El actor Colin Firth recogió el Oscar al mejor actor. Foto: Reuters

We shall prevail. Esta frase pronunciada por el rey Jorge VI que el actor Colin Firth interpreta en El discurso del rey cerró el repaso a las películas favoritas en la categoría reina. Un vídeo en el que se mezclaron imágenes de las distintas películas amenizadas por el famoso discurso monárquico en el que el soberano anunciaba la guerra más justa en la que sin duda Inglaterra y Estados Unidos han participado jamás: la batalla contra los nazis. Poco antes, el presidente Obama anunciaba que su canción cinematográfica preferida es As time goes by de Casablanca. Ha llovido mucho desde que George Bush era el enemigo oficial de Hollywood y Michael Moore soltaba soflamas en el escenario. Con los árabes revolucionándose solos y un presidente afín en la Casa Blanca, hubo quorum: prevaleceremos, dice Colin Forth, también ganador como mejor actor, y es lo que Hollywood hizo esta noche, prevalecer sobre sí mismo.



Los cinéfilos más aguerridos estarán desolados. El discurso del rey ha gustado mucho a la crítica anglosajona y a buena parte de la europea pero es, sin duda, una película convencional, un vehículo de lucimiento clasico para dos actores en estado de gracia como el propio Firth y Geoffrey Rush, que perdido como secundario por su dickensiana interpretación de un actor de segunda clase que alcanza la gloria enseñando dicción al rey en su momento cumbre. El discurso del rey no es, sin embargo, ni mucho menos una mala película. Su director, el ganador de un Oscar Tom Hooper, impone ritmo y sobriedad a esta nueva versión de El príncipe y el mendigo destinada convertirse en un clásico. Es una película profundamente nacionalista, una reivindicación sin fisuras de los valores anglosajones de democracia y aspiración imperial, y aunque había títulos muy superiores tampoco cabe rasgarse las vestiduras. Dentro de poco, ya lo verán, teatros de todo el mundo ofreceran versiones del filme.



Natalie Portman hace años que es una joya de Hollywood como ella misma se encargó de recordar en su discurso de agradecimiento al rememorar aquel trabajo primerizo con Luc Besson como Lolita. Su talento descomunal, su belleza frágil e intensa aportan luz a la oscura Cisne negro, película que ve así recompensado su principal logro al retratar sin aspavientos el descenso a los infiernos de una bailarina obsesionada con la perfección. Los oscars de papeles secundarios cayeron en sendos actores de The Fighter. Sin duda, Christian Bale logra esquivar con acierto los riesgos de la imitación para componer una profunda y dolorosa interpretación de un yonqui que un día fue una promesa del boxeo. Y Melissa Leo borda el papel de madre ambigua y descaradamente vulgar, con un pitillo perpetuamente colgando del labio y rodeada de sus insoportables hijas. Ambos ganadores, siguiendo la tónica general, se explayaron en unos discursos que los actores aprovecharon este año para acordarse de los equipos técnicos de las películas, esas personas de las que "nunca se habla", como dijo Portman.



La gran perdedora ha sido, sin duda, La red social. David Fincher se está convirtiendo en el cabeza de turco nato de los Oscar tras el ninguneo a El curioso caso de Benjamin Button. Es una injusticia como otra cualquiera que palia en parte el premio al guionista Aaron Sorkin, famoso por El ala Oeste de la Casa Blanca o la brillante partitura del famoso Trent Reznor, el señor de Nine Inch Nails. Origen ha arrasado en el apartado técnico como es de justicia ya que resulta audiovisualmente apabullante, jamás una película llegó tan lejos a la hora de retratar los sueños. Finalmente, señalar que Susanne Bier ha ganado por En un mundo mejor el Oscar a la película de habla no inglesa. La danesa es una excelente creadora de dramas sólidos y bien hilados con trasfondo social y el premio reconoce a una película sensible que cumple también la máxima de ser atractiva para una gran audiencia.



Respecto a la gala es curioso como cada año la hacen mas corta para evitar que la gente se aburra. Atrás quedaron esas ceremonias que podían alargarse más allá de las cinco horas en las que cada banda sonora original tenía su propio número de baile interminable. Incluso los presentadores son ahora escasos de labia, como James Franco, guapísimo pero poco expresivo para estos menesteres, y Anne Hatthaway, con una vis cómica más acentuada pero igualmente anodina. El escenario era precioso como es de esperar en un acontecimiento como este y es indiscutible que nadie gana en glamour a una Cate Blanchett vestida de forma exquisita o a una pareja como Scarlett Johansson y Matthew McCounaghey. Pero tanta sintonia con el poder, tantos buenos deseos y tanto mirarse al ombligo, canción Over the Rainbow al final incluida, dejó la sensación de que faltaban chistes agrios (meterse con Charlie Sheen es muy fácil) y todo estuvo, demasiado controlado. We shall prevail. Y prevalecen.