Image: Cine de barrio

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Cine

Cine de barrio

La segunda obra de García Ruíz consolida el cine de la periferia

11 octubre, 2000 02:00

"Asfalto" de Daniel Calpasoro.

El barrio como microcosmos, el barrio como placenta contra el exterior ha acuñado un género en nuestro cine tan recurrente como la comedia urbana o el costumbrismo. Desde Carlos Saura hasta Salvador García (que estrena el viernes El otro barrio) pasando por Fernando León, principal culpable de su actual resurgimiento.

De un tiempo a esta parte, y de forma completamente casual -aunque no por ello de modo menos significativo-, el cine español, o al menos un contado grupo de jóvenes directores, ha depositado su confianza en historias rescatadas o recreadas en subrubios urbanos. Los personajes atrapados en un entorno de marginalidad y catástrofe existencial, del que por mucho que se empeñen no pueden huir, han servido de catalizador generalmente a cineastas incipientes -Fernando León, Benito Zambrano, Carlos Saura Medrano, Daniel Calparsoro y, recientemente, Salvador García Ruiz y Achero Mañas- para dejar claro que es en los márgenes de la sociedad donde mejor se diagnostican sus enfermedades.

Estela documental

Como dice con especial fortuna el director de Barrio, los habitantes de la periferia -de la ciudad, de la vida, de las gentes- "corren para alcanzar una liebre, pero no para comérsela, sino para dejar de correr tras ella". Sin embargo, son los propios cineastas y sus trabajos los que últimamente no quieren dejar de perseguir esa liebre.

Puede decirse que fue precismente con Barrio, la espléndida fábula realista recreada por Fernando León, cuando surgió un reguero de filmes que parece continuar la estela dejada por películas como Maravillas (1980), de Manuel Gutiérrez Aragón; Los chicos (1960), de Marco Ferreri; 27 Horas, de Montxo Armendáriz, o varios filmes de Carlos Saura, como su deslumbrante ópera prima Los golfos (1959) y sus trabajos posteriores Deprisa, deprisa (1980) y Taxi (1996). Al propio autor de Ay, Carmela le resulta "completamente normal que los jóvenes se preocupen por los sectores desfavorecidos, y en especial por las periferias urbanas, ya que es allí donde se encuentran los males de una sociedad llevados a su máxima expresión y, por lo tanto, resultan tremendamente manifiestos y cinematográficos".

En este sentido, las recientes El otro barrio, de Salvador García Ruiz (que se estrena comercialmente el viernes); El bola, de Achero Mañas; Leo, la última aventura de José Luis Borau, o Y tú qué harías por amor, el debut de Carlos Saura hijo, recurren a elementos de corte documental y sociológico -aunque todas ellas se preocupan por que la ficción o metáfora prime sobre la mirada realista- que tiene a sus más cercanos e inmediatos precedentes en la sucesión de películas sobre la nueva delincuencia juvenil que se rodaron durante los convulsos años de la transición: Navajeros (1980) o Colegas (1982), ambas de Eloy de la Iglesia, Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, etc. "Creo, sin embargo, que todas estas películas -opina García Ruiz- surgen por casualidad, no responden a un impulso común aunque puedan retratar escenarios y situaciones semejantes". A pesar de ello, el director de Mensaka no puede dejar de reconocer su admiración por los veteranos: "Saura siempre ha sido un director que me ha interesado mucho, y no puedo negar que Maravillas, de Gutiérrez Aragón, ha sido para mí una película de referencia desde la primera vez que la vi".

Casi al mismo tiempo que el Barrio de Fernando León, se estrenó el debut de Salvador García Ruíz, Mensaka, un filme que según el propio director "ha ganado con el tiempo y que en el momento de su estreno se adaptó a un cierto tipo de cine, de escuela inglesa y tono documental, socialmente comprometido, que todavía es demandado por el espectador español". Efectivamente, en Mensaka es fácil adivinar esa mirada de denuncia y compromiso hacia los sectores desfavorecidos, casi privados de libertad, sobre los que García Ruiz ha vuelto en su segundo trabajo, recientemente estrenado en el Festival de San Sabastián, El otro barrio. "Las sociedades marginales -explica el joven cineasta- no me parecen un mundo turbio en sí mismo, ni violento, ni muerto, sino más bien todo lo contrario, me parece cálido, tierno, vivo y cercano. No tengo ningún tipo de distancia hacia ese mundo, porque en realidad el barrio es algo que tengo dentro, que me es completamente familiar, y no quiero ni puedo mirar eso con distancia".

