Image: Fernando Meirelles

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Cine

Fernando Meirelles

“No hago de la violencia un espectáculo”

30 enero, 2003 01:00

Fernando Meirelles

Crónica real de veinte años de crimen en la favela, Ciudad de Dios ha revelado a Meirelles como uno de los autores más viscerales de los últimos años. Tras su arrollador éxito en Brasil, el filme llega el 31 de enero a nuestras salas.

Nunca los criminales fueron tan jóvenes. En realidad preadolescentes, niños que todavía no han aprendido a afeitarse pero manejan las armas como si fueran proyecciones de su cuerpo. Cuando un joven ha alcanzado los 16 años en Ciudad de Dios (Río de Janeiro), sabe que lo mejor de su vida ha quedado atrás. Con suerte llegará a los veinte. La favela -y así lo ha retratado Fernando Meirelles en su tercer y explosivo largometraje- es un cruce entre orfanato y campo de refugiados, olvidado universo de la droga, el crimen y el desamparo.

"La pérdida de vidas es el tema central de la historia", dice Meirelles, quien decidió adaptar la novela Ciudad de Dios de Pablo Lins -crónica épica y laberíntica de veinte años de narcotráfico en la favela, desde los años 60 a los 80, con 300 personajes rescatados de la realidad y más de cien historias-, como respuesta de choque a lo que ignoraba: "La letanía de jóvenes muertos en la flor de la vida, y cómo aceptan la violencia y la muerte, fue lo que más me impresionó. Me reveló la otra cara de mi país".
-Hice esta película justamente para que la sociedad brasileña viera una parte de Brasil que se conoce muy poco. El filme ha conseguido la mejor taquilla de una película brasileña en los últimos quince años, lo que significa que el público la ha comprendido y se ha sensibilizado.

-¿Cree que no hay esperanza en los suburbios de Río?
- En el filme, ningún criminal escapa a un destino doloroso. Sólo el personaje narrador y observador de la acción, Buscapé, apunta una esperanza. Es difícil, pero no imposible, escapar de ese destino. Pablo Lins es un ejemplo de ello, el verdadero Buscapé. Pero, de hecho, después de los años ochenta, Ciudad de Dios continuó siendo un lugar violento y aún hoy lo es.

Actores de la calle
-¿Podría haber hecho esta película con actores profesionales?
-Imposible. Esos niños, recogidos de la calle, me ayudaron a escribir el guión a partir de experiencias propias. Les explicaba cuál era la intencion de las escenas y dejaba que improvisaran. Luego iba comentando las improvisaciones hasta que llegábamos a las escenas tal y como aparecen en la película. El 70% de lo que dicen no está escrito en el guión. Actores profesionales o de clase media no me hubieran dado eso.

-Aunque el filme respira mucha pureza, no ha prescindido de técnicas de edición propias de la publicidad (acciones aceleradas, pantalla fragmentada, montaje rápido, etc.). ¿No temía que el abuso de "efectos" jugara en contra de la autenticidad que buscaba?
-La película huye del cuidado con la imagen que se usa en la publiciad, a veces hasta recuerda a un documental. Utilizamos sólo iluminación natural, no hay ninguna preocupación por buscar ambientes hermosos, no tenemos actores modelos. Lo que hay es una edición muy ágil. No intenté estilizar la película. Tampoco me preocupé de saber si quedaba muy publicitaria o no, sabía que algunos críticos podían mencionar eso, pero hice el filme para el público y éste parece envolverse con los personajes y la historia.

-Se ha dicho que su película es una mezcla de Uno de los nuestros y Amores perros. ¿Estaban en su cabeza al realizar Ciudad de Dios?
-Sí. Hay una clara relación con Uno de los nuestros: muchos personajes, un narrador en el centro de la acción, una historia que ocurre en dos décadas. Hay una cierta urgencia en el modo en que filmé, que se ve también en Amores perros. Pero también hay otros directores: Ken Loach, Paul Thomas Anderson, Bertolucci, Pasolini, etc.

- ¿Cuál es su postura en el tratamiento de la violencia en cine?
-La violencia en Ciudad de Dios es banal. Intenté no usar violencia gráfica, no hacer de ella un espectáculo como hace Tarantino. Durante la guerra la cámara siempre está distante. No hay sangre esparciéndose ni revólveres apuntando a cámara. Incluso en la escena más cruel, en la que un niño es obligado a matar a otro, la cámara está escondida tras su cuello y sólo oímos el tiro. La violencia está en la cabeza del espectador, no en la pantalla. Mi intención es que eso genere reflexión, no catarsis