Image: Wes Anderson firma su obra maestra

Image: Wes Anderson firma su obra maestra

Cine

Wes Anderson firma su obra maestra

El director irrumpe con Fantástico Sr. Fox

23 abril, 2010 02:00

El director Wes Anderson.

La animación alcanza un nuevo hito de la mano de Wes Anderson con Fantástico Sr. Fox, extraordinaria adaptación en "stop motion" de un original de Roald Dahl. Las claves del universo del cineasta se reflejan en el filme: la necesidad de la búsqueda, la indagación en la familia y la belleza plástica.

"Érase una vez un reino dominado por los efectos digitales, los milagros en 3D y las maravillas generadas por ordenador. Sus habitantes caminaban con cara de lenguados fuera del agua ataviados con unas bizarras gafas de colores. Un buen día, llegó un extraño muñeco con los ojos de porcelana, la piel gastada y la melena híspida...". El cuento de la película Fantástico Sr. Fox bien podría empezar así. Por supuesto, se le podría añadir más de gracia y, quién sabe, una moraleja al final. De hecho, algo de fábula educativa tiene esta historia.

La última película de Wes Anderson es un raro experimento de animación. La casualidad (o la simple torpeza comercial) ha querido que una película que estuvo en la última edición de los Oscar, y que ya ha agotado su recorrido comercial en el ancho mundo, llegue ahora a España. Y que lo haga justo una semana después de la Alicia de Tim Burton.

Las dos películas tienen mucho de juguete caro para adultos. Sin embargo, no pueden ser más diferentes. Ambas están inspiradas en dos grandes de la literatura universal. La desgana, la falta de visión o la simple impostura ha querido que muchas veces tanto Lewis Carroll como Roald Dahl, autor de Fantastic Sr. Fox, sean colocados en la estantería de literatura "infantil". Y esto más que un disparate es el síntoma de la enfermedad de nuestro tiempo, que ha convertido a los niños en algo blando, tontorrón y, por definición, incapacitado. Cuando estos dos autores escribieron, la infancia todavía no existía. Niños sí había. Ya saben, esos seres que gritan, corren y se baten contra un mundo que les puede. Poco a poco, crecen y dejan de ser una molestia. Luego, alguien decidió que el estado de excitación permanente de los críos era un bien a proteger y... llegó la infancia, algo, sea lo que sea, que hoy dura hasta los 30 años. Malo.

Decíamos que tanto Burton como Anderson comparten punto de partida: son autores que trabajan con materiales como el absurdo, el surrealismo y las asociaciones espontáneas; son cineastas que gustan de leer a escritores que discuten las normas más primarias. En efecto, esto lo hacemos de niños a cualquier edad. De este modo, los dos rastrean otras voces para conformar un universo propio. Y aquí se acaban los paralelismos. Mientras Alicia aspira a ser un juguete caro de última tecnología para deslumbrar a los ingenuos, Fantástico Sr. Fox quiere ser una delicada y autoconsciente rareza en un mundo, por definición, demasiado ajeno.

El punto de partida es brillante: discutir las propias claves de un cine (el de animación) que está camino de perder la gracia de, precisamente, la animación. El resultado es magistral. Fantástico Sr. Fox es una obra maestra. Quizá la mejor película que se pueda disfrutar en mucho tiempo. De hecho, más que una película se parece más a un poema visual de Joan Brossa: un juguete de cuerda al lado de una Playstation 3 o, si se prefiere, el recuerdo de la primera de las emociones al lado del primero de los olvidos. ¿No era esto, con sus disparates e imperfecciones, la propia vida?

Una metáfora con gracia
La cinta cuenta la historia de una familia de animales empeñada en reglar y pautar las exigencias de la vida natural al lado de las esclavitudes de la convivencia en sociedad. Y esto, argumento de Superzorro (tal y como se conoce en la traducción al español el libro de Dahl), se convierte en manos de Anderson en algo más que una ocurrente metáfora. Además, la metáfora tiene gracia. Y mucha. Y eso es importante. Y mucho.

Posmodernidad y barroco
De la mano de su guionista de cabecera, Noah Baumbach, el autor acierta con la ironía juvenil, ácida y pop de Academia Rushmore; recupera las actuaciones en stop-motion de The Life Aquatic e insiste en la reconstrucción e investigación de esos raros lazos afectivos que crea una institución como la familia, como en Los Tenenbaums. El universo que ha marcado toda su filmografía está perfectamente traducido a su último trabajo. Incluso se podría decir que Sr. Fox es casi una consecuencia natural de su trabajo.

Si se la compara con Viaje a Darjeeling, su anterior película, todo cobra sentido. Los personajes de Darjeeling se movían empujados por la necesidad de la búsqueda. Nada que no haya intentado cualquier artista honesto. La peculiaridad de Anderson consiste en convertir ese errar (que vale tanto para "andar vagando" como para "equivocarse") en el fin que lo justifica todo; incluso, el estilo cinematográfico. Anderson presume de moderno porque sus personajes son conscientes de su papel de representación, de espejo, de síntoma y de enfermedad de algo, por necesidad, inaprensible: la propia expresión. Sus actores no imitan, no actúan, simplemente son. Y de este modo, el espectador es invitado a colocarse a su lado. Tanto el propio espectador, como el actor, como finalmente el director terminan por formar parte de una misma comunidad de pensamiento. Anderson no dicta, no dice. Simplemente muestra. Y, todo sea dicho, con muchísima gracia.

Era cuestión de tiempo que sus actores se convirtieran en muñecos, en máscaras, en representaciones de algo que no necesita ser representado, porque no es otra cosa que pura representación. ¿Posmodernidad o barroco? Las dos cosas. El Sr. Fox, cuya voz original corre a cuenta de George Clooney, no es más que la materialización de una idea brillante transformada en muñeco. ¿Complicado? Los juegos irónicos son así, como imágenes en espejos enfrentados: dan vértigo y provocan cosquillas.Genial la dirección de animación de Mark Gustafson, la fotografía de Tristan Oliver, las voces de Meryl Streep, Jason Schwarztman o Bill Murray y perfecta la música de Alexandre Desplat. La fábula tiene una simple y brutal moraleja: otro cine es posible. Érase que se era...