Image: Suzuki

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Cine

Suzuki

Un yakuza fuera del canon

13 noviembre, 2009 01:00

Un momento de Branded to kill (1967)

La edición de tres de sus mejores películas lanza al mercado español a Seijun Suzuki, el artificiero de la serie B japonesa.

Del mismo modo que no se puede decir que la música de Gustav Mahler es más importante que la de The Kinks, tampoco diremos que el cine de Akira Kurosawa es más importante que el de Seijun Suzuki. Las jerarquías en el arte nunca han sido muy provechosas, y los cánones no hacen sino mutar en el tiempo y el espacio. Si no caben dudas de que Tarantino, Lynch y Jarmusch forman parte de un canon de autores del cine contemporáneo occidental, no debemos olvidar que algunos sorprendentes fragmentos de sus películas se deben a veleidades artísticas de artesanos desplazados a una "segunda categoría" en las listas de autores esenciales, como es el caso de Seijun Suzuki (Tokio, 1923), quien hasta hace unos días era un cineasta inédito en el mercado español.

El reciente lanzamiento de tres de sus obras más representativas -Gate of Flesh (1964), Tokyo Drifter (1966) y Branded to Kill (1967)-, realizadas durante su fructífero período con la productora Nikkatsu, permitirá al fin descubrir que no todo lo que parecía explosivamente novedoso en títulos como Reservoir Dogs (1992), Carretera perdida (1997) o Ghost Dog (1999) era realmente tan inaudito. Cuando el mercenario interpretado por Forrest Whitaker en la película de Jarmusch elimina a uno de sus objetivos disparando su pistola a través de la cañería del baño, los espectadores familiarizados con el universo de Suzuki identificarán el origen en Branded to Kill. Este filme en torno a la crisis de identidad del Número 3 de los asesinos profesionales (interpretado por el actor de carrillos artificiales Jo Shishido), tan marcado para matar como para morir, es sin duda el más popular de la amplia filmografía de Suzuki, quien aplica un ambicioso y extravagante tratamiento formal a los códigos de una película de mercenarios, como si sometiera la brutalidad de A quemarropa (1967, John Boorman) al filtro artístico de Persona (1966, Ingmar Bergman).

No es disparatado equiparar Branded to Kill con Elephant, de Alan Clarke. La principal búsqueda de Suzuki no es argumental sino visual. En su interés por mostrar la acción pura y desnuda, libre de motores psicológicos, desarrolla un sentido del montaje destinado a crear fuertes rupturas espaciales y narrativas. No en vano, estas extravagancias le costaron el final de su larga colaboración con el sello Nikkatsu, que le despidió por entregar una película "incomprensible". Se ponía así fin a un período de once años en los que Suzuki había realizado cuarenta filmes para la compañía de serie B nipona, siempre tratando de introducir algunas señas artísticas a través de las rígidas convenciones de los géneros. Su condición de artificiero dentro del sistema y su fruición para filmar la violencia equiparan a Suzuki con autores disidentes como Sam Fuller, Don Siegel o Sam Peckinpah, que también fueron capaces de desarrollar su contundente voz creativa operando en thrillers, westerns o policíacos. Durante la posguerra tras Hirsohima, Japón sufrió un aluvión de cine americano que despertó una gran pasión en los cineastas, entre ellos Suzuki, quienes favorecieron el auge de los géneros americanos en la producción nipona, en detrimento de los jidai yeki (cine de época) o los yakuza eiga (películas de ‘yakuzas’), género al que sin embargo pertenece la memorable Tokyo Drifter.

Precisamente en la posguerra sitúa Suzuki su exótica y neosadomasoquista Gate of Flesh, en la que cuatro prostitutas tratan de sobrevivir en una ciudad devastada negándose a alquilar sus cuerpos a soldados americanos para no mancillar el espíritu nacional. Un espíritu traumatizado por la derrota y la ocupación que resuena en cada plano de un filme que haría las delicias de Godard y Almodóvar. Gate of Flash permite reconocer la importancia del director artístico Takeo Kimura en la obra de Suzuki, quien le ha acompañado prácticamente a lo largo de toda su carrera, y cuya fuerte personalidad creativa confiere a los filmes esa dimensión tan ferozmente pop y onírica, con decorados al borde del surrealismo y arraigados en la abstracción del teatro kabuki. Más allá de cánones.