La ciencia y la metafísica siempre ha sido materias rugosas unidas porque, en último extremo, tratan sobre asuntos indescifrables para el ser humano. Into Eternity, el muy bello documental del cineasta danés Michael Madsen se atreve con ambas disciplinas para componer una rigurosa denuncia ecológica pero también para enfrentarnos a esas grandes preguntas sin respuesta que nos sitúan en el abismo de lo incomprensible. Y lo hace viajando hasta uno de los lugares más misteriosos, desconocidos y extraordinarios del mundo, Onkalo, en Finalndia, el mayor almacén nuclear del mundo y diseñado para sobrevivir 100.000 años, que es el tiempo que la UE estima que los residuos atómicos necesitan para dejar de ser tóxicos. "La primera vez que oí hablar de un lugar semejante fue en un programa de radio", explica a Elcultural.es Madsen. "Lo que me dejó de piedra fue esa previsión de que durara 100.000 años. Nuestra civilización es la primera en haber producido una instalación que podríamos calificar como la primera estructura post humana".
Michael Madsen, nada que ver con el malo de Tarantino, ha sido artista conceptual antes que director de documentales y convierte las imágenes del refugio nuclear en un sublime paisaje de ciencia ficción que recuerdan al Kubrick de 2001 Odisea del Espacio y nos sumergen en un lugar que parece concebido fuera del tiempo o la propia realidad física para adentrarnos en el terreno de la eternidad: "El desafío era ofrecer una representación sobre lo que podrían significar 100.000 años y evitar cualquier abstracción y falta de sustancia cuando los expertos hablan de posibles escenarios de futuro con los que trabajan para extremas sus medidas de seguridad. Por ello, esta película está concebida no sólo como una especie de mensaje hacia el futuro, pero también como si la construcción de Onkalo fuera visitada desde el punto de vista de una cámara que viene del futuro". A los previsibles desastres naturales (terremotos, meteoritos y etc) se une un factor que hace dudar al cineasta especialmente sobre su permanencia, la curiosidad humana: "Es imposible hacer una previsión tan larga. En algún momento, si sobrevivimos como especie, alguien se preguntará qué hay enterrado y al descubrirlo, el desastre será inmenso".
Onkalo, un lugar tan inquietante y fascinante que penetra en la memoria del espectador con la fuerza de aquellos misterios que nos superan, se convierte en el símbolo de un filme contemplativo que también entra, con rigor, en el importante debate nuclear que está teniendo lugar en todo Occidente. Y lo hace oponiéndose frontalmente a la idea de que la energía nuclear sea la más limpia y ecológica como sugieren numerosas voces: "Estamos asistiendo a un renacimiento de la energía atómica con el argumento de que es neutro en CO2, o casi, y que las reservas de petróleo están agotándose. Sin embargo, se subraya poco que las reservas de uranio también son limitadas y que, por mucho que perfeccionemos el sistema, dejan grandes cantidades de residuos inservibles de una mortalidad no igualada por ninguna otra materia. Imaginemos que algún día descubrimos las ruinas de una civilización perdida anterior a la nuestra y que resultan ser tan destructivas. Precisamente, ese plazo de 100.000 años somete el debate a su principal contradicción, y es el hecho de que en realidad estamos pensando en una solución que nos resulta útil hoy pero tiene unas consecuencias que van más allá de nuestro raciocinio".
Ese mundo aséptico del refugio nuclear, las dosis de fantasía a la hora de predecir un futuro imposible de cavilar y el debate nuclear se superponen a la belleza de los paisajes finlandeses, que con su quietud y belleza nos ofrecen una metáfora de gran eficacia sobre los desafíos que presenta Onkalo, más relacionados con elementos naturales que con nuestro propio fracaso como seres humanos. "El hombre ha dejado de pensar en la naturaleza como una creación de Dios y tiene la convicción de que la tecnología ha transformado su propia esencia y que se trata de un camino que sólo puede conducir hacia formas superiores. Y la duración de los residuos nucleares nos enfrenta a su límite porque se convierten en una especie de nuevo fuego eterno que sabemos cómo encender pero no cómo terminar", resume Madsen.
Into Eternity se estrena en 40 ciudades de España dentro de la iniciativa El Documental del Mes que pretende acercar un tema de máxima actualidad superando las barreras de público a las que se enfrentan numerosas películas de no ficción.