Alexander Payne

Con la sorprendente Entre copas recibió el espaldarazo de la crítica y el público internacionales, si bien ya se había posicionado como uno de los indies americanos más distinguidos con Election y A propósito de Schmidt. Siete años después, regresa con su obra más madura, Los descendientes, una "comedia" protagonizada por George Clooney y situada en Hawai. Alexander Payne ha hablado sobre ella con El Cultural.

En cierto modo, Alexander Payne (Nebraska, 1961) ha hecho su mejor película de rebote. No era lo planeado. Pero como en sus filmes, los planes que nunca salen bien conducen a goces imprevistos. Es fácil hermanar a Payne con cineastas como Wes Anderson y Noah Baumbach. Junto a ellos ha introducido un toque de sofisticación en la comedia americana de entresiglos, y Los descendientes viene a culminar eso que comúnmente se denomina "la madurez de un cineasta".



En los siete años que han transcurrido desde Entre copas (2004), el cineasta de Omaha -donde rodó sus primeros largometrajes: Citizen Ruth (1996), Election (1999) y A propósito de Schmidt (2002)- ha estado muy ocupado. Hizo un hermoso corto para el filme colectivo Paris, je t'aime, dirigió dos trabajos televisivos y, sobre todo, dedicó años a escribir lo que él considera su "épica obra maestra", Downsizing, un proyecto frustrado por sus ambiciones presupuestarias. "También me he divorciado y he tenido una intervención quirúrgica", añade el director desde su residencia californiana.



La labor de adaptar y dirigir la novela de Kaui Hart Hemmings Los descendientes nunca fue, por tanto, una primera opción. El proyecto estaba en manos de Stephen Frears, pero lo abandonó y se lo ofrecieron a Payne. "Yo estaba deprimido ante la imposibilidad de poner en marcha Downsizing -recuerda el cineasta-. Leí la novela y pensé que podía llevarla a mi territorio. También me habían ofrecido hacer Libertad de Franzen, incluso con la posibilidad de convertirla en una serie de televisión, pero no estaba dispuesto a pasar dos años de mi vida con esos personajes. Sin embargo, me gustaba la historia de Los descendientes, me gustaba la extrañísima atmósfera socio-cultural de clase alta de Hawai, y pensé que los ingredientes darían para un buen filme".



-Es la primera vez que rueda en Hawai. ¿Ha sido un desafío para usted?

-Había estado en Hawai muchas veces antes de vacaciones, pero era la primera vez que iba con el ojo de un documentalista. Para mí es muy importante que la medida, el tono de aproximación a la historia, sea el correcto, que tenga su sentido de realidad. Me gusta considerarme un director que es capaz de ir a cualquier sitio a rodar y con la capacidad de escribir buenas historias sobre su tiempo.



La historia de Matt King (Goerge Clooney), el marido y padre de dos hijas que protagoniza Los descendientes, es desde luego una historia de nuestro tiempo. En verdad, de cualquier tiempo. Una historia sobre la necesidad de perpetuar la memoria que se abre en dos direcciones. Por un lado, la tragicomedia de un abogado que descubre secretos inconfesables de su mujer cuando ésta entra en coma. Por otro, la trama de la venta de los terrenos de su adinerada familia. "Para mí, ambas historias hablan de lo mismo, de lo que significa dejar un legado y de la responsabilidad familiar -explica Payne-. La verdad es que no me interesan mucho esos asuntos. Ni me obsesionan ni expresan nada personal de mí, pero no dudé que podían dar lugar a una buena película".



Una 'comedia' muy seria

-De todos sus filmes, pero sobre todo de Los descendientes, entendemos que para usted la comedia es algo muy serio...

-Sí, habría que definir el concepto de "comedia". Quizá deberíamos distinguir entre comedia y película humorística. A mí simplemente me gustan las películas que tengan algo de sentido de humor en su concepción... El cine debe ser consciente del absurdo de la vida y reflejarlo. Creo que esa es la clave. No estamos hablando de comedia, sino de la conciencia del absurdo de la existencia detrás de cada detalle. Nos creemos todos tan importantes, y luego leemos los últimos descubrimientos en astronomía y vemos lo jodidamente pequeños que somos...



-Por sus películas, da la impresión de que usted acepta con serenidad ese absurdo. En este sentido, ¿se siente identificado con Matt King?

