Cine

La Berlinale rompe el silencio caníbal del Doctor Lecter

Hannibal se come Berlín

7 febrero, 2001 01:00

Este viernes se estrena en Estados Unidos. El sábado se proyecta en la sección oficial de la 51 edición de la Berlinale -que comienza hoy con una notable presencia norteamericana y asiática-, y en dos semanas llega a nuestras pantallas Hannibal, de Ridley Scott, la esperada secuela de El silencio de los corderos. El festival de Berlín proyecta además una retrospectiva completa de Fritz Lang, donde se contempla el estreno mundial de una nueva restauración de Metrópolis que el crítico Miguel Marías analiza para EL CULTURAL.

Hace diez años, El silencio de los corderos fue el tercer filme de la historia en obtener los cinco galardones más importantes que concede la Academia de Hollywood. Dirigida por Jonathan Demme a partir de un guión de Ted Tally, la película recibió la aclamación crítica y el favor del público, quienes encontraron en el psicópata y bon vivant Hannibal Lecter una irresistible fas- cinación por el mal intelectualizado, mérito atribuible a la magistral interpretación de Anthony Hopkins en uno de los más redondos antihéroes dibujados en pantalla.
No hay más que recordar la presentación de este asesino en serie para convencerse de que la maldad es palpable: Hopkins se mantiene perfectamente estático en el centro de una celda de máxima seguridad, la luz apenas le toca y su expresión es la de un animal salvaje en cautiverio. Las credenciales del monstruo (una de las creaciones más mitificadas desde el Frankenstein de Shelley y el Drácula de Stoker) son bien conocidas: modales refinados, inteligencia superior y un apetito ecléctico. Una prolongación ficticia -pero completamente verosímil- de famosos criminales como Ed Gein, Peter Kurten, Jeffrey Dahmer o el caníbal ruso Andrei Chikatilo. "Nos gusta Hannibal Lecter porque es como un Nosferatu actual. Su atractivo es de carácter menos místico que el de otros monstruos: existe en el mismo mundo que nosotros, lo que le hace más aterrador", argumenta Ridley Scott, que ha tomado el relevo de Demme.

Después de su rotundo éxito, lo normal en una frenética industria como la de Hollywood es que la secuela no se haga mucho de rogar, sobre todo después de un final tan intencionadamente abierto como el de la primera parte. Pero han tenido que pasar diez años. No ha sido fácil para los productores Dino y Martha de Laurentiis rescatar a la agente Clarice Starling y al doctor Lecter para la gran pantalla. Primero tuvieron que esperar a que su creador literario, Thomas Harris, ideara una forma de vida y una nueva trama para implicar a ambos protagonistas diez años después de su primer encuentro. "Cada seis meses llamábamos a Tom y le preguntábamos por la novela. Pero él lo llevaba todo en silencio, era como un plató cerrado", explica Martha de Laurentiis.

A rey muerto, rey puesto

Con los derechos adquiridos de antemano, los Laurentiis recibieron una negativa de Jonathan Demme a rodar la segunda parte una vez que la novela se publicó. No le había gustado. Jodie Foster también declinó su invitación. Ambos afirmaron estar descontentos con las dosis de violencia de Hannibal, según ellos más grotescas que las de la primera parte. Ridley Scott estaba inmerso en la mitad del rodaje de Gladiator cuando recibió la oferta, y la aceptó sin dudarlo: "Me gustó el hecho de que contaba una historia diez años después pero que también había sido escrita diez años después, por lo que se leía como algo totalmente diferente de su predecesora". Julianne Moore firmó como sustituta de Foster. A rey muerto, rey puesto. Afortunadamente, Sir Anthony Hopkins no pudo rechazar la oportunidad de volver a meterse en la piel del personaje que más caché ha aportado a su carrera: "Supongo que un psicoanalista jungiano diría que es la sombra que todos llevamos dentro".

