Image: El Bosque del luto

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Cine

El Bosque del luto

Director: Naomi Kawase.

6 diciembre, 2007 01:00

Emoción y pérdida en El bosque del luto

Intérpretes: Yoichiro Saito y Kanako Masuda. Japón, 2007. Guión: N. Kawase. Duración: 97 mins.

Ha sido necesario que el nuevo film de Naomi Kawase encontrara un hueco en el gran escaparate internacional que supone la sección oficial del Festival de Cannes para que, por fin, una película de esta esencial cineasta japonesa de nuestros días puede llegar a las pantallas españolas. Nunca es tarde si la dicha es buena, como se suele decir, pero digamos también, de antemano, que ahora hace falta recuperar y rescatar cuanto antes el resto de su filmografía: una tarea a la que se apresta ya el próximo Festival de Las Palmas, donde se prepara una retrospectiva completa de todo su cine.

No se puede abarcar El bosque del luto en toda su amplia dimensión, de hecho, si se ve amputada del resto de la obra de Kawase, de la que viene a ser una lúcida y energética prolongación, a la vez que una síntesis condensada y elocuente. Sus planos iniciales ya nos ponen en la pista: unos árboles agitados por el viento nos introducen de golpe, pero también con extraordinaria fisicidad, en el ámbito de la naturaleza, allí donde sus protagonistas (dos personajes que arrastran la herida producida por la pérdida de un ser querido) van a terminar adentrándose a medida que avanza el relato camino de una catarsis sensorial y existencial que constituye el núcleo de la película y, casi podría decirse, la verdadera razón de ser de sus formas y de sus modales.

Son dos personajes muy diferentes entre sí. El anciano Shigeki, que ha perdido a su esposa hace treinta y tres años, se escapa de la residencia en la que vive para buscar la tumba de aquella. La joven Machiko, que ha perdido a su hijo y que trabaja como cuidadora en el centro, acompaña al viejecito en su aventura con la excusa de protegerlo, pero sin duda para vivir también su particular némesis existencial. Itinerario de duelo y de retorno hacia el pretérito, el camino que ambos recorren juntos es también una búsqueda a través de la oscuridad, un combate cuerpo a cuerpo con lo más atávico y con lo más doloroso que pervive en la memoria y en los cuerpos de ambos.

Porque de cuerpos se trata, y también de vivencias intangibles: de la piel que busca el contacto con otra piel, de la sangrante cicatriz exorcizada bajo la lluvia torrencial de un aguacero. La tensión entre la física y sensorial textura de las imágenes (hecha de viento, de arbustos, de agua, de frío y de temblor…) y la capacidad de ésta para invocar lo invisible -las emociones que se desbocan- sostiene la poderosa dialéctica que hace de esta hermosa película uno de los poemas sobre el dolor de la pérdida más desgarrados y emocionantes que nos ha ofrecido el cine contemporáneo. Una cita ineludible.