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Proyecto Rabadán
Dos películas y un cómic indagan en la oscura mente del ‘loco de la ballesta’
4 diciembre, 2009 01:00Imagen de Las dos vidas de Andrés Rabadán
La historia del llamado asesino de la ballesta llega hoy a la cartelera con Las dos vidas de Andrés Rabadán, de Ventura Durall. El documental El perdón y un cómic ponen de actualidad al parricida.
Ventura Durall se propuso en el año 2000 explorar la pulsión oscura del homicida. El germen cuelga en las paredes de un restaurante de Barcelona, donde Durall se fijó en unos cuadros dibujados por Andrés Rabadán. "¿Cómo alguien con tanta capacidad creativa había sido capaz de tanta destrucción en el pasado?", se preguntó el futuro director.
Escalofriante honestidad
La obsesión de Durall se ha cristalizado en lo que llama el "Proyecto Rabadán". Aparte de una más que apreciable película de ficción, Las dos vidas de Andrés Rabadán, también ha rodado un cautivador documental, El perdón, a los que habría que sumar la publicación del cómic autobiográfico (Norma Editorial) de escalofriante honestidad que el propio Rabadán dibujó en su celda, donde plasma en densos trazos con bolígrafo negro los fantasmas que le atormentan y su programa de rehabilitación en el día a día de su vida en la prisión de Barcelona. El primer gran acierto de Las dos vidas de Andrés Rabadán es la elección del actor llamado a incorporar al asesino confeso. Ya lo vimos en Las horas del día (2004). Hay algo en la presencia huidiza de Alex Brendemöhl que transmite una extraña mezcla de desazón y confianza, la viva encarnación de esa "banalidad del mal" acuñada por Hanna Arendt. El segundo gran acierto es el modo que encuentra Durall de canalizar su posicionamiento ético. Lo hace a través de las cinco mujeres que rodean la vida de Rabadán, que establecen esa ambigua mezcla de incomprensión y fascinación por el personaje. Rabadán desarrolla una relación de intimidad con su enfermera que afortunadamente no termina de ceder al romanticismo redentor. Sin embargo, dentro de su apocado realismo y de los hallazgos de dirección (un exquisito empleo del fuera de campo), otras opciones del filme delatan tanto la molesta tendencia al género carcelario como la voluntad exculpatoria del relato, impresa en los flashbacks y viajes oníricos de una infancia maltratada.
En todo caso, nos encontramos frente a uno de los filmes más inquietantes del cine español desde que Agustí Villalonga realizara Aro Tolbukhin: en la mente del asesino (2002). Al librarse del filtro condescendiente de la ficción, la vertiente documental de El perdón, ya desde su propio título, podrá avivar aún más las recelos. Su interés, sin embargo, es innegable, pues coloca sobre el tapiz imágenes de archivo y el audio de una entrevista "clandestina" con Rabadán, la inextricable naturaleza del mal y su exorcismo mediante el afecto y el arte.