Belle Toujours
Director: Manoel de Oliveira
7 junio, 2007 02:00Michel Piccoli recupera su personade de Belle de jour
La operación tiene su enjundia y también su extrañeza. A sus 97 años, el más longevo y prolífico de los cineastas con- temporáneos (el portugués Manoel de Oliveira) vuelve su mirada hacia una película de 1967 (Belle de jour, realizada por Luis Buñuel) para filmar una especie de continuación sui generis de la historia vivida en aquel filme por Séverine y Henri, interpretados entonces por Catherine Deneuve y Michel Piccoli. Ahora este último debe enfrentarse, sin embargo, a una Séverine diferente, puesto que la Deneuve no quiso prestarse al juego, por lo que es Bulle Ogier quien toma su lugar en este inesperado reencuentro que Oliveira ofrece a dos personajes de ficción para rememorar sus amores y desencuentros de casi cuarenta años antes.La recámara de la jugada se desvela socarrona. Oliveira simula contar el reencuentro ficcional de dos personajes igualmente ficcionales, a los que saca del "universo Buñuel" para introducirlos en el "universo Oliveira". Podría pensarse, en una primera y apresurada estimación, que estamos ante un trasplante o ante una rara especie de injerto mediante el que criaturas inventadas por un cineasta se integran en las imágenes de otro, pero a medida que transcurre la función (puesto que de una representación se trata) el cuerpo resultante deviene homogéneo y coherente: bien porque el cine de Oliveira asimila con naturalidad criaturas que finalmente se desvelan mucho más suyas de lo que cabía imaginar, o bien porque las imágenes del portugués acaban siendo, en realidad, mucho más buñuelianas de lo inicialmente sospechable.
A mayor abundamiento, Oliveira filma con plena deliberación a dos intérpretes ya veteranos (Ogier y Piccoli) que hacen pesar su fuerte presencia física, sus modales y sus rasgos vitales -conformados por todas las huellas que la edad deposita en sus rostros- sobre las figuras de ficción a las que simulan dar vida. El peso de la realidad (de unos actores, de unas personas reales cuyo oficio es el de la representación) se acaba imponiendo sobre el recuerdo de unos personajes ficcionales (procedentes de la lejana Belle de jour) cuya resonancia sobre la ficción que ahora se escenifica se desvanece inevitablemente mientras transcurren, sobre la pantalla, las imágenes de Belle toujours, que se despliegan frente al espectador contemporáneo en tiempo presente.
Que esas figuras reales, esos actores, simulen estar metidos ahora en la piel de aquellos personajes buñuelianos transmutados en criaturas de Oliveira no hace sino añadir una jugosa pátina de ambigöedad y de misterio a esta película que se ofrece, a la manera en que ya lo hacían otros filmes de este último (Vuelvo a casa, 2001; Una película hablada, 2003), como una pieza de cámara intimista y casi secreta, bajo la que palpitan subterráneas pulsiones surreales (herencia consciente del original, aquí plenamente asumida) y registros conceptuales -marca inequívoca del cineasta portugués- que enfrían las anteriores hasta dibujar un sugerente mestizaje.
De hecho, la hipotética, pero casi obligada programación conjunta de Belle de jour (Buñuel) y de Belle toujours (Oliveira) en alguna futura sesión de filmoteca o de centro cultural permitiría colocar entre ambas un espejo sobre cuyo azogue se reflejarían, alimentándose entre sí, la ficción y la realidad, el pretérito y el presente, el surrealismo y el conceptualismo. Una operación que haría posible redimensionar, además, el alcance de esta extraña propuesta, pues no tratándose exactamente de una secuela ni de un remake, ni mucho menos de un pastiche, el film de Oliveira plantea numerosas incógnitas a propósito de su verdadera naturaleza. Lejos de toda tentación nostálgica y ajena por completo a la retórica cinéfila del homenaje complaciente, Belle toujours escenifica el reencuentro entre Séverine y Henri como si se tratara de una evocación crepuscular despojada por completo de toda tentación sentimental. En el trance, las dos figuras ganan en dignidad y en autoestima, en humanidad y en serenidad existencial, como si el paso del tiempo hubiera servido para restañar los viejos desgarros de las humillaciones y de las debilidades de la carne, los secretos obligados de una vida paralela poco confesable y los equívocos morales de las extrañas situaciones compartidas antaño.
Oliveira se entrega con regocijo a filmar dicho reencuentro. Lo hace con elegancia y con mesura, con sobriedad e incluso con un punto de adusta distancia, pero esto no impide que salpique el relato con chistes privados, guiños irónicos al original (el misterio de la famosa cajita) y hasta con inesperadas pinceladas surrealistas (¡esa gallina que irrumpe cuando menos podría nadie imaginar!). El resultado es un jugoso y secreto diálogo entre dos universos poéticos probablemente, mucho más emparentados entre sí de lo que hasta ahora casi nadie había sugerido, si bien este cronista no puede evitar la sensación de que Belle toujours no pase de ser, en realidad, un divertimento menor, un inteligente juguete de transición dentro de la obra madura y adulta del más joven y experimental de todos los cineastas actuales.