Image: Doblemente Agresti

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Cine

Doblemente Agresti

El cineasta argentino estrena dos filmes en dos semanas

22 junio, 2006 02:00

Fotograma de La casa del lago

¿Aniquila Hollywood la personalidad de los cineastas? Era la pregunta del millón para el argentino Alejandro Agresti cuando escuchó el canto de las sirenas (es decir, de los hermanos Weinstein) tras su éxito con Valentín (2002). "Trato de convencerme de que el cine americano puede hacer lo peor y también lo mejor", le dijo entonces a El Cultural, intentando desprenderse así de la "paranoia de perder la libertad creativa". Desde entonces ha firmado dos películas bien distintas: la rodada todavía en su patria, Un mundo menos peor, y la norteamericana La casa del lago. La coincidencia de ambas en nuestras salas -la primera, con el título modificado a Todo el bien del mundo, se estrena mañana; la segunda, el viernes próximo- permite comprobar en qué medida las exigencias de los mayoristas del cine puede modificar el rumbo creativo, el discurso unificador de un cineasta de avanzada y estimable carrera.

La fuerza de Agresti, aquélla en la que se fijaron los Weinstein para traerlo a las filas de la Warner, descansa en su habilidad para esbozar con apenas dos pinceladas los estados emocionales de sus personajes y hacer al espectador partícipe de ellos. En Todo el bien del mundo disecciona con éxito los conflictos de una familia disfuncional en busca de su pasado roto y desfigurado, metáfora de un país devastado que trata de recuperar los ideales perdidos y las personas que el terror político apartó de sus vidas.

Riesgos del melodrama
En un relato coral no invulnerable a los peligros y excesos del melodrama, sobresalen en esta su última aventura argentina un equilibrado guión y, al servicio de la efectividad sentimental de éste, las interpretaciones de sus mujeres protagonistas -Mónica Galán y Julieta Cardinali-, madre e hija mayor que regresan a un pequeño pueblo costero en busca de un padre extraviado.

Convencido de que el "arte del cine sucede frente a la cámara", resultado que ni el guión ni la edición pueden suplantar, Agresti vuelve a extraer petróleo interpretativo de unos actores como Carlos Roffé, Ulises Dumont o Rodrigo Noya (el niño de Valentín), trabajando cómodamente con personajes de doble fondo.

Tras el éxito del filme, premiado en el Festival de Venecia, su primer peaje en Hollywood ha sido el de dirigir con La casa del lago un guión ajeno, remake a su vez del filme coreano Siworae, plegado además a las exigencias de dos superestrellas como Keanu Reeves y Sandra Bullock (juntos de nuevo desde Speed), algo no precisamente idóneo para un avezado guionista que acostumbra a filmar las historias que imagina con los actores que elige. Relato de corte fantástico, narra el misterioso romance entre un hombre y una mujer que viven en dimensiones temporales distintas. El impulso romántico y humano del film sobresale por encima del fantástico, mérito atribuible al director, quien no logra por otra parte hacerse ver en un producto diseñado descaradamente como vehículo para sus actores. Después de todo, la paranoia de Agresti estaba justificada.