Después hubo problemas con el guión de David Mamet, sobre el cual los productores tenían sus dudas. Para solucionar el desaguisado contrataron a Steven Zaillain, guionista de La lista de Schindler, que figura en los créditos como co-guionista junto a Mamet. Finalmente, el rodaje comenzó en Florencia el 8 de mayo de 2000, y se prolongó durante varias semanas, hasta el 25 de agosto, en localizaciones de Washington D. C., Richmond, Virginia y Carolina del Norte.

Para gozo de los espectadores pacientes, Hannibal se estrena el viernes en Estados Unidos, al día siguiente se proyecta en la sección oficial de la Berlinale -aunque sin opción a premio-, mientras que a las pantallas españolas llega el viernes 23 de febrero. En la segunda entrega, el espectador se encuentra que justo una década después de su fuga, Hannibal Lecter está otra vez dispuesto a ocupar un lugar de privilegio en las pesadillas de los espectadores. Ahora vive apaciblemente en Florencia -sus dibujos del Duomo que decoran las paredes de su celda en El silencio... no eran gratuitos-, y lleva una vida airosa bajo una identidad falsa.

Clarice Starling (Julianne Moore), su antagonista y fantasía irrealizada, sigue una férrea disciplina como una de las agentes más sobresalientes del FBI. La trama se desencadena a partir de una suculenta recompensa internacional para capturar al doctor Lecter, y en los primeros minutos de metraje, un dectective italiano (el galán Giancarlo Giannini) intenta cobrarla sin éxito. Hannibal contempla entonces la posibiidad de volver a Estados Unidos para deshacerse del promotor de la recompensa, Mason Verger, única víctima que sobrevivió a sus bocados de carne humana. Como reza uno de los lemas promocionales del filme ("Han pasado diez años y ella sigue siendo para él su fantasía preferida"), subyace un motivo mucho más importante en la decisión de Lecter: encontrar a Starling.

Respeto mutuo

"Uno de los elementos clave que emerge en el desarrollo del relato es el creciente respeto mutuo que se establece entre dos seres humanos que no pueden ocupar una posición más disitinta en la vida: un asesino en serie y una agente del FBI", explica Ridley Scott. El odio y la admiración se alimentan como motores de la historia aunque, siguiendo los rastros de la novela, no son los personajes protagonistas quienes abren un camino de confluencias, sino el ambicioso Paul Krendler (Ray Liotta), un miembro del Departamento de Justicia que, reclutado subrepticiamente por Verger, reabre la investigación del FBI sobre la desaparición del asesino múltiple. Han transcurrido diez años desde que la novata agente se ganara la simpatía del psiquiatra Lecter con su inteligencia, pero ahora ya es una veterana investigadora con más miedo que ambiciones.

Pero la incertidumbre de Hannibal no reside sólo en la capacidad de los guionistas para envejecer a los personajes y recuperar una trama de terror psicológico, sino en el respeto que un director tan considerado (e irregular) como Ridley Scott pueda tener hacia el trabajo de Jonathan Demme. ¿Rodaría la secuela con la misma elegancia que el director norteamericano? ¿Mantendría la política de elipsis como motores del miedo invisible, o se decidiría por introducir secuencias cercanas al gore tal como quedan descritas en la novela? Uno de los grandes aciertos de El silencio de los corderos -y que desde entonces creó una escuela de correligionarios encabezada por David Fincher- residió en la confianza depositada en el director de Fotografía Tak Fujimoto, que otorgó al filme una estética muy estilizada, aportando al relato una sorprendente claridad, de manera que todo el horror se mostraba a la luz del día. Desde que aceptó el envite, la posición de Scott fue, además de lógica, muy clara: "Si esta película está al mismo nivel que El silencio de los corderos, me sentiré feliz. Pero yo soy muy competitivo, así que puede que resulte incluso más interesante que su predecesora. Desde luego, tendrá un estilo y un tono propios". Despejadas las dudas, será el público quien decida qué pesadilla prefiere llevar a su cama.