Image: Sucedió en Gijón

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Cine

Sucedió en Gijón

"La espalda de Dios", en el festival de cine

22 noviembre, 2000 01:00

Festival Internacional de Cine de Gijón

El Festival Internacional de Cine de Gijón cierra la larga temporada de certámenes. Desde el 24 de noviembre al 1 de diciembre el Teatro Jovellanos proyectará títulos sin estrenar y algunas rarezas. EL CULTURAL conversa con Pablo Llorca ( único director español, que compite con La espalda de Dios), el escritor Jorge Berlanga analiza el escándalo producido por la película francesa Baise-moi y Sergi Sánchez recorre la obra del cineasta Todd Haynes.

El único filme español llamado a participar en la 38 edición del Festival de Gijón, La espalda de Dios, es el cuarto trabajo escrito y dirigido por el cineasta Pablo Llorca, un drama estilizado de más de 120 minutos de duración, pero que a diferencia del grueso de las producciones se ha rodado en vídeo digital y con un presupuesto casi irrisorio: apenas 100 millones de pesetas muy bien aprovechadas. Pero La espalda de Dios no es sólo un título afortunado. Es también el muro contra el que los personajes creados por el autor de Jardines colgantes (1992) arrojan sus vómitos de furia y sus esperanzas; es el lugar donde se estrella la suerte de Iván (Alberto Jiménez, procedente del teatro), un perdedor nato, en las apuestas de naipes, y es la respuesta ingrata de un amor pasional que no es del todo correspondido, el que siente Rosa (Isabel Ampudia, en una interpretación sorprendente) por Iván.

Una historia real


"El punto de partida de la película es una historia real que le sucedió a una amiga mía al enamorarse del hombre equivocado, y que la condujo a adoptar una postura y actitud perjudiciales para ella. Partiendo de esta premisa, me planteé por qué una persona, en concreto una mujer, puede sobrevivir en una relación que poco a poco la va destrozando. En definitiva, trataba de investigar hasta dónde llegan los límites de la pasión". Unos límites que en La espalda de Dios se revelan como difusos y amargos, y que entroncan directamente con los cánones del melodrama, de los que Llorca se confiesa abiertamente deudor: "Al escribir el guión recordaba películas como Senso, de Luchino Visconti, o Que el cielo la juzgue, del rey del melodrama John M. Stahl. En el fondo, estaba jugando con los cuatro tópicos del melodrama norteamericano, a partir de los cuales se han creado tantas obras maestras". La última habría que adjudicársela sin duda a Lars Von Trier por su último trabajo merecedor de la Palma de Oro de Cannes, Bailar en la oscuridad, filme del cual Llorca reconoce sentirse admirador, aunque no deudor (el guión lo escribió hace tres años y la última de Von Trier se ha estrenado recientemente).

A Pablo Llorca, sin embargo, habría que adjudicarle más similitudes con el danés fundador del movimiento Dogma de lo que en principio cabría pensar. La principal semejanza corresponde a la estética de sus filmes, producto del trueque del celuloide de 35 milímetros por la cinta de vídeo de cámara digital, un formato que obliga al cineasta a emplear una serie de recursos de imagen inevitables, como la insistencia en los primerísimos primeros planos y la recreación de ambientes a partir de los detalles (impidiendo un retrato atmosférico global, más propio del cine convencional).

