Silvia Pinal en una escena de Viridiana
Hace 50 años, el mundo también miraba al Festival de Cannes. Lo hacía conmocionado (y escandalizado) porque se otorgaba la Palma de Oro y la ganaba una película española, Viridiana, un hito que jamás ha vuelto a repetirse. Sin embargo, el motivo del escándalo no era la nacionalidad del filme sino su contenido. Luis Buñuel, en la cima de su prestigio, no recogió el premio más importante del cine mundial porque estaba enfermo en París y en su lugar lo hizo el director general de cinematografía de la época, José María Muñoz Fontán, a quien la osadía le costó el puesto. Un documental producido por el Canal TCM y dirigido por Pedro González, Regreso a Viridiana, rememora su rodaje y estreno de la mano de la profesora universitaria francesa Monique Roumette, quien trabajó como becaria mientras el genio de Calanda realizaba la que quizás es su película más emblemática.Roumette, en el documental, recuerda un Madrid en el que las mujeres eran "terriblemente conformistas" y donde la censura se encargaba de controlar hasta el último detalle de lo que se rodaba y producía en España. Un examen exhaustivo del que sin embargo logró salir airoso Viridiana para pasmo de propios y extraños. Buñuel regresaba a España tras un largo exilio mexicano (una maniobra del régimen que pretendía propiciar cierta reconciliación) y su estrategia para burlar a la censura fue hacer pasar a la película por una especie de culebrón mexicano protagonizado por una piadosa (Silvia Pinal) que aunque decide abandonar el convento no cejará en su empeño de llevar sus ideas cristianas hasta sus últimas consecuencias.
Por supuesto, Viridiana no es un culebrón mexicano y la visión que ofrece de la religión católica, a la que trata con sana irreverencia, propone una lectura irónica partiendo del supuesto de la imposibilidad de llevar el ideal de caridad hasta sus últimas consecuencias. Aunque Viridiana, que también ha sido remasterizada para la ocasión y se exhibe en la sala Berlanga de Madrid estos días, también es una película sobre el despertar a la vida de una joven, la propia Pinal, que ha permanecido siempre recluida entre las paredes del convento y que se debate entre las bendiciones de una vida lejos del mundo sin sorpresas ni dolores y los riesgos de enfrentarse a la realidad, con el dolor que siempre conlleva el contacto con los demás. En realidad, Viridiana es una historia sobre la pérdida de la inocencia.
Los 50 años de la película sirven tanto para conmemorar sus virtudes artísticas como recordar la época en que se rodó, años aciagos para los artistas españoles que luchaban a brazo partido contra la rígida censura franquista. La película, en la que como recuerda Roumette durante el documental se rodó a escasos metros del Palacio de El Pardo, residencia de Franco, abunda en imágenes transgresoras para la época como cuando Fernando Rey, en el papel del turbio tío de la protagonista, se calza un zapato de tacón, cosa que, dice Roumette, "Buñuel filmaba con enorme elegancia". Recuerda también la profesora francesa las complicaciones de rodar con mendigos y la "humanidad" de Buñuel, al que describe como un hombre sensible y generoso a pesar de su aspecto hosco. El director se encariñó especialmente con el actor que hacía de leproso, el único vagabundo real de todo el reparto, e hizo gestiones para que se le pagara lo mismo que al resto. Asimismo, al parecer se lamentaba de que en España no hubiera tantos enanos y jorobados como en México.
Viridiana fue el cénit y el final de su productora, Uninci, a la que se prohibió tajantemente rodar ninguna otra película. De hecho, el ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, ordenó la destrucción de todas las copias después de que el diario del Vaticano, L'Osservatore Romano, calificara a la película de blasfema, cosa que Roumette recuerda como "una campaña de promoción gigantesca gratuita para la productora". Afortunadamente, sobrevivió una copia en París y el productor de la cinta, Gustavo Alatriste, pudo estrenarla en todo el mundo bajo bandera mexicana. La "campaña de promoción" sin embargo tuvo numerosos efectos desoladores. No sólo Uninci, también el otro productor, Pere Portabella, tuvo que abandonar el cine debido al escándalo. Y la película no se estrenó en España hasta 1977, dos años después de la muerte de Franco. Al parecer, el dictador vio la película dos veces y no encontró ningún motivo para prohibirla. Pero la condena del Vaticano pesó más que su propio criterio.