutas (Emma Suárez, Chusa Barbero y Pilar López de Ayala) que trastocan todas sus creencias. Ellos perderán el curso y ellas su trabajo, pero entre los seis se las ingenian para labrarse un futuro.

-Es una película sobre las malas compañías. Creo que en la generación de los sesenta, que es la mía, las malas compañías tuvieron una influencia decisiva en nuestras vidas. Esa chica que te desbravaba, ese amigo alcohólico, los golfos que te abrieron los ojos a un mundo que desconocías... En fin. Yo siempre fui un niño suspendido. Los veranos me los pasaba estudiando, y uno de los profesores particulares que tenía en la casa veraniega de mi familia en Segovia era el tipo más golfo que conocía. Sólo hablaba de putas y sólo pensaba en el sexo. Pero además tenía una de las colecciones de música clásica más impresionantes que he visto en mi vida. Con esto quiero decir que las malas compañías a veces son estupendas, siempre que aporten algo. ¡Qué diablos! Yo con este señor descubrí a Mozart, a Beethoven, a Bach...

-¿Por qué ha situado la historia precisamente en los años sesenta, si las malas compañías siempre han existido?
-Transcurre durante 1965, tres años antes del París del 68, es decir, en un momento crucial de cambios. Además, creo que la necesidad de alboroto en aquella época, de armar follón, tenía unas motivaciones mucho más existenciales que en la juventud de ahora. La sociedad estaba dominada por una burguesía que vivía un poco en Babia, y los jóvenes aprendimos más en la calle que en la universidad, porque nos enseñaba el verdadero mundo, que además cambiaba vertiginosamente. Si nosotros no llegamos a conocer a todos esos golfos, que era gente mucho más entretenida que la que teníamos en nuestras casas, nunca hubiéramos salildo de estudiar Derecho o Ingeniería, como querían nuestros padres. Gracias a ellos, en parte, soy director.

Una percha estética

-¿Y el objetivo de la película es precisamente ése, que la gente salga con ganas de cambiar las cosas... de alborotar?
-La necesidad del alboroto es imprescindible. Siempre lo ha sido y y lo será. Si haces estrictamente lo que te dicen, no crecerás nunca, entonces surge esa necesidad de armar follón para descubrir lo que hay debajo. Hacer lo que sabes que no debes hacer creo que es obligatorio. Y además divierte, porque el encanto está en la prohibición.

-¿Enmarcaría Besos para todos dentro de la comedia?
-Pertenece al género de la comedia, pero no porque haga reír. ¡Joder! En realidad no sé cómo se llama lo que he hecho. Creo que la comedia que sólo busca reír es algo muy superado en cine, sobre todo desde Billy Wilder. Hay que poner más carne en el asador.

-En el océano de géneros cinematográficos, sin embargo, se mueve como un pez. Ha hecho desde documentales (El desencanto) a películas porno (Regalo de cumpleaños). ¿Cómo lo consigue?
-La verdad es que me da igual el género. Yo lo que quiero es hacer películas, porque lo que me atrae del cine no son los géneros, sino otra cosa que no sé explicar, que tiene más que ver con los personajes. El genéro no es más que una percha estética donde colgar la historia.

-¿No le preocupa, sin embargo, que la crítica no consiga situarle en un espacio común?
-Lo que no me interesa es saber si hay características comunes en mi obra. Ni eso del “toque Chávarri” del que hablan algunos. ¿A qué se refieren? Lo que quiero es que las películas gusten por sí mismas y no porque las haya hecho yo. Si realmente hay un hilo que pase por todas mis películas, si existen semejanzas, ya habrá alguien que las detecte. Yo no quiero saberlas porque no me interesa. Sólo sé que me gusta hablar del amor y de personas que se mueven en sociedades conflictivas, pero esto es algo muy vago... no sé. Creo que lo que busco es la contestación, lo marginal, el lado salvaje de cada vida.

-Quizá ha hecho de todo porque no escribe sus propios guiones, ¿no cree?
-Es que yo no sé escribir. Lo he intentado, pero siempre me he llevado hostias de campeonato. Quiero decir, que nunca me he quedado satisfecho con lo que he escrito. Me siento muy incómodo escribiendo, pero muy cómodo opinando, porque me encanta corregir y echar ideas abajo... para eso soy un poco cabrón. La verdad es que no es algo de lo que esté orgulloso, es un gran inconveniente depender de proyectos que te ofrecen para poder dirigir.