-Me gusta su resignación hacia las cosas. Uno tiene que aceptar quién es y él lo hace, aunque sea con resignación. Se perdona a sí mismo, se da cuenta de hasta qué punto ha sido cómplice en el fracaso de su matrimonio y en el grado de estupidez de su familia. Hay que aceptar lo absurdo que es todo, no queda otro remedio, y tener un sentido del humor hacia ello. No todo, claro, el Holocuasto es horrible, pero sabe a lo que me refiero, ¿no? Tenemos que leer a los budistas para aceptar las cosas sin pestañear, y a partir de ahí podremos avanzar. También hay que pelear, por supuesto. [Pausa] Siento darle respuestas tan jodidamente simples.



-Parece que le cuesta mucho hablar de su película...

-Sí, claro. Es demasiado reciente. Quizá dentro de cinco años tenga la perspectiva suficiente para valorarla, pero ahora... Creo que el proceso es algo cruel para los directores. Al menos para mí. Terminar una película y enseguida tener que declarar qué es. Yo no lo sé. Es sólo una película. No trato de minimizarla ni trato de minimizar sus preguntas, en serio, pero es difícil contestarlas.



-Podría hablar de Election, una película muy especial en su filmografía. ¿Qué importancia le concede en su carrera?

-Toda. La mayor parte de los halagos por mi trabajo los recibo por esa película. Creo que su cinismo es muy atractivo. El sentimentalismo no suele sobrevivir muy bien al cabo del tiempo, mientras que el cinismo sí. También creo que es una película que tiene un buen ritmo, y es la única que he realizado que no es demasiado larga. Es algo de lo que me doy cuenta cuando estoy haciéndolas. Lo último que quiero es hacer películas largas, pero cuando estás en ello, eres también consciente de que hay que mantener algunas escenas para justificar el impacto emocional de ciertos momentos. Creo que el ritmo casi musical de Election es lo que la hace tan atractiva. Es una película muy singular.



-Excepto precisamente Election, todas sus películas son road-movies. Parece que concibe el cine no sólo como un viaje mental, sino físico...

-Como practicante, sí lo es, aunque no necesariamente como espectador. No me gustan mucho las road-movies. Me gusta la fisicidad del acto de dirigir, me gusta rodar en exteriores, no dormir en tres semanas... La adrenalina es una droga fantástica. Lo que no me gusta es rodar en coches. Es aburrido y difícil, la maquinaria es horrible. Pero para mí el rodaje es un constante descubrimiento. Mi concepto del cine no es el de Hitchcock, es decir, ejecutar con la cámara lo que previamente se ha dibujado. Para mí hacer cine es un perpetuo descubrimiento de elementos que pueda incorporar al filme. Trato de controlar sólo lo que es controlable, pero a partir de ahí son los dioses los que hablan, y mi trabajo es escucharlos y ponerlo dentro de la película. Lo que puede ofrecerme la realidad es muy superior a lo que pueda concebir en mi pequeño cerebro. Mi trabajo es tener una mente abierta y reconocer todo aquello que pueda ser bueno para la película.



El humanismo de Renoir

-Usted es un gran cinéfilo. ¿Qué películas recientes le han interesado?

-Me gustó mucho Nader y Simin: una separación. Es una película extraordinaria. Pero aún no he visto Melancolía ni Le Havre, que pienso hacer pronto.



-Le Havre recuerda a Renoir por su humanismo. Creo que esa vertiente renoiriana también está en su cine, sobre todo en Entre copas y Los descendientes. ¿Ha tenido algún impacto en usted el cine de Renoir?

-Desde luego es uno de los grandes maestros, pero debo decir que, dado que hizo tantas y tantas películas, aún no he visto todas. De hecho, en 2012 me he propuesto ver todo Jean Renoir y todo Salvajit Ray. En todo caso, no creo que tenga una conexión especial con el cine de Renoir. Pienso más en directores como Buñuel, Billy Wilder o Antonioni. ¿Pero explíqueme lo del humanismo en mi cine?



-Creo que Matt King es el personaje que más le gusta de todas sus películas. No le trata con ironía, no le ridiculiza, como suele hacer con los protagonistas de sus anteriores filmes. En Los descendientes hay más humanismo en su descripción de los personajes...

-Sé que en mis películas anteriores he tenido la tendencia de controlar mucho a los personajes, de tener incluso una actitud paternalista con ellos. Pero siempre he intentado acompañarles en el proceso, no colocarme nunca por encima. Siento si alguna de mis películas transmite esa sensación, pero debo encajar esto desde un punto de vista humilde. Es algo que siempre puedo mejorar, y entiendo que haya notado el cambio con Matt King, porque yo también lo he notado. Creo que se debe a que es un personaje con quien en gran medida me puedo sentir identificado.



-¿Está ya trabajando en su próximo proyecto?

-Empiezo a rodar en mayo mi próxima película, y es el primer guión que ruedo que yo no he escrito. Se titula Nebraska. ¿Y sabe una cosa? Es otra jodida road-movie.