El cineasta Andrés Duque.

De origen venezolano, pero afincado en Barcelona desde que cursó el Master en Documental Creativo de la UAB en 2001, Andrés Duque (Caracas, 1972) es uno de los cineastas (o 'videoastas') experimentales con más talento que ha conocido el cine español. Declarado hijo audiovisual de Iván Zulueta, a quien dedicó un brillante filme-retrato, Iván Z. (2004), por el que estuvo nominado al Goya, Duque encuentra su cine allí donde sólo un buscador de rarezas va a buscarlo: en las entretelas de la vida, en los personajes excéntricos y las utopías de la imagen, ratificando una y otra vez aquello de que el cine es la más impura de las artes. Algunos cortometrajes como Paralel 10 o La constelación Bartleby, considerados piezas de culto entre la cinefilia más heterodoxa, atestiguan el carácter investigador de la imagen digital de Duque, cuyos saltos al vacío -esto es, alejándose por completo de la narrativa tradicional- le han llevado a tensar los límites del documental, la ficción y el experimental.



Ahora, y tras su 'premiere' internacional en Rótterdam, el cineasta presenta su primer largometraje, Color perro que huye, en el Festival de Cine Documental Punto de Vista de Pamplona, que albergó la producción de su pieza Life Between Worlds, Not in Fixed Reality, un corto realizado íntegramente con un móvil Nokia N-95. Color perro que huye es resultado de un sentimiento -el que designa la expresión catalana 'color de gos com fuig'-, un accidente y una recopilación. Un accidente -el cineasta se rompió el tobillo, escena que filmó y con la que abre la película- que le forzó al reposo y que aprovechó para sumergirse en su "banco de memoria", vídeos de archivo, instantes, descartes y "secuencias" que ha ido registrando en vídeo a lo largo de los años. Con todo ese material, construye una suerte de cuaderno de notas, un fascinante documental poético que tiene tanto de autorretrato como de diario filmado y de ensayo audiovisual. Andrés Duque explica a El Cultural algunas de las claves de Color perro que huye, sin duda uno de los trabajos más esperados del cine español de vanguardia.



-La película es un trabajo en soledad, realizado con vídeos de archivo pero también con imágenes a modo de diario o de autorretrato. ¿Qué puso en marcha la película y cómo ha sido el proceso?

-La película empezó por el título que es una frase catalana en desuso y que no salía de mi cabeza. A partir de allí y después de algunos intentos fallidos buscando personas a quienes quería retratar, empecé a trabajar con imágenes que tenía ya grabadas. Fue como un acto de resistencia ante la imposibilidad de seguir creando. En mis archivos había imágenes que me gustaban mucho. Cosas que grabo a modo de diario y que ahora forman un importante banco de mi memoria. En ese sentido, podría decir que Color perro que huye es un proyecto que surge del montaje de estas imágenes, que intento direccionar hacia un título que me gustaba y seguramente hacia un estado emocional.



-¿Podríamos entender la película como una especie de cine-terapia, el cine entendido como un modo de diagnosticar el estado del cineasta y no sólo el estado del mundo que le rodea? -"Cine-terapia" es algo que se le ha atribuido a mi trabajo en distintas ocasiones. No me gusta mucho el término, aunque es cierto que toda obra que nace de la inevitable necesidad de dar sentido a tu vida no dista de ser una terapia. Pero, si bien soy un poco junkie, ni busco un diagnóstico ni me automedico con el cine.



-En cierto modo, dentro de su abstracción y su fragmentación, Color perro que huye podría ser una película sobre el deseo, que se manifiesta de diversos modos. ¿Con qué líneas temáticas o conceptos de base partió para realizarla?

-Deseo de libertad. Esto implica hablar de aspectos más íntimos y a la vez de no ser tendencioso. Mis películas pueden parecer abstractas porque doy prioridad a los sentimientos y no a los conceptos. Me gustaría un día conseguir ese equilibrio y por eso me exijo otra manera de narrar que no es convencional.