Sin embargo, los motivos de Von Trier y los de Llorca para grabar en vídeo parecen ser muy distintos. Si el uso del formato digital en el creador de Rompiendo las olas responde a la conquista de una estética determinada, en el cineasta español responde a razones principalmente económicas (la cinta de vídeo es mucho más barata que la películas de celuloide). "Las ventajas de rodar en digital son principalmente el abaratamiento de costes, la posibilidad de rodar con equipos reducidos, de prolongar los rodajes, hacer añadidos meses más tarde e incluso rodar clandestinamente", explica el director de Todas hieren (1998). Efectivamente, las jornadas de rodaje de algunas secuencias de La espalda de Dios rodadas en la calle, e incluso en el Metro de Madrid, no necesitaron de permisos oficiales al poder rodarse sin llamar la atención del público, según explica Llorca. A lo que añade: "No todas las historias son rodables en digital. Hay que ser conscientes de que este formato proporciona unos elementos determinados que pueden funcionar muy bien siempre que la histoira se aducúe a sus necesidades expresivas. No me gusta la idea de tratar de disimular el formato y rodar una película en digital para hacerla pasar por cine. Esto se consigue suprimiendo la saturación de color propia del vídeo, que aporta densidad dramática a la historia. Un ejemplo nefasto es la película Los herederos, de Stephan Rusowitzky".

Cámara omnisciente

En el dramático relato de La espalda de Dios, sin embargo, la saturación de colores y el incesante ojo de la cámara (realmente como si fuera un ser omnisciente quien observara a sus personajes desde muy cerca, invitando al espectador a compartir sus pasiones), se revelan en un lenguaje expresivo muy en consonancia con las aspiraciones narrativas del director: "Según pasa el tiempo y voy haciendo más películas, soy mucho más consciente del aspecto narrativo y sus recursos. Me interesa ir depurando cada vez más los elementos y no introducir factores ajenos a la propia narración. En Jardines colgantes, que era una película más contemplativa, hay mayor tensión entre lo narrativo y lo no narrativo. Creo que cada vez está más agudizada esa conciencia de que quiero hacer una película que cuente una historia, y nada más".

Si además la historia es interpretada por actores de demostrada eficacia aunque en gran parte desconocidos -léase Isabel Ampudia, Alberto Jiménez, Luis Miguel Cintra, Leonor Watling y Guillermo Toledo-, el filme adquiere una profundidad de "rigor alternativo" muy adaptables a las exigencias del Festival asturiano que, según Pablo Llorca, "es el más peculiar de nuestro país". Con su cuarto largometraje, La espalda de Dios, quizá no logre el máximo premio en Gijón (aunque las posibilidades son altas), pero sí al menos ha logrado clarificar los ¿absurdos? límites de la pasión.

APRETADA SECCIóN OFICIAL

Una de las principales apuestas del Festival de Gijón es la de proyectar títulos de riguroso estreno. La sección oficial de este año cuenta con 12 cintas procedentes de 10 países. Además de La espalda de Dios y Baise-moi, destacan el último trabajo de Tom Tykwer, un asiduo del festival, La princesa y el guerrero, y El tiempo de los caballos borrachos, del iraní Bahman Ghodabi, ayudante de dirección de Abbas Kiarostami. Esta última, que abre el certamen, consiguió la Cámara de Oro en la última edición del Festival de Cannes y cuenta una historia sobre niños a los que la miseria ha convertido en contrabandistas. La cinta alemana retorna al melodrama trepidante habitual de Tykwer para mostrar un relato sombrío y pasional donde la idea de amor palpita en cada acontecimiento. Además de estos títulos, Gijón proyectará la francesa Les Autres Filles, de Caroline Vignal, una curiosa indagación en el mundo de la adolescencia, las chinas Little Cheung y Suzhou, de Fruit Chan y Lou Ye, respectivamente. Chan vuelve al Hong Kong que le dio el triunfo en Gijón en 1997 y Lou Ye plantea un cuento de amor, horror y muerte a través de criaturas fantásticas. La estadounidense Chuck and Buck, de Miguel Arteta, la sueca Together, de Lukas Moodyson, la coreana Pepermint Candy, de Lee Chang Dong, la portuguesa Noites, de Clàudia Tomaz y la británica The Last Resort, de Paul Powlikowki, completan la sección oficial. Fuera de concurso, aunque también en esta sección, se podrán ver el documental The Filth and the Fury, de Julien Temple, y, clausurando las jornadas, Mi dulce, de Jesús Mora.