Image: El incansable Steven Soderbergh estrena el viernes “El halcón inglés”

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Cine

El incansable Steven Soderbergh estrena el viernes “El halcón inglés”

La venganza será terrible

8 noviembre, 2000 01:00

Ha tenido en sus manos una Palma de Oro y ha sufrido lo indecible para que le financiaran una película. Una vez situado en el podium de los directores rentables, el incombustible Steven Soderbergh sigue haciendo de las suyas: la última, El halcón inglés, que nos llega más tarde que su célebre y taquillera Erin Brockovich, a pesar de haberse realizado con anterioridad. Encontramos un thriller seco, fragmentado y desconcertante que se declara enemigo de la extendida indiferencia.

Steven Soderbergh: extraño artista ecléctico. Veamos: después de una Palma de Oro en Cannes a los 26 años, la cuesta hacia abajo es el único camino posible hacia la gloria. Unos cuantos años de ostracismo para un director desconcertante, escurridizo, que huye de la etiqueta de "autor" como de la peste bubónica, que escapa de la secta del llamado cine independiente americano como quien niega a Dios después de hacer la comunión. Negar a Dios, negarse a sí mismo: Soderbergh siempre parece buscar una nueva forma de expresarse, en un intento de romper no sólo con las expectativas de público y crítica sino también con lo que un niño prodigio espera de su propio talento. No hay más que repasar los cuatro últimos títulos de su filmografía para darse cuenta de su habilidad para moverse en una industria, la del cine yanqui, que no perdona a los fracasados. En 1996, dirige Schizopolis, un autorretrato irónico y despiadado cuyo estreno fue relegado a sesiones de culto y museos de arte moderno. En 1998, Un romance muy peligroso, protagonizada por George Clooney y Jennifer López, revisita la literatura de Elmore Leonard a la manera, lúdica y referencial, del thriller de los setenta. En 1999, El halcón inglés le devuelve al terreno de juego del cine increíblemente extraño, reinventando el montaje dialéctico que Eisenstein y Godard llevaron hasta lunáticos, marcianos extremos creativos. En el 2000, la fallida pero interesante Erin Brockovich lanza a Julia Roberts en un ejercicio de estilo telefílmico mucho más cínico de lo que puede parecer a simple vista. Especialista en ejercicios de estilo. Un curioso trampantojo.

Un lenguaje discontinuo

Lo apuntaba, casi sin querer, el crítico británico Geoff Andrew en su capítulo dedicado al director norteamericano en su libro Strangers than Paradise. Mavericks Filmmakers in recent American cinema (Prion). Hablando de Schizopolis, afirmaba que el tema rector de tan excéntrico filme era, en realidad, el lenguaje. Y es, en realidad, el lenguaje el centro neurálgico de El halcón inglés, película que llega a nuestras pantallas empujada por la fuerza taquillera de Erin Brockovich. Hay en este extemporáneo thriller una premeditada voluntad de adelgazar la línea argumental para privilegiar: 1) El trabajo estilístico y 2) La profundidad de unos personajes que, por otra parte, hablan el mismo idioma con acentos y matices distintos (uno, el ladrón interpretado por el enigmático, azulado Terence Stamp, es británico, mientras que el otro, el productor discográfico y traficante de drogas que encarna Peter Fonda, es yanqui), y pertenecen a una época extinta, que vive hundida en sus propias cenizas y ha perdido la capacidad de comunicarse con su entorno.

El argumento, sencillo: ladrón inglés sale de la cárcel, se entera de que su hija ha muerto en extrañas circunstancias, viaja a Estados Unidos para investigar, localiza al culpable y quiere vengarse. Para ilustrar tan simple desarrollo narrativo, Soderbergh utiliza todos los recursos lingöísticos a su alcance para convertir su historia en un puzzle que deja la aridez expositiva de A quemarropa, evidente modelo de El halcón inglés, en paños menores. Flash-backs y flash-forwards que evocan y/o adelantan la información que el espectador necesita saber para seguirles el hilo a los personajes, montaje discontinuo y fragmentado, secuencias desincronizadas, fotogramas de super 8... Todo ello contribuye a que este extraterrestre film noir -y no es la primera vez que Soderbergh juega con los tiempos narrativos de la literatura policíaca: véase, si no, la subestimada Bajos fondos- sea algo más que un entretenimiento inteligente. Es, por encima de todo, un espléndido estudio sobre las posibilidades del lenguaje cinematográfico.

