Vincent Cassel en El monje

Llega a las pantallas una de las mejores versiones de El monje, de Matthew G. Lewis. Dirigida por Dominik Moll y protagonizada por Vincent Cassel, indaga en el misterioso personaje con una puesta en escena digna de El Greco.

Hoy, cuando el término "gótico" para definir un cierto (o incierto) género, ha caído en descrédito gracias a una serie de ejemplos desdichados -de Crepúsculo a los excesos de Tim Burton o las series televisivas más vulgares-, resulta reconfortante echar un ojo a la nueva versión que de una de sus obras fundadoras, El monje, de Matthew G. Lewis, ha realizado Dominik Moll, a mayor gloria de San Vincent Cassel.



Publicada hacia 1796, El monje es ejemplo de las virtudes y excesos de la novela gótica original. Su enrevesada trama de pacto satánico, violación, crimen, espectros e Inquisición, resultaría modélica, suscitando desde el primer momento tanta admiración -de Victor Hugo a Breton- como rechazo -traducida al francés en 1797, Mercier de Compiègne advertía de sus nefastas influencias morales en el lector-. Tardaría en llegar a nuestro país, donde su negro retrato de la Inquisición y el oscurantismo católico dificultarían su publicación, pese a su popularidad en círculos liberales y anticlericales. Todavía en 1970 aparecería en España como El fraile (Taber), convenientemente aligerada, aunque hoy existen varias excelentes ediciones, entre las que destaca la traducción de Torres Oliver para Valdemar.



Apoteosis del gótico

Esta apoteosis del gótico, superior en éxito a obras como la seminal El castillo de Otranto de Walpole, Los misterios de Udolfo de Radcliffe, o Melmoth, el errabundo de Maturin, ha ejercido perenne tentación en algunos cineastas, presas de un empeño fáustico digno de su protagonista. Su enrevesada estructura, característica del género, se desvía en incontables vericuetos, como los laberínticos e interminables pasadizos de un castillo gótico.



Esto hace del clásico de Lewis casi más adecuado para el culebrón que para el cine, y, de hecho, quizá su adaptación más lograda fuera precisamente la realizada por Fernando Nolla para Radio Nacional de España, en los 90, en forma de serial radiofónico. Quizá por esta suerte de desafío diabólico, su adaptación cinematográfica fuera el sueño imposible de Buñuel, quien como buen surrealista admiraba el novelón de Lewis y escribiría un guión junto a Jean-Claude Carrière, finalmente utilizado por Ado Kyrou para su versión de 1972. Corriendo un tupido velo sobre la versión de Lara Polop en 1990, llegamos a este El monje pergeñado por Moll, con resultados más interesantes de lo esperable.



Hipnótico Cassel

Aunque renuncia, lógicamente, a sus múltiples subtramas, es la hasta ahora más fiel versión del libro, beneficiándose no solo de una cuidada y sobria puesta en escena, sino también de detalles tan agradecidos como la máscara de la misteriosa Matilda o la espléndida procesión, digna de una pintura de Leonora Carrington o Remedios Varo, que subraya la caída final de Ambrosio.



Naturalmente, su punto fuerte es el propio monje protagónico, un hipnótico Cassel que parece arrancado de algún lienzo de El Greco o Ribera, estatua barroca de un imaginero castellano hecha carne, en el fragor de un tormento y un éxtasis tan agudos, abismales y sensuales que llega uno a comprender por qué se rinde a los encantos del Mal. Lo que explica también la verdadera y eterna popularidad de la obra de Lewis.