Image: Agnès Varda, la lucha solitaria

Image: Agnès Varda, la lucha solitaria

Cine

Agnès Varda, la lucha solitaria

CineFrancia 2003 en Zaragoza

3 abril, 2003 02:00

Agnès Varda

Dentro de CineFrancia 2003, que comienza el 5 de abril en Zaragoza, la "dama" de la Nouvelle Vague Agnès Varda recibirá el ángel de Honor en reconocimiento a su carrera. Además, tendrá lugar el preestreno de su último filme, Deux ans après, continuación de Los espigadores y la espigadora.

"Hay que luchar para no perder el placer, el gusto de hacer cine", decía Agnès Varda en 1986, treinta y dos años después de haber rodado, en 1954, La Pointe courte. Aquel trabajo, filmado ya en un estilo próximo al documental, ofrecía el debut tras la cámara de un directora de veintiséis años, y supuso, por sus métodos de producción y rodaje, por su independencia de espíritu y por la relación de intensa subjetividad que establecía con sus materiales, un obra precursora y de avanzadilla, antesala directa de la Nouvelle Vague, como bien supo detectar André Bazin.

En el año 2000, cumplidos ya los setenta y dos años, Agnès Varda coge una cámara de vídeo digital y, sin soltarla nunca de su propia mano, recorre Francia en busca de cuantos individuos más o menos marginales viven, en la moderna y tecnológica sociedad contemporánea, entregados a la práctica del reciclaje. El resultado es Los espigadores y la espigadora, quizás el más juvenil y moderno filme que llegó a las pantallas españolas el año pasado: una oportuna reflexión sobre la cultura del despilfarro, una película-ensayo sobre una cineasta que se filma a sí misma en busca de "fragmentos olvidados de la realidad" entre las ruinas de una civilización cuyos excedentes le sirven a la directora para mostrar cómo "la barbarie del neocapitalismo encuentra su espejo en las miserias de la privacidad", en oportunas palabras de Carlos Losilla.

Entre medias, la vida y la filmografía entera de Agnès Varda no ha dejado nunca de luchar para no perder el contacto con lo real. Toda su obra parece estructurada para explorar las fronteras que separan, o que relacionan entre sí, al documental y a la ficción: "siempre he querido utilizar una técnica documental al servicio de la ficción para dar a ésta la textura de la realidad". Sin dejar nunca de narrarse a sí misma como método para interrogarse en voz alta sobre la función del creador, o sobre la intermediación del cineasta, esta directora de origen belga y nacida en Bruselas, pero casada con Jacques Demy (al que tributó un emocionado homenaje en Jacquot de Nantes), nunca ha dejado de hacer cine y de hacerlo deprisa, con la urgencia propia de aquellos cineastas para quienes hacer cine, y no sólo hacer películas, es la razón de su vida.

Por ello su filmografía no responde a los cánones convencionales ni se limita, tan sólo, a los largometrajes de ficción de formato aparentemente tradicional, como pueden ser Le Bonheur (1964) o Les Creatures (1965). Agnès Varda alterna sin solución de continuidad la práctica del cortometraje (el soberbio Ulysse, la serie Une minute pour une image: 170 filmes de dos minutos, dedicado cada uno a comentar una fotografía), de los experimentos narrativos como Cleo de 5 a 7 (rodada en 1961, donde superpone el tiempo fílmico y el tiempo real para narrar el transcurso de dos horas en la vida de una joven), de los ensayos reflexivos (L’Une chante, l’autre pas, 1976), de los falsos documentales que confunden deliberadamente la ficción con la realidad (Documenteur, 1980) o de un subjetivo ejercicio metanarrativo disfrazado de retrato biográfico, como resultó ser su personalísima aproximación a Jane Birkin en Jane B. par Agnès B. (1987).

Su concepción del cine como un oficio vivo, como un ejercicio de libertad existencial, le ha permitido filmar también, a corazón abierto, audaces indagaciones en la libertad íntima del individuo que vive en los márgenes de la colectividad, en el choque entre la subjetividad personal y la percepción social, como resultó ser ese apasionante trabajo de escritura fílmica titulado Sin techo ni ley (1985), con el que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia. Sin rendirse jamás a los imperativos del mercado, ha salido a buscar sus propias imágenes en torno a los movimientos políticos radicales (Black Panthers, 1968), por las calles de París (Daguerréotypes, 1975) o en los muros pintados de Los ángeles (Mur, murs, 1980). Para Agnès Varda (directora de películas en las que nunca aparece la palabra "fin"), el cine es un instrumento de conocimiento, una manera de descubrir el mundo a través de imágenes vivas y orgánicas, que crecen y se enriquecen en contacto directo con los seres humanos.