Image: Santiago Segura arranca sonrisas, y los demonios coreanos, náuseas

Image: Santiago Segura arranca sonrisas, y los demonios coreanos, náuseas

Cine

Santiago Segura arranca sonrisas, y los demonios coreanos, náuseas

El español interpreta al creador de Zipi y Zape en El gran Vázquez

18 septiembre, 2010 02:00

Álex Angulo, Mercé Llorens y Santiago Segura, equipo artístico de El Gran Vázquez

Juan Sardá (San Sebastián)
La vida del periodista de cine tiene momentos duros. Como sentarse a ver una película coreana titulada I saw the Devil, firmada por un tal Kim Jee-Won, y quedarse perplejo porque la mayoría de la sala parece extasiada ante una debacle de violencia delirante mientras uno piensa eso de "no aguanto más". Quien esto suscribe, no aguantó más. La película trata sobre una venganza, tema clásico donde los haya. La venganza la firma un joven policía que ha perdido a su prometida, embarazada, a manos de un psicópata. El director quiere contarnos que la línea entre víctimas y verdugos es más tenue de lo que pensamos, que todos estamos como una regadera y que la sangre llama a la sangre. A mucha gente le gustó, y hay que reconocer que Jee-Won mueve bien la cámara, pero dónde está la gracia cuando lo que ésta muestra es una salvajada cada vez mayor. Algunos lo llaman gore, otros, pura provocación gratuita.

La estrella nacional del día era Santiago Segura, que demuestra en El Gran Vázquez lo sabido, que es un buen actor. En la película, dirigida por el ex autor de cómics Oscar Aibar, se explica la peripecia del tal Vázquez, un señor que parió criaturas de viñeta como las hermanas Gilda o Anacleto y que además de ganarse la vida dibujando y rellenando bocadillos se dedicaba a timar a todo quisqui haciendo gala de una inmoralidad absoluta. La película quiere celebrar la picaresca española de toda la vida y de paso mostrar una España gris como la de los años 60, en la que todo era tan horrible que los ciudadanos jamás podrían superarlo. La película arrancó sonrisas y dejó buen sabor de boca por su buen ritmo pero algunos hubieran echado en falta mayor calado y profundidad. Será, con toda probabilidad, un éxito de taquilla.

San Sebastián también ha sido la puerta de presentación española de Buried, la película de Rodrigo Cortés de la que se lleva meses hablando (y mucho) gracias a su éxito en Sundance. Cuenta la historia de un hombre atrapado en un ataúd en medio de la nada en Irak y que sólo tiene un móvil, con poca batería, para escapar. Cortés demuestra en esta cinta (que tiene una inmensa distribución internacional) que es un buen director y hay no poco virtuosismo en su capacidad para enganchar al espectador con una propuesta radical ya que la cámara no abandona en ningún momento ese reducido cubículo.

Finalmente, ha podido verse la película suiza Colours in the Dark, que cuenta como gran atractivo con la presencia del inmenso Bruno Ganz. Se trata del debut de Sophie Heldman a lo que no le faltan algunas virtudes. Cuenta la historia de un hombre rico y enfermo y de su (algo enfermiza) relación con su mujer. La película destila una extraña verosimilitud a pesar de lo delirante del argumento (que conviene no adelantar) y tiene como ventaja su tono comedido y sincero. No es, sin embargo, una gran película. Da buena fe de lo que puede ser San Sebastián: el resultado del esfuerzo ímprobo de su directiva por encontrar buenas películas en los márgenes de la industria. Las hay correctas e incluso más que dignas como ésta, pero quizá no obras maestras que hacen grande a un certamen. Aunque claro, tiempo al tiempo.