Salma Hayek en un momento de La chispa de la vida
Tras Balada triste de trompeta, Álex de la Iglesia vuelve a la cartelera con La chispa de la vida, una entrega más del retrato que desde hace tiempo viene realizando el director vasco de la España más podrida y cruel. Para ello, ha contado con los actores Salma Hayek y José Mota.
Porque no es necesario acudir a Debord, o ni tan siquiera a Ballard; bastarían las declaraciones televisivas de Terri de Niccoló, una de las bellinas participantes en las orgías del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, para entender que vivimos inmersos por completo en el fango mugriento del espectáculo, mutación del capitalismo por la cual nada es real, y sin embargo todo es susceptible de ser convertido en mercancía, empezando por nosotros mismos: "Cuanto más alto quieras llegar, más cadáveres tendrás que dejar en la cuneta. Y es justo que sea así. La ley es la de los que son leones. Si eres un cordero quédate en casa con unos pocos euros al mes. Si quieres ganar 20.000 euros debes bajar al campo de batalla y vender a tu madre", decía orgullosa De Niccoló, acertando de lleno en la diana de la infamia capitalista contemporánea: el dudoso derecho a ponerse uno mismo en venta.
Un drama mediático
Sobre este tejido maloliente ha edificado Álex de la Iglesia su nueva película, que cuenta la historia de un publicista que, tras dos años en paro, acaba convertido en el protagonista involuntario de un drama mediático con su vida pendiente de un hilo (o más exactamente, apoyada en una barra metálica). Colándose por error en la inauguración de un teatro romano recién restaurado a mayor lustre de los políticos locales, Roberto Gómez (José Mota) acaba atrapado en el centro del escenario, y mientras los médicos discuten sobre la mejor manera de sacarle de allí sin poner en riesgo su vida, decide vender su tragedia al mejor postor, y arañar así un puñado de euros con los que asegurar el porvenir de su familia, con su mujer al frente (Salma Hayek), orquestando un drama para regocijo del público.Aunque pueda parecer una película mucho más sosegada que Balada triste de trompeta, La chispa de la vida no es sino una entrega más de este retrato en progresión que De la Iglesia lleva construyendo desde hace tiempo de la España más cruel y podrida; a su incomprendida, aunque genial y nada complaciente, visión del mito de la Santa Transición en Balada triste... le sucede ahora el acercamiento a un presente de perdedores, perdidos, parados de larga duración y contratados por ETT, visto a través de aquellas imágenes que han logrado suplantar a lo real: las de la televisión.
La película acierta al definir la verdadera aspiración del espectáculo contemporáneo y televisivo: retransmitir (léase vender) en directo la muerte, y no la vida, como hacen, en un quiero y no puedo hipócrita, esos programas que filman 24/7 a los concursantes con la nunca declarada aspiración de que alguno muera de improviso, aunque desbarra en un clímax que haría las delicias de aquellos a quienes pretende criticar. La estética sanguinolenta y carnal de su anterior película ha dado paso a un aspecto extrañamente digital, como si la película estuviera preparada ya para su emisión en HD por un canal en abierto, con el riesgo-goce de ser entendida como un informativo más. Ya lo dijo Debord: "El espectáculo no es un suplemento al mundo real. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real".