Fotograma de George Harrison: Living in The Material World.

La pasión de Martin Scorsese por el universo del rock regresa hoy a las pantallas españolas. Tras realizar el canónico documental sobre Bob Dylan, propone ahora en George Harrison: Living in The Material World un viaje a la intimidad del beatle más espiritual.

¿Qué hace un devoto del ruido de los Rolling Stones empeñado en un documental con el chico espiritual de los de Liverpool? En efecto, George Harrison: Living in The Material World, documental firmado por Martin Scorsese, huele a lo que deben de oler las anomalías. Sin embargo, la sensación de extrañeza dura poco. El tiempo justo en el que se acoplan las piezas y uno de los directores que de forma más precisa se ha acercado al mundo del rock surge intacto. Es una cuestión de ajustar la mirada.



Cuentan las crónicas que todo empezó un incierto día de noviembre de 1969. Esa tarde, y por primera vez, el italiano con ganas de hacer cine asistía a un concierto de la banda de Mick Jagger en el Madison Square Garden de Nueva York. Honky Tonk Women, Love in Vain o Midnight Rambler... En efecto, se pone firme el vello del cogote. Pues bien, el último episodio de esa historia de amor y pelos de punta entre el director y el rock es un largometraje documental intimista que sigue paso a paso y a lo largo de más de tres horas la vida de George Harrison. Y lo hace con la mirada precisa con la que siempre Scorsese se ha ocupado de la música popular.



La idea no es otra que desplegar de forma minuciosa la vida entera del más melancólico de los Beatles. No se trata de descubrir nada, sino de enseñarlo cartesianamente. Desde los viajes espirituales por los mantras, "mararishis" y "harekrishnas", a la ruptura con su mujer Pattie Boyd (Eric Clapton mediante), sin olvidar los años duros con la voz rota, la piel disminuida y el cáncer galopante. Por supuesto, todo ello con parada obligada en los Beatles y mención especial para su periodo de productor de cine (él, recuérdese, fue el responsable de La vida de Brian, de los Monty Python).



Digamos que los iniciados en la materia no descubrirán nada nuevo o sorprendente. Tampoco se trata de eso. La idea es detenerse en la perfecta descripción de todo lo tocado por el guitarrista para ofrecer el retrato más profundo posible. Digamos que a fuerza de rigor, la película consigue la más intensa de las emociones. Si se quiere, una suerte de fisión fría. Hemos llegado.



La estrategia no es otra que la patentada en El último vals (1978), el documental del propio Scorsese que sirvió para despedir a The Band, el mítico grupo liderado por Robbie Robertson. Martin Scorsese convirtió una celebración (por el escenario pasaron nombres que iban desde Neil Young a Van Morrison pasando por Bob Dylan, Eric Clapton, Joni Mitchell y, entre muchos otros, el mismísimo Muddy Waters) en un hito que marcó a fuego la historia del cine documental y, ya puestos, del cine en general.



Nada se dejó a la improvisación. Por primera vez se rodó en directo con un guión previo que marcaba exactamente cada plano. El resultado quedó, ya se ha dicho, para los restos. Se trataba de hacer lo contrario al cine libre, de lo que habían hecho gente como los hermanos Maysles (Gimme Shelter, 1970) o D.A. Pennebacker (Don't Look Back, 1967). En sus manos, la forma de acceder al corazón fue con un escalpelo en la mano. Y lo mismo vale tanto para Shine a Light (2008), el concierto grabado de, otra vez, los Stones, como para sus otros trabajos sobre música popular: Feels Like Going Home (2003), el capítulo que dirigió para la serie televisiva sobre la historia del blues que él mismo produjo, y No Direction Home (2005), un fascinante retrato de los convulsos años de Bob Dylan. A la intensidad por el cálculo. En un momento del documental la precisión de la mano de Harrison sobre la guitarra slide es descrita como "sonido emocional". Y eso mismo, de alguna forma, define la mirada de Scorsese hacia el rock: imagen emocionada.