Verdades y mentiras de Facebook
Con La red social, Fincher lleva el guión de cine a un nuevo nivel de complejidad
14 octubre, 2010 02:00MarK Zuckerberg (Jesse Eisenberg) y Eduardo Saverin (Andrew Garfield), según Fincher.
Un punto de partida ambicioso, los litigios en torno a la creación de Facebook, y un personaje fascinante, su inventor Mark Zuckerberg. El cineasta David Fincher toma estas coordenadas para seguir enfrentándose sin temor a los grandes desafíos del relato cinematográfico. En La red social, el autor de Zodiac atrapa la complejidad de las interacciones sociales de nuestro tiempo.David Fincher: "Creo que es irónico que un chaval al que aparentemente le cuesta comunicarse con los demás haya inventado una de las más grandes herramientas para comunicarse con las personas". El chaval es Mark Zuckerbeg y la herramienta es Facebook. En La red social, el autor de El club de la lucha retrata el ascenso fulgurante de este estudiante misógino de Harvard y pirata informático que prácticamente de la noche al día se convirtió en un visionario de la web y en una de las personas más ricas y poderosas del mundo. El octavo largometraje de Fincher ya se ha ganado entre algunos popes de la crítica norteamericana el apelativo de "la película del año". En cierto modo, La red social es el Ciudadano Kane de nuestro tiempo. Las similitudes no parecen accidentales, y así lo ha reconocido el propio Fincher, quien veía esta historia inspirada en el libro de Ben Mezrich Millonarios por accidente "como el Ciudadano Kane de las películas de John Hughes", adoptando así una distinción de modestia al hermanarse con el aliento popular de Hughes frente a la magnánima ambición de Welles. No se trata sólo de que el personaje real sobre el que se construye La red social sea también un magnate de la comunicación -tan arrogante, tan complejo, tan monstruoso, tan fascinante como Charles Foster Kane-, sino que el film posee ese implacable sentido de la urgencia innato a toda obra (maestra) que se ha propuesto atrapar el signo de su tiempo.
Olvidémonos entonces de la realidad virtual de Matrix, del mapa geopolítico de Syriana, de la moral financiera de Wall Street II. Todas estas películas naufragaban en su superficialidad, en su ambición o en su gran patraña. La fusión fría que Fincher logra establecer entre todos los elementos en juego del filme (su estructura es un prodigio de inteligencia narrativa), hacen de La red social probablemente el espejo cinematográfico más penetrante y complejo de nuestro mundo, el de una sociedad donde las relaciones humanas están viviendo su mayor transformación desde la invención del teléfono. Pero la película, fiel al propio espíritu de Facebook -que reivindica tanto la singularidad del individuo como la fuerza de la colectividad-, está menos interesada en trazar un mapa del nuevo sistema de interacción humana que, en un fascinante ejercicio de antropología jurídica y empresarial (donde los litigios toman el mando del film), desentrañar el nacimiento, la evolución y la reproducción de amistades traicionadas que trajo consigo la formación del imperio Facebook. Todo ello orbitando alrededor de su quintaesencia, uno de esos personajes (o personas) a los que habría que dedicar varias películas, Mark Zuckerberg -interpretado con una confianza colosal por Jesse Eisenberg, que ya nos conquistó en la magnífica Adventureland-, el centro gravitatorio de un film poblado por veinteañeros, es decir, por aquellos mocosos que se sentaron en la cima del mundo sin conciencia real de que lo estaban cambiando para siempre.
El "rosebud" de Fincher
En La red social también hay un "rosebud". Con él, de hecho, arranca el filme. La estudiante Erica Allbright (Rooney Mara), inteligente y bella, abandona a su novio Marc Zuckerberg en la primera escena de la película. Concebida como una ráfaga de réplicas y contrarréplicas, con una densa agilidad que enorgullecería al mismísimo Hawks de Luna nueva, la escena marca el tono y el tema del film. Nos revela cómo Zuckerberg creó por puro despecho una perversa aplicación on-line -en la que los estudiantes de Harvard podían comparar el atractivo sexual de sus compañeras- que sería la primera piedra de Facebook, y cómo casi todas las decisiones que Zuckerberg toma en el camino hacia su imperio proceden de una obsesiva necesidad de ser aceptado por las elites sociales, de un ego consumido por las grandes ideas y de sus intentos por compensar sus defectos de personalidad con una gigantesca ambición. "Lo que hace Mark no dista mucho de lo que es dirigir una película -ha explicado Fincher-. Tu trabajo es hacer crecer un proyecto y asegurarte de que otros lo mejoran y lo cuidan. Ese es el tema de la película. Y si tienes que herir los sentimientos de otras personas para protegerlo entonces es lo que tienes que hacer. Es una responsabilidad". La grandeza de La red social reside en la inteligencia de un guión escrito con gran angular (un meticuloso trabajo de investigación realizado por Aaron Sorkin, el creador de la serie El ala oeste de la Casa Blanca) y en la visión cinemática de Fincher para que todas las piezas del mecano se fundan con total consistencia, infundiendo la sensación visceral de que todo (el tiempo y el espacio) se mueve a un ritmo implacable.
Realidad indescifrable
Si la complejidad y objetividad narrativas de Zodiac propulsaron el relato cinematográfico a una nueva dimensión -que se enfrentaba a la imposibilidad hoy en día de "contar" linealmente una historia-, con La red social Fincher prolonga esta idea de carácter casi filosófico. El guión que co-escribe con Sorkin, absolutamente barroco -más de 160 páginas de velocísimos diálogos-, se acerca desde diversos puntos de vista a la borrosa creación de Facebook, precisamente para arrastrar al espectador a esa indiscernible realidad en la que ninguna versión es verdadera o falsa, si bien todas son igualmente válidas. "He aquí una serie de hechos en los que hay acuerdo -sostiene Fincher-. Y nuestra tarea era coger esos hechos y construir una verdad en base a ellos, o más bien, tres verdades". Lo que alcanza la pantalla es una sobredosis de información que hace imposible recomponer todas las piezas del relato. "Cualquier director que diga que ve toda la película en su cabeza es un mentiroso", dice Fincher, quien al alcanzar el último plano de La red social (un Zuckerberg tan solo y engreído como en la primera escena) parece llegar al mismo punto cero al que le condujo Zodiac: ya no es posible ordenar la realidad para contarla.