Image: Debut memorable

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Cine

Debut memorable

Giorgelli estrena Las acacias

14 octubre, 2011 02:00

Hebe Duarte y Germán de Silva en Las Acacias.


Una de las virtudes menos vistosas pero más complicadas del arte cinematográfico consiste en encontrar la simplicidad de la historia. Eso que llaman economía expresiva. Después de ver Las acacias, que obtuvo la Cámara de Oro en el Festival de Cannes -es decir, la Mejor Opera Prima del certamen francés-, uno bien puede salir con la sensación de que no recordará ningún incidente específico del filme de Pablo Giorgelli. Mucho silencio, mucha carretera, algunas palabras. Los enormes ojos de un bebé. Y sin embargo, su cautivadora experiencia de noventa minutos, subido en el camión de Rubén (Germán de Silva), un transportista que recoge a una madre (Jacinta /Hebe Duarte) y su hija de cinco meses (Anahí / Nayra Calle Mamani) para llevarles de Asunción a Buenos Aires, depara una de las propuestas más emotivas y memorables del último cine argentino. Sin alharacas, sin rodeos, sin efectismos ni sentimientos impostados. Un cine que, como si fuera un relato de Chejov o un poema de José Hierro, emplea lo justo y necesario para contar su historia y transmitir el sentimiento preciso.

Sostiene Giorgelli que lo que deseaba contar en Las acacias es "el conflicto interior de un hombre consigo mismo y con su paternidad". La película nació de un período de crisis en el que el cineasta se divorció, perdió su trabajo, casi se queda sin casa y murió su padre. "Esta película habla de mi dolor frente a la pérdida, de la soledad de ese momento", explica Girogelli, que ha debutado en el cine con 44 años. Es más o menos la edad del camionero Rubén, huraño e individualista, que al principio del filme se muestra incómodo, con cierto resquemor, por tener que hacer el trabajo especial que le ha encargado su jefe. Su trabajo, a fin de cuentas, consiste en transportar madera de acacia, y no cruzar fronteras con pasajeros clandestinos.

El director filma la incomodidad entre Rubén y Jacinta con matices gestuales, miradas significativas, pequeños detalles de un rigor insólito en un director debutante. Ambos desconocidos, quizá no hay que decirlo, poco a poco van desarrollando un cariño íntimo hacia el otro, rompiendo la barrera invisible que los separa. La ternura del bebé oficia de catalizador. Basta imaginar todo el azúcar y la metralla lacrimógena que le hubiera echado Hollywood a esta modesta road-movie -de la que no desvelaremos más- para valorar justamente una película de infrecuente sensibilidad, capaz de provocar asombro con muy pocos recursos. Muy pocas veces el cine ofrece la ocasión de experimentar el sentido del viaje (literal y vital) con semejante exactitud y solidez narrativa.