Fotograma del documental Senna.
Ayrton Senna empezó montando a caballo, que era la potencia del kart que le regaló su padre cuando cumplió 8 años, y acabó encaramado a lo más alto de la Fórmula 1 dorada de los 80. El primero de mayo de 1994, el piloto cambió inesperadamente su condición de leyenda automovilística por la de mito universal. Aquel día su coche se estrelló contra un muro del Circuito de Imola, en San Marino, a más de 210 kilómetros por hora.Para el piloto brasileño quedar segundo equivalía a ser "el primero de los perdedores", lo que le llevó a vivir al límite de sus posibilidades, tanto fuera como dentro de las carreras. Cada uno de sus poles y de sus podios merecerían una película, y por eso el documental Senna, que se estrena hoy en las salas españolas, recurre a la métrica de una síntesis emocionante y emotiva, fascinante y trágica a la vez. Su director, el británico de origen indio Asif Kapadia, ha sabido extraer de 15.000 horas de imágenes de archivo 104 minutos de épica automovilística en un relato in crescendo sobre los momentos más gloriosos del gran profeta del asfalto. Ése que decía hablar con Dios en la curva de Eau Rouge del Circuito de Spa-Francorchamps y que leía versículos de la Biblia antes de cada gran premio. "Se trataba de reducir la película al mínimo -cuenta el director- para que alguien ajeno a este deporte pudiera meterse en la historia". A medio camino entre el efectismo del biopic y el rigor documental, Senna recupera en tres actos (la ascensión, la gloria y el fatídico accidente) el primer podio del piloto en Mónaco en 1984, su paso por las diferentes escuderías y la gran rivalidad que mantuvo con el francés Alain Prost.
Entre medias, hay instantes de gran humanidad que nos adentran en la vida personal de un hombre lleno de misterios y profundamente espiritual. "En Senna siempre hay algo gris. No pertenecía al grupo, era como un extraño en el mundillo europeo de la fama".