Un momento de Lola, de Brillante Mendoza.
El estreno este viernes de Lola, un emocionante relato sobre dos tenaces ancianas, trae a las pantallas españolas una gran muestra del excelente estado de salud y el potencial del actual cine filipino.
Esta triste circunstancia añade una aliciente suplementario al estreno de Lola (2009), puesto que nos permite asomarnos a un universo social y humano hasta ahora inédito en nuestras pantallas (los bulliciosos y abigarrados ambientes callejeros de Manila, su atmósfera pluvial y calurosa...): un paisaje al que nos asomamos, además, mientras nos adentramos en una ficción que se alimenta del poso y de la sedimentación emocional acumulados por Mendoza a lo largo de esos tres años de estrecha convivencia con el proyecto, lo que a su vez le permite narrar con indudable madurez esta conmovedora historia en la que dos abuelas, dos tenaces y admirables ancianas (las "lolas" a las que alude el título) se cruzan y se encuentran a lo largo de su particular via crucis (el nieto de una de ellas ha sido asesinado por el nieto de la otra) inmediatamente después de que la tragedia haya sacudido sus respectivas existencias.
Una historia semejante podría haberse contado con los códigos del más rancio melodrama ternurista o con los amaneramientos propios de cierta lírica hiperrealista, pero Mendoza lo hace valiéndose de unos procedimientos heredados del cine documental (actores no profesionales, largos planos-secuencia estrictamente conductistas, filmación de tiempos muertos, itinerarios largos que siguen a los personajes por los intrincados parajes de la ciudad) y lo hace, además, confiriendo a sus fotogramas una intensa fisicidad (la presencia casi constante de la lluvia, el viento que voltea los paraguas, el agua de los canales, el sudor de los personajes...) que inyecta veracidad a unas imágenes en las que la emoción surge de dentro y nunca se impone desde fuera por los artificios del guión, en las que el drama palpita sotto voce sin necesidad de impostaciones psicologistas ni de retórica alguna.
Verdad emocional
En ese original registro descansa lo más valioso y lo más sincero de una película que conquista su propia legitimidad -y que logra capturar una desnuda verdad emocional- en sus formas visuales y en sus procedimientos de "puesta en escena", mediante los cuales la cámara de Mendoza sigue pacientemente a estas dos "lolas" en su callada determinación (ajena a todo aspaviento declamatorio), en su irredenta voluntad de hacer lo que creen que tienen que hacer contra viento y marea, en su tenacidad nada exhibicionista, en esa firme convicción emotiva que no procede de ningún planteamiento teórico, sino que surge de lo más profundo y de lo más ingobernable de su personalidad.
Película de itinerarios y de recorridos, de lluvia y de agua, de movimiento incesante (físico, urbano y emocional), Lola emerge como una conquista notable del cine filipino actual y, aunque no sea la obra más arriesgada ni más radical entre cuantas abundan en la filmografía reciente de su país, sí nos ofrece una visión tan sincera como representativa del enorme potencial que anida hoy en el cine de aquel país.