Otros días vendrán
Director: Eduard Cortés
6 octubre, 2005 02:00El desafío lo afronta sin ambages la ficción planteada en Otros días vendrán, que invoca de forma explícita el viaje de Ulises hacía ítaca en el transcurso de La Odisea, que carga la historia de "renglones torcidos" y de "zonas sombrías" (son palabras utilizadas por el propio director) para contar el encuentro sentimental de dos náufragos emocionales: una profesora de instituto que gestiona con desastrosa torpeza su insatisfacción sexual y vital bajo la apariencia de una existencia anodina, y un comerciante solitario marcado por los sucesivos y traumáticos suicidios de su mujer y de su hijo.
La apuesta es alta y sus responsables han querido jugar con sabores fuertes: encuentros sexuales entre una profesora y un menor, un anciano víctima de alzheimer, el suicidio de un joven cuyos órganos sirven para salvar la vida de una adolescente enferma, sórdidas citas sexuales en la oscuridad de una oficina... Un guiso con semejantes ingredientes podía haberse cocinado con pudor y contención, pero aquí el chef (Eduard Cortés) y su partenaire en los fogones (el guionista Piti Español) deciden ponerle abundante salsa y se vuelcan en la exhibición de los sentimientos.
Las palabras que la protagonista escribe en el chat cibernético se repiten en la banda sonora, la emoción que sienten las amigas de la adolescente trasplantada la cantan con guitarra en una balada de buen rollito a la que responde el padre del donante como cantautor aficionado (¡¡inefable secuencia!!), los protagonistas se repiten mutuamente sus necesidades ("estoy muy solo", "yo también necesito que me quieran") como si hasta entonces nadie se hubiera dado cuenta de tales carencias, las citas repetidas de La Odisea hacen eco a los avatares de la peripecia...
Dice el director que "la luz sigue protegiendo el lado más siniestro" de su protagonista, pero el problema consiste en que esta apreciación, al igual que ocurre con la referencia literaria del relato homérico, no nace del interior de las imágenes, no se desprende con naturalidad de la narración, sino que una y otra se impostan sobre ambas a base de hacer explícito el potencial dramático de las situaciones. La redundancia y la obviedad amenazan con ahogar casi siempre el drama de los personajes.
Queda en pie la soberbia fotografía de José Luis Alcaine, capaz de conferir espesor y densidad a unas imágenes tejidas sobre un bastidor demasiado endeble. Se salvan las interpretaciones de los adolescentes, el esmero artesanal de la puesta en escena y la voluntad de hablar con sinceridad del dolor de vivir y de la lucha por hacer realidad el sueño de la felicidad, pero en el camino se interpone, fatídico, el exuberante escaparate de sentimientos que se ofrece repetido, masticado y redundante...