Image: Rabia tras la cortina

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Cine

Rabia tras la cortina

La ganadora del Festival de Málaga lleva a la cartelera la ambición del suspense

28 mayo, 2010 02:00

El actor Gustavo Sánchez Parra en Rabia.

El director ecuatoriano Sebastián Cordero estrena hoy Rabia, película producida por Guillermo del Toro con ecos de Hitchcock, Polanski y Bergman.

En una ciudad del norte de España, donde todos los nativos parecen recalcitrantes xenófobos, un emigrante de naturaleza violenta, José María, mata a su jefe de obra por accidente. Perseguido por la Policía, se refugia en el ático de la casa donde trabaja de sirvienta Rosa, su novia colombiana. Pero Rosa no lo sabe, tampoco los habitantes de la casa (el acaudalado matrimonio Torres), y escondido en el desván, con las ratas por única compañía, José María se va convirtiendo en el espectro de sí mismo, un impotente voyeur que asiste a las vejaciones a las que es sometida su novia. La pregunta es: ¿Saldrá José María de su escondite para ejecutar su venganza antes de que le descubran?

Con estos ingredientes, Hitchcock hubiera tensado el relato hasta el máximo suspense y Polanski habría escenificado una oscura, densa y enfermiza atmósfera de encierro. El ecuatoriano Sebastián Cordero (Crónicas) ha intentado fundir ambas pretensiones en su tercer largometraje, Rabia, ganador del pasado Festival de Málaga.

Retrato de un sociópata, thriller claustrofóbico, melodrama desatado, crónica social... algo de todo ello hay en Rabia. Y su personalidad múltiple es quizá su mayor virtud, pero también el origen de sus irregularidades, pues Rabia se salda finalmente como un filme demasiado inestable como para lograr plenamente sus nobles propósitos. No hay duda de que la rabia que consume al inmigrante José María procede tanto de su patología celosa como de la opresión que padece el emigrante latinoamericano en España, si bien el guión tendente al brochazo y al estereotipo hace todas estas motivaciones demasiado evidentes como para que el apunte sociológico encuentre suelo firme.

Un interés extremo
En todo caso, la auténtica vocación del filme pasa por crear un producto de suspense sin más pretensiones que, como reclamaba Hitchcock, "conseguir el interés extremo del espectador". Producida por Guillermo del Toro, Rabia se mueve con más soltura, y desde luego con mayor sutileza, en esta ambición. Si obviamos los ribetes de melodrama pasional entre ambos protagonistas, la ‘operación hitchcockiana' despierta un estimable interés, acaso sólo intoxicada por dos opciones estilísticas marcadamente distintas y hasta contradictorias entre sí. Es como si Cordero no hubiera podido refrenar sus deseos de alarde visual con la pertinencia de una narración clásica y sin aspavientos, de ahí que Rabia ilustre su relato con aspecto alcanforado y exhiba secuencias entregadas al virtuosismo. Esta esquizofrenia expresiva no juega precisamente en favor del ritmo del filme, que en ocasiones se queda en suspenso pero sin mantener el suspense. Respecto a la otra pata de la propuesta, es decir, su puesta en escena encaminada a la creación de una atmósfera claustrofóbica capaz de dar cuenta de la degradación psicológica del protagonista, la labor de Cordero es encomiable.

En este terreno, el filme bebe tanto de Repulsión (Polanski) como de Fanny y Alexander (Bergman), si bien el sentido espacial con que se van mostrando los interiores del caserón hará dudar más de una vez sobre la verosimilitud de una historia que concede excesiva libertad a los movimientos del proscrito, debido a que la disposición geométrica de las estancias resulta tan confusa para el espectador como conveniente para el director. Las virtudes cinematográficas de Rabia no están obviamente bendecidas por el talento de Hitchcock, Polanski o Bergman, pero a pesar de sus desequilibrios no debemos ignorar la eficacia de un filme modesto y estimable. El mal rato está servido.