Alejandro Amenábar en el rodaje de Ágora. ©Teresa Isasi. Archivo personal de Fernando Bovaira

Los premios Goya nacieron en una marisquería madrileña. Alfredo Matas citó un 12 de noviembre de 1985 a reputadas personalidades del ámbito cinematográfico con la intención de "promover la creación de unos premios nacionales, otorgados por la propia cinematografía, que diera mayor promoción a nuestras actividades". Apenas tres meses después, se presentaba oficialmente la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, y su primera gala de premios -que antes de llamarse Goya pudieron haberse llamado Lumière, Buñuel o Soles, según los otros nombres que se barajaron- se celebró al año siguiente. Un cuarto de siglo, por lo tanto, ha transcurrido desde entonces.



25 ediciones de unos premios que han vivido diversas etapas, que se han celebrado en diversos escenarios, que han conocido a muchos presentadores (de Fernán Gómez a Andreu Buenafuente), que se manifestaron contra la guerra o con las manos blancos contra ETA, y que en el ámbito estrictamente fílmico lanzaron al estrellato precoz a directores imberbes como Alejandro Amenábar o Achero Mañas, al tiempo que se dejó en el olvido películas inolvidables. La mayor ignominia, quizá, El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice.



A este cuarto de siglo de los Goya se dedica a hacer balance el libro 25 años de los premios Goya. Un viaje al cine español (Lunwerg Editores), cuyo lanzamiento supone un verdadero homenaje gráfico a los distintos oficios de la industria -directores, actores, fotógrafos, maquilladores, músicos, montadores, etc.-, absolutos protagonistas de la publicación y de la exposición fotográfica que la acompaña, 25 años de los Goya, y que se puede visitar hasta el 8 de enero en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.



El libro no es meramente un catálogo de la exposición -fotografías, retratos, bocetos, guiones, piezas de vestuario, atrezzo, etc., que proponen un viaje emocional por la historia reciente de nuestro cine-, ni tampoco es un texto historiográfico que repasa la historia y el anecdotario de los premios y sus respectivas galas -ese libro ya existe, lo escribió Verónica Pérez Granado hace cinco años y se titula 20 años de Premios Goya (Aguilar)-, sino que se trata de un libro gráfico en el que diversos autores, representantes de los múltiples oficios del cine, trazan un hilo conductor en torno a la evolución de su arte en estos últimos 25 años.



Coordinada por Jesús Robles (propietario de la librería de cine Ocho y Medio), se trata por tanto de una obra de carácter coral, que se estructura en 15 capítulos, aparte de una introducción del presidente de la Academia, Enrique González Macho, y un epílogo de uno del os mayores triunfadores de los Goya, Alejandro Amenábar. Dedicados cada uno de los capítulos a los distintos oficios del cine, cada uno de ellos se abre con un texto de uno de sus representantes que ha sido premiado con la estatuilla. "Menos conocido que los rostros que suelen ocupar los titulares -escribe González Macho en la introducción-, su tarea es sin embargo el cimiento básico en el que se asiente todo el edificio de nuestro cine". Desentrañar el papel del director, y su evolución en el último cuarto de siglo, corre a cargo de diversas figuras que van de José Luis Cuerda a Pedro Almodóvar, pasando por Isabel Coixet, Álex de la Iglesia y Carlos Saura, entre otros. Javier Bardem, por su parte, escribe sobre su oficio - "Actuar es ser otro para ayudar humildemente a descifrarnos de otra manera"- acompañado de otros intérpretes como Verónica Forqué, Maribel Verdú o Juan Diego.



Se echa en falta la visión de otros cineastas algo más alejados de las estructuras industriales del cine español, y que también han obtenido algún Goya -¿dónde están Javier Rebollo o Isaki Lacuesta, por ejemplo?-, si bien la selección del 'dream team' del cine español arroja múltiples reflexiones no sólo en forma de textos, sino sobre todo con materiales gráficos de todo tipo -planos, fotos de rodaje, esquemas, partituras, bocetos...- que ofrecen una idea de los mecanismos de trabajo de sus respectivos oficios, si bien se hubieran agradecido unos pies de imagen identificativos y explicativos en cada página en vez de al final, para facilitar su lectura. La lujosa edición del libro, que exhibe un diseño vistoso y atractivo, se ve así empañada por una pobre vocación documentalista.



En el apartado de guión, Agustín Díaz Yanes sostiene que escribiendo guiones "no sueles ganar dinero, no sueles alcanzar la fama, pero haces muchos y buenos amigos", mientras que en el capítulo musical participan firmas como Roque Baños o Lucio Godoy; de la fotografía se encargan José Luis Alcaine (reciente Medalla de Oro de la Academia) y Javier Aguirresarobe entre otros; en el apartado del montaje, escriben profesionales como Teresa Font o Ángel Hernández Zoido; en la dirección de arte, Félix Murcia se encarga del texto introductorio; de los efectos especiales escriben Reyes Abades o Raúl Romanillas, etc.



Epílogo



Cuando empezaba a hacerme un hueco en el mundo del cine, muchas veces escuché decir a familiares y amigos: «No cambies, sigue siendo el mismo». Y sin embargo, cada vez estoy más convencido de que hacer películas es precisamente lo que más me ha cambiado en estos años. Un buen día te encuentras ante treinta, cincuenta o cien personas que te miran esperando que digas qué quieres hacer. Y por mucho que te hayas preparado la jornada y que proyectes la voz intentando aparentar serenidad y seguridad, empiezas a sentir que te tiemblan las piernas, como cuando de niño te sacaban a la pizarra y no te lo sabías...



Es terrible. Y maravilloso a la vez. Te has convertido en un extraño patrón lleno de dudas, abocado a decir «sí» o «no» en cuestión de segundos, nunca «tal vez» o «ya veremos», porque en un rodaje cada decisión que pospongas demasiado saldrá cara, a veces mucho. Y la que tomes erróneamente la pagarás en la sala de montaje, cuando ya hay poco que arreglar (muchas veces la mejor manera de arreglar lo malo es tirándolo a la epílogo basura). Así que el ejercicio es muy saludable para enfrentarte con tu ego y descubrir que no eres tan listo como pensabas.



Hacer películas te enfrenta también a la vida en familia... o más bien te devuelve a ella, justo cuando creías que te habías emancipado. En los rodajes hay discusiones, broncas, alguna risa y muchas lágrimas. Los que hasta entonces solo habíamos sido hijos nos encontramos haciendo de padres y madres, a veces demasiado condescendientes, otras gritando a quien no se lo merece.



Y hacer películas es, cómo no, tener que estrenarlas, saber que aquello que unos cuantos hemos cocinado a lo largo de meses y años podrá ser digerido en apenas dos horas por conocidos y desconocidos, todos dispuestos y legitimados para decir qué les parece. Porque para eso se hacen las películas, para que la gente las vea y opine, las ame, las odie o las ignore.



Quiero pensar que este oficio me ha cambiado, me ha hecho más fuerte y también más vulnerable. Viendo películas aprendí a hacer cine, y haciéndolas estoy aprendiendo a ser persona.



Alejandro Amenábar



[Texto de Alejandro Amenábar incluido en el libro "25 años de los Goya. Un viaje al cine español"]