Image: Mussolini como metáfora

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Cine

Mussolini como metáfora

Marco Bellocchio estrena Vincere

11 junio, 2010 02:00

Escena de Vincere.

Italia en su laberinto. Aclamada en el Festival de Cannes del año pasado, Vincere, de Marco Bellocchio, llega a nuestras pantallas con los convulsos años del fascismo como fondo.

El cine de Marco Bellocchio luce una acusada pasión por hilvanar metáforas. Algunas de sus cintas (Diablo en el cuerpo o La condena) aparecen, además, infectadas de un psicoanálisis pedestre en el que vale todo, o casi. Pongámonos en la última de sus películas. En Vincere (Vencer), así se titula su trabajo, el director de Las manos en los bolsillos (su primera y mejor película) intenta explicar el poder de fascinación de Mussolini en particular y del mal, así a lo bruto, en general. Y la herramienta para tan ambicioso proyecto es (no podía ser de otro modo) la metáfora. "La masa ama a los hombre fuertes", dijo un vez Benito. "La masa es femenina". Y con este punto de partida arranca la puntual y arrebatada historia entre el dictador fascista y su amante en secreto Ida Dalser.

Básicamente, lo que el espectador es invitado a contemplar es la detallada historia de un fracaso. El mayor de todos ellos. No hay que olvidar que quien impulsa la historia es una pasión más grande que la propia vida. En sus primeros tiempos de socialista, Mussolini reta hasta el mismísimo Dios (así arranca la película).

De la mano de las entregadas interpretaciones de Filippo Timi (Mussolini) y, sobre todo, Giovanna Mezzogiorno (Dalser), Bellocchio reconstruye (o lo intenta) los mecanismos ocultos que guían una fascinación fatal. La película quiere ser excesiva, rimbombante. Todo en ella es estuco, gesto desmedido, adorno. El barroco es esto. Quiere el director, en definitiva, que el tejido semántico y gramatical más propio de la ópera funcione sobre la pantalla a modo de escenario.

Pasiones operísticas
La intención es crear una barrera con el fin de que haya tiempo y espacio para la reflexión. El espectador es invitado a presenciar el gran drama del siglo italiano,con la actitud con la que se asiste al suicidio de Tosca. Desmedido. Cuando llegue el rechazo, cuando el dictador se desembarace de su amor y del hijo fruto de esa pasión, vendrá el desastre: el fascismo, sin más, se ofrecerá voraz, desnudo y sin remedio. Es cine que aprende de la ópera el gesto ampuloso, quizá ridículo, en el que maceran las grandes pasiones. Todo ello con la declarada intención de convertir la pantalla en cuarta pared.

La película quiere ser imagen y representación de lo que pasó, de lo que pasa y, por supuesto, de lo que pasará. En Italia y en el mundo. Mussolini, Berlusconi o quien venga. Hablamos de metáforas. Bien es cierto que la virtud lleva consigo su propia penitencia. Por momentos, la película se estiliza tanto que lejos de la lustrosa artificialidad de la ópera lo que se consigue es el acartonamiento del telefilme. Y eso es malo. Resulta brillante, sin embargo, la introducción de material documental. A modo de contrapunto, el drama excesivo que los protagonistas viven cerca del simple disparate es colocado de frente a un disparate aún mayor: el de la realidad.

Decíamos que el cine de Bellocchio está marcado por la voluntad política, por el deseo de provocar. Y así, entre los grandes aciertos (Buenos días, noche) se amontonan enormes fiascos (La condena). Y en medio, películas poderosas, irregulares y violentas como el colapso provocado por una estrella de neutrones: capaz a la vez de una supernova y de un agujero negro. Así es Vincere, así son las metáforas cósmicas.