Image: Tiro en la cabeza

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Cine

Tiro en la cabeza

Director: Jaime Rosales

2 octubre, 2008 02:00

Ion Arretxe (centro) y Jaione Otxone (dcha:) en la película

Intérpretes: Asun Arretxe, Ion Arretxe, Nerea Cobreros y Monique Durin-Noury. Guión: Jaime Rosales. España, 2008. Duración: 85 minutos. Estreno: 3 de octubre.

Entrevista con Jaime Rosales

El título ya debería darnos alguna pista. Tan sólo dos sustantivos unidos por una preposición y un artículo. Sin artículo previo, sin verbo, sin adjetivos, sin retórica ni énfasis. No es "El" tiro en la cabeza, y ni siquiera "Un" tiro en la cabeza. La descripción es tan sucinta como lacónica, carece de acción, de referencias geográficas o temporales, exactamente igual que las imágenes enunciadas por él: estrictamente fenomenológicas, desprovistas de acción y de suspense al menos durante los primeros sesenta minutos, carentes de dramatización, ajenas a todo psicologismo, vaciadas de ideología, amputadas incluso del sonido de unos diálogos inaudibles.

Son las imágenes con las que Jaime Rosales sigue con su cámara, casi siempre a muchísima distancia, como pudiera hacer cualquier viandante con vocación de voyeur, la existencia cotidiana de un hombre corpulento al que vemos sentarse en un parque mientras conversa con una joven y juega con un niño pequeño, hablar con otro hombre, visitar a una mujer y empezar a hacer el amor con ella, montarse en un coche con otras dos personas, tomarse una caña en una cafetería de carretera. La vida misma, en definitiva, de cualquiera de nosotros en una jornada cualquiera… hasta que, de improviso, sin justificación, sin causa o motivación visible, sin lógica ni reflexión intermedia, esa persona se transfigura, se pone nerviosa y aparece el monstruo… Porque de eso habla, en definitiva, esta película llamada a provocar todo tipo de polémicas, tanto políticas como cinematográficas. De ese monstruo que anida en el interior de alguien a quien, si lo observamos sólo desde fuera, a prudente distancia, frente al ritmo cotidiano de su vida pública, resultaría imposible identificar con un etarra asesino. Contemplada así su rutina diaria (sin acceso a sus conversaciones privadas), el absurdo y lo ininteligible de su asesinato posterior quedan todavía más en evidencia. Lo gratuito de esa acción terrible abre paso a un horror insondable, no manipulable políticamente, no manejable racionalmente. Pues eso es precisamente "lo que se ve", parece decirnos Jaime Rosales con su arriesgada propuesta formal. Desprovistas de toda consideración ideológica o política, las imágenes de Tiro en la cabeza se dejan contagiar -y casi atravesar- por el propio dispositivo de rodaje que la da forma. Las conversaciones de los personajes (que nunca escuchamos) son las conversaciones reales que el actor (Ion Arretxe) mantiene -de verdad- con su verdadera hermana y con su sobrino pequeño, con su amigo de toda la vida, con su novia. Algunas figuras secundarias adquieren de repente, sin justificación ninguna, una dimensión visual y expresiva de notable relieve. El punto de vista se muestra titubeante, poco riguroso, a veces incluso artificial y hasta en ocasiones sumiso frente a ciertas convenciones (¡esos planos-contraplanos en algunas conversaciones!). No hay suspense ni expectativa. La rutina toma el lugar del espectáculo. La vida se cuela -imperfecta, caprichosa, incontrolable- entre las rendijas del cine.

Paradójicamente, todo esto ocurre mientras la película se mantiene en el más puro terreno de lo ficcional, cuando Jaime Rosales se atreve a filmar la (imaginada, pero verosímil) vida cotidiana de un asesino (ya lo hizo antes en Las horas del día: otra película que hablaba del monstruo interior, de la máscara social del horror), durante casi sesenta minutos de ficción heterodoxa que dan paso, casi sin solución de continuidad, a la reconstrucción de unos hechos reales bien documentados por la crónica política. El sustrato documental de la realidad alimenta así la ficción de la primera parte tanto como los referentes reales sustentan la dramatización ficcional de la segunda, construida con los códigos propios del cine criminal de género. Los prolegómenos del asesinato y todo lo que viene después ya lo habíamos visto antes -con los mismos códigos- en muchas otras películas, aunque aquí se filma desde la misma distancia a la que habíamos contemplado anteriormente todo lo precedente.

La operación formal, estética y lingöística ensayada por el director es de alto riesgo, pero las propias texturas de la película dejan al descubierto la naturaleza del ensayo: una búsqueda formal que es también moral, una indagación estilística que expresa una reflexión ética, una apuesta narrativa que deriva de una convicción profunda. El resultado es una película valiente y provocadora, inquisitiva y desafiante, contaminada por la perplejidad inquietante que deriva de descubrir el veneno del horror en las entrañas de lo cotidiano. Una obra felizmente bastarda, irregular, indistintamente arbitraria y rigurosa, que deja al descubierto sus propias tripas a la vez que nos obliga a cuestionar las nuestras, que nos exige pensar y que interpela tanto a nuestra razón como a nuestras emociones sin ofrecernos asideros cómodos o complacientes. Un lujo para el cine español.