-"Internet no es una utopía", dice, "pero resuelve el dilema fundamental de cómo vivir juntos poniendo en común distancias". ¿Hasta qué punto ha transformado Internet su visión y su práctica cinematográfica?

-Soy un espectador asiduo al YouTube, disfruto mucho mirando el trabajo de otras personas, incluso de aquellas que no tienen el menor interés por el audiovisual y en ellas descubro una honestidad tremenda y de la que intento aprender. Más que aprender de técnica aprendo de ética.



-Dedica algo más que un tributo a Memorias del subdesarrollo y al mito del cineasta underground colombiano Andrés Caicedo... ¿Qué importancia tienen ambos para usted y la película?

-Memorias del subdesarrollo fue una película que alimentó mis sospechas sobre lo absurdo del sistema. Es también una película que tiene ahora una vigencia importante, especialmente para Venezuela. Por esta razón, he querido citarla en el momento que viajo a ese país después de casi once años. Allí aparece como un eco del pasado que redimensiona el presente. Por otra parte, la obra del escritor y cineasta caleño Andrés Caicedo, con un enfoque diferente, habla también sobre la imposibilidad de vivir con y sin ideales utópicos.



-Color perro que huye es la expresión que encuentra para definir un estado del alma, el que quiere transmitir la película. ¿Cómo describiría esa sensación?

-Es el salto al vacío, el vértigo que necesito para hacer cine. Aunque en esta ocasión me haya fracturado el tobillo. Así comienza la película, no sé porqué tuve la idea tonta de viajar de polizón en ese tren. Ahora podría parecer como un gesto romántico, pero fue una gilipollez. Una película es una película y la vida son como los descartes.



-La película también se suma al debate entre las fronteras de lo que es real y es fabulación, de la imagen documental y el artificio de la ficción. En este sentido, ¿cómo enmarcarías Color perro que huye?

-Lo enmarcaría en la reconciliación de ambos términos. Un nuevo pacto que nos ayuda a seguir creyendo. Pero es cierto que la imagen y especialmente la digital genera dudas sobre lo que vemos. Estamos viviendo una época de cambios acelerados para el cine y su tecnología, pero hay que tener presente que esos cambios no son sólo el resultado de un interés económico, sino también estético. Como dijo Rodowick en su libro, es la venganza de Méliès contra los Lumière.



-Iván Zulueta y el 'petarpanismo' también tienen presencia importante no sólo en esta película, sino en toda su obra...

El año pasado tuve la suerte de conocer al gran Will More en Madrid y pasamos unos días juntos. En su habitación hay un retrato de Peter Pan, como lo hay en la primera película del gran cineasta Antoni Padrós Alicia Has Discovered The Napalm Bomb, en Arrebato de Iván Zulueta y en gran parte de las películas de Chávarri. En España hay muchos cineastas que han utilizado a este héroe moderno y a mí también se me aparece con cierta regularidad. Ahora me viene a la mente el balneario donde quería ir a parar Zulueta. Un lugar donde se puede ser niño y adulto por siempre. Me encantaba ese lugar imaginario, como destino final, como el lugar a donde ir a parar. Por supuesto que se llamaría "Neverland".



-Seguramente hay un significado oculto en la escena en la que se come unos cromos de espaldas a la cámara. ¿Por qué lo hizo?

-Pues no lo sé. Es un álbum franquista sobre antropología y colonización europea. Lo único que podía hacer era comérmelo.



-¿Qué ha significado Punto de Vista para usted y de qué manera ha actuado como punto de encuentro del cine español que se produce al margen de la industria?

-Punto de Vista es un festival único en España. Cada edición se nos hace imprescindible a los amantes del cine. Para mí es un honor participar este año con una nueva película, es un festival que se recuerda siempre como un soplo de aire fresco, especialmente en estos días de crisis. Yo espero que siga creciendo, porque son muy pocos los festivales donde se genera un clima propicio para mirar películas innovadoras y conversar sobre ellas.