Image: Kill Bill Vol. 2

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Cine

Kill Bill Vol. 2

Director: Quentin Tarantino

22 julio, 2004 02:00

Uma Thurman en Kill Bill Volumen 2, de Quentin Tarantino

Intérpretes: Uma Thurman, David Carradine, Michael Madsen. Guionista: Quentin Tarantino. Estreno: 23 julio. 136 minutos

En los años setenta los cines de barrio eran sinónimo de programa doble. La sabiduría popular tenía claro que la primera película de la sesión era el complemento, el aperitivo para entrar en calor, y la segunda era el peso pesado, la razón secreta que daba sentido a un paquete a menudo consumido entre ruido de papel de aluminio y frutos secos descascarillados. No es difícil imaginarse Kill Bill Volumen 2 proyectada como plato fuerte de uno de esos programas dobles: no en vano empieza con un trailer-prólogo que resume en apenas dos minutos la historia del volumen uno, un poco a la manera de los oportunistas y creativos anuncios de las películas de terror de William Castle. En cierto modo, Kill Bill Volumen 2 es la contundente respuesta que da Tarantino a todos aquellos que se quejaban de la anorexia argumental y la caprichosa revisión genérica de la primera parte. Y lo es con premeditación y alevosía: tal vez esa empecinada demostración de genio es el único punto discutible de este impecable volumen dos. Tarantino quiere repetir la jugada de Jackie Brown de un modo demasiado premeditado, y se le nota la intención desde el primer encuentro entre Beatrix (ahora la majestuosa Uma Thurman tiene nombre propio) y Bill (ahora el extraordinario David Carradine tiene cara) hasta el último, brillante duelo verbal entre dos asesinos que están de vuelta de todo.

No crean, sin embargo, que Tarantino renuncia al culto de la cita. De hecho Kill Bill Volumen 2 es como una revisión en clave romántica de un "spaghetti western" de Sergio Leone: de él hereda la física expresividad de los primeros planos, la dilatación del "tempo" narrativo, el ojo antiheroico clavado entre las cejas de dos almas perdidas enamoradas de su trabajo. Aún hay más: en una de las mejores secuencias de la película, Tarantino se atreve a desempolvar a uno de los directores menos reivindicados por la alta cultura cinéfila y más valorados por los aficionados fanzineros. El homenajeado es nada más y nada menos que el italiano Lucio Fulci, que en Miedo en la ciudad de los muertos vivientes resolvía el dilema espacial de un enterrado vivo con la misma sabiduría que Tarantino despliega en su puesta en escena, que incluso se permite el lujo de reducir el formato scope en sus ganas de representar visualmente la sensación de claustrofobia. Otra vez, la libertad prima sobre la admiración a sus modelos: Tarantino los utiliza para configurar un universo propio que, película a película, se perfila cada vez con más autoridad.

Sin embargo, si Kill Bill Volumen 1 era una película muda con una banda sonora excepcional, Kill Bill Volumen 2 es una película hablada, muy hablada. Tarantino escribe diálogos como si fueran preciosos epitafios, hermosas sentencias de muerte que resumirían la contradictoria riqueza de toda una vida. De una vida como la de los dos protagonistas de esta conmovedora historia de amor que, después de cruzar la línea de fuego, sigue tan intacta como lo está una sombra reflejada en una pared. Pegada a ellos está la complicidad de dos personas que se entienden más allá del tiempo y la traición, materializada en una espléndida secuencia intimista que funciona a la vez como clímax de un melodrama arrebatado y como muestra de respeto de un cineasta que parece haber comprendido, con cuarenta años recién cumplidos, todos los secretos del crepúsculo. El plano sostenido de David Carradine dándonos la espalda que la clausura evoca el plano desenfocado que separa a las dos almas solitarias del final de Jackie Brown: es difícil imaginar mejor homenaje a la vida que esta bella aceptación de la muerte.