Image: Sergi López

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Cine

Sergi López

"Nunca he soñado con el éxito"

24 enero, 2001 01:00

Sergi López no para. Su próxima cita con el público es en El cielo abierto, la última comedia de Miguel Albaladejo. Después, rueda con Javier Balaguer Sólo mía, un reto interpretativo en una dura película sobre maltratos a mujeres. En primavera tiene una cita con Manuel Poirer, para quien ya ha trabajado en cuatro ocasiones; y llegado el otoño se embarca en la ópera prima de Vicente Mora, El día que murió Judy Garland. Le llueven las ofertas y la razón es muy sencilla: es el mejor actor europeo del año. Sergi López ha entrado en la galería de las estrellas, y recibe a EL CULTURAL para dar cuenta de sus preocupaciones, sus proyectos y la realización de un sueño que nunca soñó.

Desde que recibió el premio Europa al mejor actor del año, Sergi López ya no es sólo ese padre de familia con aspecto de rockero trasnochado. Ahora le paran por la calle para agasajarle con gestos de admiración, y le acompaña un representante artístico que le lleva en volandas de ciudad en ciudad, de promoción en promoción... Ahora, las paredes de los dormitorios de algunas adolescentes están cubiertas con su imagen, entre fría y amable, moderadamente corriente y de belleza embrutecida. Ha necesitado una década y una veintena de películas para dejar atrás su vida de francotirador en la jungla interpretativa, pero el actor catalán no quiere cegarse con tanto flashazo y adulación -"El glamour y la fama son todo lo que no me interesa del cine", dice-, y repite algo aturdido que no se explica la razón de su éxito, que él no va a cambiar, que sólo quiere trabajar... ¿Falsa modestia?

-No, de verdad... he recibido el premio encantado de la vida, ha sido algo increíble y sorprendente, pero lo que siento por encima de todo es una especie de rubor malsano, porque realmente no entiendo lo que ha ocurrido. Al principio estaba muy despistado, pero ahora me lo tomo con más calma y procuro disfrutar.

-¿Por qué no entiende que la Academia Europea le haya considerado el mejor actor del año?

-No es exactamente eso. Si los académicos lo han juzgado así, perfecto, ninguna objeción. Lo que me desconcierta un poco es que yo nunca he perseguido el triunfo. Me sabe mal decirlo, porque sé que hay muchos actores dejándose la vida para conseguir algo, pero yo no fui a Francia hace diez años con el objetivo de triunfar. Ni siquiera había soñado con hacer una carrera cinematográfica, mis esfuerzos iban encaminados hacia el teatro. Todo esto me ha llegado por inercia.

La posición dramática

-¿Quiénes fueron sus mentores?

-Mi primer maestro fue Toni Albac, un chico de mi pueblo que es capaz de alcanzar registros increíbles. Después me trasladé a París para estudiar en la Escuela Internacional de Teatro, donde estuve dos años trabajando intensamente. En realidad, mi formación es puramente teatral y me da pena haberlo abandonado. Aunque es un abandono totalmente coyuntural, porque estoy seguro de que volveré a hacer teatro.

-¿Siente que en su paso del teatro al cine ha perdido algo valioso?

-He perdido cosas, pero sobre todo he ganado en ofertas. Creo, sin embargo, que no hay nada comparable a la posición dramática de un escenario para un actor. Allí encima controlas todo lo que estás haciendo y luego no hay nadie para cortar tu mejor actuación en una sala de montaje. He escrito varias piezas de teatro experimental, casi siempre en colaboración con amigos. Ahora mismo, con Frederik Fontayne [director de Una relación privada] estoy escribiendo una pieza. Siempre me ha gustado la creación en teatro, porque me he movido mucho por los círculos independientes y alternativos, y es algo que no quiero abandonar... disfruto mucho con ello.

-Entonces, además de dinero, ¿qué ha ganado con el cine? ¿El glamour, quizá?

-Ja, ja, ja... El glamour... Es algo de lo que nunca me he sentido cómplice. Lo miro con cierta distancia y simpatía... es un concepto que está muy asociado a ese halo que desprenden las estrellas de cine. Puedes llegar a alcanzar una cierta popularidad, incluso hay gente que me encuentra glamouroso, pero es una auténtica boutade. Es eso que reluce pero que no es oro. Aunque sea divertido ir en limusina al Festival de Cannes, en realidad es algo completamente falso. No lo contemplo ni mucho menos como algo esencial de mi trabajo.
-¿Dónde establece el límite de sus ambiciones? ¿Quizá en Hollywood?

-Para mí Hollywood no es un objetivo, ni siquiera es un sueño. Tengo la impresión de que para estar allí hay que quererlo, hay incluso que prepararse para ello. Penélope Cruz y Antonio Banderas no están ahí por casualidad. Lo han perseguido y lo han luchado, han sabido qué botones pulsar dentro de la industria. Trabajar en Hollywood no es algo que me interese, ni siquiera me lo planteo. Para empezar, en ningún momento contemplo la posibilidad de vivir allí, a mí me gusta Vilanova, donde vivo, y no tengo ninguna necesidad de cambiar de vida.

