El cineasta Denis Villeneuve.
Tras recoger tres premios en la Seminci de Valladolid, y de haber sido nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera, Incendies llega hoy a salas españolas. Su director, el canadiense Denis Villeneuve, explica las dificultades de adaptar una tragedia que transcurre en Oriente Medio, basada en una exitosa obra teatral.
En Oriente Medio
No han sido menos los debates que ha despertado su último trabajo, Incendies, adaptación de la exitosa obra de teatro homónima del libanés Wajdi Mouawad. Máxime al calor de las revoluciones árabes, este drama familiar de contenido histórico sobre las consecuencias de las masacres en Oriente Medio -la película nos traslada a un país árabe inconcreto en los años 60 y 70, cuando los efectos de las divisiones religiosas y nacionalistas fueron tan devastadores- adquiere una significación aún mayor. "Es una situación demasiado compleja como para simplificarla en polos maniqueístas", explica Villeneuve. Y en la búsqueda de ese equilibrio, lidiando con el sufrimiento de sus personajes sin dejarse llevar por la pornografía emocional, es donde la película se juega realmente su éxito o fracaso artístico.
-Ante un material tan duro y de implicaciones históricas tan complejas, el gran desafío fue conseguir una total autenticidad en lo que respecta a la realidad de la cultura árabe. Para ello ha sido necesaria muchísima investigación tanto por mi parte como por parte de los actores. En principio, cuando me planteé adaptar la obra de Wajdi [Mouawad], no me pareció una buena idea que un quebequés como yo hiciera una película sobre los inmensos efectos de los conflictos en Oriente Medio. No es bueno que un cineasta hable de algo que desconoce, y yo no conocía ni la cultura árabe ni la realidad de la guerra. Por lo tanto ha sido una película que ha exigido un largo proceso de investigación y aprendizaje.
-¿Le ayudó Mouawad en este proceso?
-Sí y no. Me puso dos condiciones: que me apropiase completamente de la historia, y que me iba a dejar solo, porque no tenía tiempo para dedicarle a la película. Me dijo que podía coger el título y cambiarlo, un personaje, una secuencia entera y eliminarla si quería, que hasta podía inventarme escenas que necesitara. Me animó mucho. Lo que me atrapó de la obra es cómo abordaba el conflicto de identidad de los personajes a través de la familia, y al mismo tiempo eso funcionaba como metáfora de la situación en Oriente Medio. En la película he tratado de darle un valor universal a esos conflictos de identidad, porque me siento cómodo en el terreno de los dramas familiares, y no circunscribirlos solo a la realidad de un país.
Herencia de odios
El argumento de Incendies, que estuvo nominada al Oscar a mejor filme extranjero y recogió tres premios en la pasada Seminci, es realmente devastador. Arranca con la muerte de Nawal Marwan, pocas semanas después de haber entrado en estado de mutismo cuando casualmente identifica a un hombre en una piscina. La investigación de los orígenes de este trauma es la que emprenden sus hijos gemelos Simon y Jeanne, nacidos en Quebec, cuando el testamento de su madre les da la noticia de que tienen un padre y un hermano que nunca han conocido. La última voluntad de Nawal pasa por que sus hijos busquen a su hermano y su padre y les entreguen una carta a cada uno. Jeanne asume la responsabilidad y se traslada a Oriente Medio para iniciar las pesquisas y desentrañar la terrible historia de su madre. A la alambicada estructura episódica del filme, con saltos en el tiempo para contar en paralelo el proceso de investigación de Jeanne y la historia de su madre más de treinta años atrás, se suma la dificultad de dotar de humanidad a unos personajes que funcionan como actores en una tragedia shakespeariana, símbolos de un conflicto y unos odios heredados.
"El proceso de escritura fue realmente duro. Valeria Beaugrand-Champagne trabajó conmigo como una especie de asesora de guión. Al leer una primera versión que envié al productor, me dijo: ‘¡Enhorabuena! Ya sólo te queda el 80% del trabajo'. Me hizo revisar 18 veces el guión para conseguir personajes verdaderos, y no sólo ideas o representaciones. En cuanto a la estructura del filme, creo que es muy reveladora porque las pesquisas de la hija y la historia de la madre no tienen una equivalencia exacta, pero siempre hay cierto eco y una continuidad dramática entre ambas líneas narrativas. El mérito no es mío. Esto ya era así en la obra de teatro, cuya estructura dramática me encantaba, pues te prepara para un desenlace realmente sorprendente, así que decidí mantener la misma idea".
-¿Por qué sitúa el conflicto en un país inconcreto?
-También era así en la pieza de teatro. Tuve la tentación de cambiarlo y de hecho existe una versión del guión ambientado en Beirut, pero me di cuenta de que era muy fácil equivocarse, y comprendí por qué el autor había tomado esa decisión. Haber sido más concreto hubiera significado tomar partido, y es algo que no quería hacer.
-Pero esa suerte de abstracción también comporta unos riesgos, como que acusen a la película de cierta cobardía, de cierta ambigüedad...
-Es que es imposible tomar partido por unos o por otros. Y Wajdi también me avisó que incluso él, siendo libanés, era incapaz de aportar un mirada definitiva y clara sobre su país. A efectos narrativos, esa opción también propone muchas dudas. ¿De qué cultura estamos hablando? Yo llegué al rodaje con preguntas y no con respuestas. Esta película está inspirada en la colaboración entre jordanos y libaneses que han trabajado en ella. Son ellos los que me han ido indicando lo que había que hacer. Hemos creado una especie de región imaginaria, una suerte de maelstrom, una zona del sur de El Líbano colindante con el norte de Jordania. La ropa, los alimentos, todos los ritos, se inspiran en esa zona, pero el acento del árabe es otro. Yo sentí que esa propuesta era aceptada por los que estaban trabajando en la película, de manera que la historia fuera extrapolable a otros países de la región.