Madrid y alrededores

Tanto García Ruiz, como Fernando León, Borau, Achero Mañas o Saura Medrano, han situado sus historias de desamparo y marginalidad en barrios periféricos de Madrid -Vallecas, Getafe, Entrevías, Carabanchel, etc.-, donde pueblan a sus anchas los edificios hechos a golpe de hormigonera, los polígonos industriales, los grafitis como máxima expresión del arte y los cielos grises y desangelados, sin vida, sin árboles, sin escapatoria. "Mi barrio es un barrio de inmigración, de viviendas estrechas -cuenta Fernando León-, de paro, litografías baratas en la pared y rejas en las ventanas, de obras, portales iguales, pilares de la M-40, tráfico rápido y alto que pasa corriendo, sin detenerse jamás allí".

Un barrio que no queda demasiado lejos, al menos en apariencia, del retratado en el último y sorprendente filme de Borau, Leo, protagonizado por Icíar Bollaín. Su turbulenta historia de amor y muerte demuestra que el interés por las sociedades marginadas no sólo se despierta en las mentes inquietas de los cineastas primerizos, sino que también resulta muy recurrente para rescatar al olimpo la veteranía de nuestro clásicos. "Yo no podía imaginar que el frío y la desolación que se adueña de un polígono industrial puede llegar a repercutir tanto en la mente de sus habitantes, pero efectivamente es así, y esa desolación queda reflejada en la actitud de los personajes de Leo", afirma José Luis Borau.

Achero Mañas, por su parte, ha vertido su demostrada obsesión por los barrios desahuciados y la primera edad -todos sus cortos están protagonizados por niños y adolescentes- en El bola, su primer largomatraje. La ciudad madrileña y sus alrededores tienen casi tanto protagonismo como Juan José Ballesta, el niño por cuya mirada transcurre la narración del filme. Pero el mayor homenaje a Madrid de los últimos años es el recreado por Calparsoro en Asfalto, que se estrenó con considerable éxito la pasada temporada. "Asfalto es una película dedicada al Madrid más canalla, al Madrid cosmopolita y criminal, a unos jóvenes que tienen la necesidad de sentirse algo especial, y a los que la sociedad condena a no poder soñar", afirma el realizador vasco.

Barrios del sur

Pero la exclusividad del suburbio no sólo corresponde a Madrid, sino que se extiende a zonas tradicionalmente más deprimidas. No es casualidad, por ello, que Benito Zambrano se inspirara en la realidad y los habitantes de su pueblo natal, Lebrija (Sevilla), para construir uno de los relatos más desgarradores del último cine español, Solas, en el que confluyen entre el amor y el odio las existencias depauperadas de un barrio de la capital andaluza. Zambrano prepara ahora Habana Blues, y aunque viaja hasta Cuba en su segundo filme, el autor sevillano no pretende en ningún momento abandonar sus raíces: "Solas significa para mí un camino de temas y estilo por el que me gustaría seguir transitando".

También transitan por las zonas más deprimidas de Andalucía dos filmes de reciente estreno: Fugitivas, de Miguel Hermoso; y Vengo, de Tony Gatlif, protagonizada por Antonio Canales. En ambas entregas, el flamenco alimenta cada bobina del metraje con la pureza del sur, que sirve además como radiografía psicológica de los personajes, "unos seres -según Miguel Hermoso- que huyen, que buscan siempre una salida para una vida que no entienden muy bien, seres que no tienen muy claro cuál es su problema". Gracias a tantas almas abandonadas y a que unos cuantos directores todavía se fijan en ellas, el cine de barrio (y no precisamente el de José Manuel Parada) está más vivo que nunca.