-Da la impresión de que se lleva muy bien con los cineastas que ha trabajado. La prueba indiscutible es que la mayoría quiere repetir con usted. ¿Cómo consigue separar la relación profesional de la personal?

-Es cierto que suelo tener una relación más allá de lo estrictamente profesional con los directores. Pero aunque quisiera evitarlo, no podría. Son muchas horas juntos, muchas conversaciones... Como esto de actuar no es algo tangible, nadie conoce la fórmula para determinar qué es una mala o una buena actuación, pues la relación con los directores es muy importante. Además, conocer la personalidad del director me ayuda en muchos casos a decidirme por un guión o por otro. Por ejemplo, trabajar con Miguel Albaladejo es un gustazo, porque en ningún momento contempla el elemento del sufrimiento como parte de su trabajo. Yo estoy en esto para divertirme. Miguel también lo entiende así, y los rodajes con él son pura diversión. No creo que pudiera llevar muy bien el trabajo con un director que busca el sufrimiento de los actores para encontrar lo mejor de sí mismos.

-De momento ha sabido escoger muy bien los papeles que ha interpretado, parece como si tuviera un sexto sentido para ello. ¿Ha sido cuestión de suerte o sigue un método especial?

-En cierta manera, lo único que me interesa es el guión, la historia. En realidad no me fío de nada ni de nadie, porque en este mundo es frecuente eso de dar gato por liebre, y además no me fío ni de mí mismo. Tengo claro que lo que me debe interesar es la historia, y para que me interese no tengo una estrategia clara, quiero decir... no me muevo por unos parámetros establecidos, ni me fijo en la simpatía que pueda producir mi personaje en el espectador o cosas así. Ocurre como con las películas, del mismo modo que algunas te gustan y otras no, generalmente por razones peregrinas que no puedes explicar, lo mismo pasa con los guiones. Yo me quedo con la primera impresión. Si es buena, acepto el papel. Sin más.

Entre Francia y España

-¿Cree, sin embargo, que una buena actuación puede salvar un mal guión?

-Si la historia no se sostiene por sí misma, el intérprete tiene muy poco que hacer al respecto. Creo más en la capacidad de una historia para dar espacio a un actor y que pueda desarrollar su talento.

-Respecto a su talento, han tenido que reconocérselo en Francia para que en España también se le tuviera en cuenta. ¿Guarda algún rencor hacia la industria española?
-No, ninguno. No tengo ningún reproche hacia España. Ha sido todo cuestión de azar.

-¿Ha encontrado muchas diferencias entre un cine y otro?

-Los rodajes son todos iguales, una locura. Pero en términos de industria, lo que se refiere a la distribución y promoción de la película, los franceses nos llevan muchas carreras de ventaja. Destinan una cantidad muy importante de los presupuestos a la promoción, y el actor lo nota mucho, porque acaba trabajando el doble. Es agotador, pero de momento lo llevo bien.

-¿Y en cuestiones económicas?

-Lo cierto es que ambas industrias pagan más o menos igual. En teatro, aunque parezca sorprendente, los actores están mejor pagados en España que en Francia. Pero en cine cobran lo mismo.

-¿Cuál es su caché?

-No tengo. Mi caché va en función de las producciones. Cuanto más cara es la película, más cobro. Es un trabajo que de todos modos está bien pagado, así que no veo la necesidad de imponer un caché.

-¿De qué se alimenta un actor para meterse en la piel de personajes tan introspectivos como los que usted ha tenido que dar vida?

-Si se refiere a alimento intelectual, en mi caso no es muy boyante. Veo poco teatro, veo poco cine y no leo prácticamente nada. Aunque no es algo que diga con la boca grande, porque en cierta manera me avergöenzo de ello. Yo me muevo más por referencias tangibles, me nutro de todo... observando a la gente, intentando comprenderla. La calle me alimenta más que el arte. Soy poco introspectivo trabajando, nunca trato de identificarme con el personaje. Tengo la capacidad de establecer un límite ente el personaje y yo. Lo veo todo más bien como un juego, como una gran mentira o más bien como una mentira mágica. Lo importante es que sea el público, y no yo, quien se crea al personaje que interpreto.

-¿Siempre ha sido así o es consecuencia de que ha alcanzado una madurez como actor?

-Mire... no lo sé. Por más películas que haga, creo que no sabré nunca exactamente si lo que hago está bien o está mal. Ahora estoy en una etapa en la que empiezo a descubrir lo que puedo hacer, mis virtudes y mis limitaciones. En realidad, ahora estoy descubriéndome como actor.