Juego de espejos

Soderbergh incorpora la propia vida profesional de los dos protagonistas, iconos de una contracultura que duerme el sueño de los justos, en un insólito juego de espejos entre pasado y presente, enfrentando a dos lenguajes que han dejado de entenderse. Así las cosas, el pasado de Wilson el ladrón es ilustrado con imágenes de Poor Cow, película de 1967 en la que Ken Loach dirigió a Terence Stamp interpretando a un joven ladrón británico que se llamaba... Wilson. Después de haberse convertido en un símbolo del "swinging London", solicitado por los autores más reputados y "modernos" del momento (Pasolini en Teorema, Fellini en Historias extraordinarias), Stamp desapareció del mapa para volver, como quien regresa de un paraíso perdido, con la piel y el espíritu nuevos, con el pelo níveo y angelical y los ojos tan azules como una piscina de Beverly Hills. Un regreso que coincide con una ausencia de nueve años del personaje de Wilson. Por su parte, un espléndido Peter Fonda, mito de la generación de Easy Rider, destierra la nostalgia de unos años, la década de los sesenta -"los sesenta fueron el 66, o el 67, y nada más..."-, en los que "se tenía la impresión de viajar por países lejanos en los que se conoce el idioma de inmediato". Valentine, o Fonda en El halcón inglés, atropelló a una cierva mientras cabalgaba su moto contracultural, y ahora se ha convertido en productor discográfico, atormentado por la muerte de una chica que le veía más como reflejo americano de su padre británico -Wilson- que como amante. Wilson y Valentine son el mismo personaje crepuscular, roto en los pedacitos de pasado que Soderbergh les permite recordar.

¿Qué hay en común entre esa amarga comedia de sexo posmoderno que era Sexo, mentiras y cintas de video y este thriller cínico y desencantado? Volvamos a Geoff Andrew hablando de la ópera prima de Soderbergh: "El uso del vídeo le permite al cineasta jugar con las expectativas que tiene el espectador en relación a la narración cinematográfica y forzarle a darse cuenta de su status de voyeur". En su deliberada y hábil utilización de las elipsis, Soderbergh estaba ocultando información al público: siempre había un momento en que lo que Graham (James Spader) filmaba con su cámara de vídeo dejaba fuera de campo la verdad absoluta de la secuencia. Del mismo modo, en El halcón inglés el uso de todo tipo de recursos expresivos que, engañosamente, recuerdan al cine de los setenta -lo que ya ocurría en la más convencional Un romance muy peligroso-, nos introducen en un universo abstracto en el que, a priori, nos cuesta reconocer lo que ha pasado, lo que pasa y lo que pasará. La confusión de tiempos verbales es, también, un modo de manipular las expectativas que tiene el público sobre lo que le están contando. O un modo de convertir a ese individuo que ha pagado una entrada a un vagabundo en busca de una historia con la que identificarse. Esto es, alguien parecido al Kafka que protagonizó la segunda película de Soderbergh.

Por último, El halcón inglés es el particular comentario del director de El rey de la colina sobre la industria del cine. ¿Venganza acerada? Tal vez cuando Peter Fonda ve a George Clooney en la televisión y desea cambiar de canal inmediatamente, Soderbergh esté haciendo una sutil broma autorreferencial -Clooney, que, por otra parte, es un actor extraordinario, era el protagonista de Un romance muy peligroso- que funciona como justificación de una carrera que ha esquivado los obstáculos que le colocó su propio éxito primerizo en el cine independiente. Montado en el dólar a raíz de su experiencia en el mundo de la gente corriente de la América profunda -léase Erin Brockovich- Soderbergh sabe que, hoy por hoy, la única manera de hacer una película como El halcón inglés es aceptar, de vez en cuando, las leyes impuestas por Hollywood. No en vano, sus dos próximas películas serán Traffic, con Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones, y un remake de La cuadrilla de los once. Cabe esperar que, tarde o temprano, Soderbergh vuelva a casa (lo que se entiende por cine personal) del mismo modo que Wilson vuelve a Inglaterra: con la serenidad suficiente para explicar su historia de auge y caída y auge mientras bebe un bourbon sentado en un avión transoceánico.

EXTRAñO Y NóMADA

A los 26 años ganó la Palma de Oro en Cannes por Sexo, mentiras y cintas de video. Muchos de los asistentes al certamen se hicieron la misma y sencillísima pregunta: ¿quién es Steven Soderbergh (Baton Rouge, Louisiana, 1963)? Lo del cine le gustaba desde niño, pero fue tomando prestado el equipo de Super 8 de los estudiantes de la Louisiana State University como empezó a hacer sus pinitos en el formato del cortometraje. Pasó de la facultad para irse a Hollywood. Allí encontró trabajo como montador mientras escribía guiones. Se volvió a casa, a Baton Rouge, frustrado y cansado. A través de un amigo conoció a los miembros del grupo de rock Yes y rodó una de sus giras. Del material en bruto surgió 9012 Live, que ganó un Grammy. Una relación sentimental desastrosa le inspiró Sexo, mentiras y cintas de video (1989), rodada en Louisiana con un presupuesto de un millón doscientos mil dólares. Lo demás, extraño y nómada: Kafka (1991), El rey de la colina (1993), Bajos fondos (1995), Schizopolis (1996), Gray’s Anatomy (1996), Un romance muy peligroso (1998), El halcón inglés (1999) y Erin Brockovich (2000).