-Dice que no sabe escribir, pero reconoce que su pasión no es el cine, sino la literatura.
-Yo es que tengo un gran problema. Todavía considero que la literatura está muy por encima del cine. A esto del cine todavía le encuentro como un olor a feria que no acaba de convencerme. Pero creo que la literatura es uno de los grandes inventos de la humanidad. Le tengo un respeto tremebundo, y cuando escribo algo y luego lo leo... bueno... es una mierda.

-¿Por eso suele decir que no le gustan sus películas?
-Sí, creo que sí. Cuando lo digo no lo hago por no pecar de modestia, lo digo con el corazón en la mano, y además me estoy callando que tampoco me gusta la inmensa mayoría de las películas que hacen los demás. Creo que hemos llegado a un momento en el que el cine ha reconocido su inferioridad respecto a la literatura, que no tiene nada que hacer contra ella excepto el ruido. Es decir, el cine tiene que hacer ruido para hacerse notar.

Es algo que me molesta mucho, porque las películas sin ruido, que suelen ser las más interesantes, se quedan en unos círculos muy cerrados.

Del libro al cine

-Pero usted de quién ha aprendido más, ¿de los escritores o de los cineastas?
-No sé... Le voy a contar algo que quizá le aclare lo que trato de explicar. Yo a los cinco años ya estaba leyendo como un condenado, y el cine sólo me servía para buscar más libros. Vi Hamlet de Laurence Olivier, me fascinaron el fantasma y las luchas de espadas, y entonces me leí todo Shakespeare, aunque no me enterara de nada. Superado Shakespeare, llegó Baroja, Thomas Bernhard, Juan Marsé y muchos más. Ahora he leído una novela que me tiene conquistado y de la que quiero hacer una película el año que viene, El año del diluvio, de Eduardo Mendoza. Sobre todo me ha atraído la literatura anglosajona, desde Stevenson a Faulkner. En mi obra seguro que hay reflejos de todos estos escritores, porque estoy tirando de ellos continuamente, aunque luego no se note, que es lo bueno.

-¿Y en cine?
-Para mí hay dos directores por encima del resto: Renoir y Buñuel. Son totalmente inimitables.

-Y de sus años en la Escuela de Cine, ¿qué aprendió?
-Creo que en un oficio como el cine, y también el periodismo, no dependes de lo que te enseñen sino de lo que puedas aprender. Es algo que vas decidiendo. En la Escuela lo que había era un caldo de cultivo con gente que tenía las mismas aficiones, que más que aficiones eran locuras, y de otro lado era muy patente la voluntad de manipulación de algunas personas, que sólo mostraban lo que quería el Régimen. Allí coincidí con Pilar Miró, Méndez-Leite, Gutiérrez Aragón, Antonio Betancor y con muchos que ahora se dedican a la crítica. Y creo que eso fue lo más positivo de todo. Tenga en cuenta que antes de ingresar en la Escuela yo ya había hecho muchas cosas con super 8, sólo me hacía falta un barniz académico. Además, me dieron el título por la cara.

-¿Cómo?
-Sí... todos nos fuimos sin terminar. El director, Juan Julio Baena, puso de Jefe de Estudios a un militar y aquello degeneró. La situación se puso tan tensa que el director nos dio el título para que nos marcháramos. Resulta gracioso.

-Haciendo una rápida recapitulación de todo lo que ha hecho desde entonces, ¿qué le falta?
-Bueno, tampoco he hecho tanto... Yo soy terriblemente vago. Lo que pasa es que los años engordan mi currículum. En fin, creo que sólo me faltan una película de terror y un western para completar los géneros. Pero lo que de verdad me apetece es hacer ese tipo de cine político que se hacía en Italia en los sesenta. Siempre que he intentado levantar un proyecto de cine político, se ha caído. Me pasó con la novela El año que murió Franco, de Pedro J. Ramírez, por ejemplo. También quiero hacer algo sobre los curanderos y sobre el Diablo, en plan El exorcista, ese tipo de terror psicológico.

-¿Le gusta el cine de terror?
-Recuerdo que de niño me encantaba porque no me daba miedo. Quiero decir, me lo daba mientras veía la película, pero luego no. Hasta que un día vi Robinson Crusoe, de Buñuel, y tuve unas pesadillas horribles. Todavía no sé por qué... me gustaría volver a ver esa película para descubrir qué era lo que me asustaba tanto.

-Quizá la soledad.
-Quizá.