Ryan Gosling es el héroe trágico de Drive

Hacía tiempo que no llegaba a nuestras salas una película con semejante capacidad de fascinación. Desde su estreno en Cannes, Drive ha conquistado los gustos de especialistas y aficionados convirtiéndose en un verdadero fenómeno de culto que aglutina todo tipo de entusiasmos. Ryan Gosling, habitando casi todos los planos del filme, atraviesa esta fábula mortalmente melancólica con el laconismo propio de la tradición heroica moldeada por Clint Eastwood y Steve McQueen, pero también con la del silencioso samurai de Jean-Pierre Melville y Alain Delon.



Como el escorpión que lleva bordado en la espalda de su chaqueta plateada, el héroe innominado de Drive, apodado Driver, esconde tras su silencio y sus gestos maquinales una naturaleza agresiva de la que se siente prisionero. Es el aguijón que atravesará su cuerpo al cabo de una sangrienta crónica de venganza en Los Angeles. Mecánico y 'stunt' de Hollywood durante el día, por las noches Driver participa en pequeños atracos como el conductor del coche que se da a la fuga. Encuentra tiempo aún así para enamorarse de su vecina Irene (Carey Mulligan), pero tras el abrupto regreso de su marido (Oscar Isaac), recién salido de la cárcel, se verá envuelto en una refriega criminal con un millón de dólares de por medio y con la mafia de la Costa Este pisándole los talones.



En un momento del filme, Albert Brooks, que interpreta a un exproductor de cine reconvertido en criminal, le dice al imperturbable Driver: "Yo solía hacer películas en los años ochenta. Películas de acción, material sexy. Un crítico dijo que eran europeas". Desde la milimétrica puesta en escena de su secuencia de apertura -un guiño a Driver (1978), de Walter Hill-, el relato adquiere el aura de un filme de género norteamericano con la caligrafía de un verdadero autor europeo y la estética retro de los ochenta. Su director, Nicolas Winding Refn (Copenhague, 1970), aunque sea prácticamente un desconocido en nuestras salas -sólo se estrenó su debut con Pusher (1996), primera entrega de una alucinada trilogía noir-, ha desarrollado su carrera (ya van nueve largometrajes) reivindicando una clase de cine que transita la indeterminada zona entre el cine de género y la excentricidad autoral.



El héroe romántico

Ha escrito todas las películas que ha dirigido, excepto Drive (adaptación de la novela homónima de James Sallis), que irónicamente le ha propulsado al parnaso de los grandes cineastas de nuestro tiempo al recoger el premio al mejor director en Cannes. Filmes como Bronson (2008), en torno a un famoso criminal británico, o Valhalla Rising (2009), donde conjugaba naturalismo medieval con trascendentalismo espiritual, ya reflexionaban sobre la condición romántica y autodestructiva del héroe.



Lo dijo Godard: "Lo único que se necesita para hacer cine es una chica y una pistola". Añadamos un coche a la ecuación y Drive representa la búsqueda (y el encuentro) de ese preclaro equilibrio entre la sublimación romántica y el estallido violento, de recreación hiperestilizada: planos en gran angular, ralentís prolongados, movimientos de cámara flotantes. Herramientas sensoriales aplicadas con un rigor casi filosófico.



Como Quentin Tarantino, el director danés ha sabido procesar los discursos de la violencia cinemática con una sensibilidad extremadamente pop, al tiempo que regurgita con sus imágenes lecciones de cineastas que van de Robert Bresson a Jim Jarmusch, proyectándose en el linaje de machos-alfa norteamericanos: Sam Fuller, Nicholas Ray, Arthur Penn, John Huston, Clint Eastwood, Abel Ferrara... Pero Drive no es un cóctel posmoderno sobre la naturaleza trágica del héroe moderno, ni otro thriller noir enfebrecidamente nostálgico. La singularidad de su tono, el talento y el carisma de Winding Refn descansan en una depuración emocional y narrativa en clave geométrica y en una bella y penetrante caligrafía estética propulsada por la atmósfera retro de su banda sonora. Clase, mucha clase.