Fotograma de Le Père de mes enfants, de Mia Hansen-Love

Son pocas las ocasiones en que podemos celebrar que las tres películas más destacables que se incorporan a la cartelera nacional están dirigidas por mujeres. Llegan ahora a nuestras salas, procedentes de cinematografías tan distantes como la francesa y la argentina, tres obras modestas pero penetrantes, de marcado acento personal pero sin caer en la asfixia autoral, emotivas y entretenidas, filmadas con talento y pulso narrativo y, sobre todo, con una capacidad extraordinaria para construir climas psicológicos muy precisos y sugerentes. Le Père de mes enfants, de Mia Hansen-Love, Rompecabezas, de Natalia Smirnoff y el documental Su nombre es Sabine, de la actriz Sandrine Bonnaire en el que la musa de Chabrol y Rivette indaga en el autismo a través de la experiencia de su hermana.



LE PÈRE DE MES ENFANTS (Mia Hansen-Love / 2009 / Francia). Se presentó en la sección "Una cierta mirada" de Cannes hace dos años y es el segundo largometraje de Hansen-Love, excrítica de Cahiers du cinéma, compañera generacional y sentimental de Olivier Assayas (Carlos), sin duda una de las grandes promesas del cine francés desde su debut con Tout est pardonée (2007), inédita todavía en salas españolas. En la perversión financiera, el cine francés giraba su mirada a sus bastidores con Le Père de mes enfants, que focalizaba su atención en la incruenta burocracia de la industria. Hansen-Love se inspira en la vida y trágica muerte del productor Humbert Balsam -curiosamente, el protagonista de la excelente Tournée, de Mathieu Amalric, que se estrena el próximo viernes, también se inspira en Balsam- para filmar una posible autopsia del cine europeo, ahogado por deudas y ambiciones rotas. El filme relata en su primera parte, entre el vértigo y la angustia, los últimos días en la estresada vida de Grégoire Cancel, un padre de tres hijas que trata de mantener a flote su productora y su familia, que quiere a toda costa salvaguardar su legado. En un gesto demoledor, inconcebible, el filme se fractura en dos partes: el naufragio y sus restos.



ROMPECABEZAS (Natalia Smirnoff / 2009 / Argentina). Antes de este estimable debut, que se presentó en la Berlinale con cierto éxito, Natalia Smirnoff se había labrado ya una extensa carrera como asistente de dirección y responsable de casting en películas de compatriotas suyos como Pablo Trapero, Alejandro Agresti o Lucrecia Martel. De hecho, los primeros instantes de Rompecabezas, con sus planos cerradísimos tratando de enmarcar el esquivo rostro de la actriz María Onetto (protagonista también de La mujer rubia) mientras sirve la cena para multitud de invitados, nos traslada directamente a esa cruda atmósfera de opresión y misterio que caracteriza el cine de Martel. En todo caso, Rompecabezas va adquiriendo sin imponerlo un vuelo propio, una singular forma de retratar a la familia argentina y la liberación femenina que se produce en su núcleo. Y es que la vida de María del Carmen (María Onetto), sacrificada ama de casa que responde con servidumbre a las exigencias de su marido machista (Gabriel Goity) y de sus dos hijos a punto de abandonar el nido familiar, da un vuelco cuando descubre su talento para armar puzzles. Más aún cuando conoce a Roberto (Arturo Goetz), un hombre adinerado con el que entrenará en secreto para participar en un torneo de rompecabezas. De humor, patetismo, amargura y un punto de costumbrismo se alimenta el filme, que no es exactamente una comedia familiar al uso o un melodrama de adulterio (aunque podría haber sido ambas cosas), y que sobre todo revela el talento y la singular mirada de una narradora nata y una observadora sutil.