No hay personaje más singular en el cine español que Nacho Vigalondo. En la tradición sajona, pródiga en artistas excéntricos, no resultaría nada extraño, pero sí en el nuestro, donde nunca se ha entendido demasiado bien el modelo de artista showman y en el que se valora por encima de todo la prudencia y la (falsa) modestia. Devorado a veces por su imagen pública, Nacho Vigalondo es también un director de cine de fino olfato y enorme talento. Sus cortometrajes, que lo llevaron con 7.35 de la mañana a las puertas de los Oscar en 2004, daban cuenta de su histriónico talento y de su capacidad para reinventar la tradición española del surrealismo e incluso el esperpento dándole nuevas formas y mimbres, alcanzando una modernidad que desde siempre el cine español ha pedido a gritos. Su primer largomteraje, Los cronocrímenes, dejó a más de uno con la boca abierta al transitar un terreno poco habitual en nuestra cinematografía como la ciencia ficción y hacerlo tomando un camino absolutamente personal y único, en el que se mezclaba el juego de la inteligencia con un peculiar sentido del humor tan castizo como gracioso.



Las expectativas respecto a su segundo largometraje, Extraterrestre, eran enormes y Vigalondo las cumple con una película en la que, lejos de imitarse a sí mismo u ofrecer otra ración de lo esperable, vuelve a tomar un trecho radicalmente insólito y, a ratos, por qué no decirlo, desconcertante. Porque Extraterrestre es eso, una película marciana a más no poder en la que vuelven a aparecer los elementos fantásticos pero no como texto sino como contexto, ya que el filme se desarrolla durante una invasión alienígena pero la película no tiene nada que ver con los filmes del estilo a los que estamos acostumbrados. Aquí no hay ni batallas ni bichos verdes pegando tiros, casi todo sucede en un apartamento en el que Michelle Jenner y Julián Villagrán coinciden tras una noche de juerga como improbable pareja erótica. De esta manera, el cineasta construye una comedia romántica que busca y encuentra constantemente la carcajada del espectador partiendo de un humor delirante y absurdo que entronca con la tradición de Mihura o incluso Azcona. A esos referentes, habría que añadir la personal revisión de la tradición pop en clave irónica e incluso de sainete. Como prueba del éxito del filme en Donosti, nada mejor que mencionar las risas continuas durante el pase de prensa en el que más de uno padeció el síndrome de la risa tonta.



Por motivos de logística, no he podido ver aun La voz dormida, la película española que ha reinado hoy en la sección oficial del festival así que mi opinión llegará mañana. Se trata del tercer largo del prestigioso Benito Zambrano, quien tocó el cielo con su aclamado debut, Solas (1998). La voz dormida, que dura más de dos horas y está en la terna de tres candidatas españolas para el Oscar, trata sobre la Guerra Civil partiendo de una novela de Dulce Chacón. Sí puedo afirmar que la reacción de la prensa a este filme ha sido, en el mejor de los casos, tibia. María León, a la que elogió todo el mundo, protagoniza una historia marcada por lo hiperdramático: una mujer que espera en la cárcel a tener un niño para ser ejecutada y su hermana que la visita todos los días para evitar que éste sea dado en adopción y poder criarlo ella misma. Ante la tentativa de caer en la cantinela de "por favor, otra película sobre la Guerra Civil no", Zambrano ya advirtió a Carlos Reviriego en El Cultural: "No quería hacer una película más sobre la Guerra Civil. Le pedí al equipo que se entregara en cuerpo y alma para evitarlo". Un exceso de truculencia y la insistencia en convertir la Guerra Civil en una historia de buenos y malos está siendo el principal reproche de todo el mundo al filme. De todos modos, le concedo como siempre el beneficio de la duda. Mañana ya contaré qué me ha parecido.