Un momento de Malas hierbas
Vuelve a la cartelera el francés Alain Resnais con Las malas hierbas. El veterano cineasta acude en esta ocasión al humor surrealista para realizar un relato libre y transgresor en el que declara su amor al cine y su circunstancia.
Está claro que la película de Resnais alude a casi todo menos a la vida real. El humor surrealista, la narración en espiral, la deuda atestiguada al cine clásico a través de las citas directas a Los puentes de Toko Ri (1959) y a la emblemática pieza musical que escribiera Franz Waxman para los títulos de crédito de la 20th Century Fox... denotan que Las malas hierbas es, por encima de todo, una declaración de amor al cine y su circunstancia. Un relato libre, transgresor, coqueto y juguetón que arranca con aire cervantino -el omnipresente narrador reconoce desconocer dónde se sitúa la acción- adoptando un punto de vista estilístico que alude directamente a la obra de Hitchcock (la película también podría ser considerada como un thriller redentor) y que, posteriormente irá desintegrando su dramática, concediendo un mayor terreno al absurdo beckettiano (la secuencia en la comisaría de policía es puro hermanos Marx) y a la impostura brechtiana (algo en lo que Resnais lleva siendo maestro los últimos años).
Son tantas y tan brillantes las piruetas estilísticas que el firmante de Hiroshima, mon amour (1959) le imprime a su película que cualquier aproximación podría ser válida. ¿Estamos entonces delante de una oda a la aeronáutica? Probablemente, a tenor del delirante amor que los protagonistas prodigan por la aviación. ¿Es la obra un experimento plástico sobre la significación de los colores primarios en la composición escénica? Pues también. ¿Es ésta una película que revitaliza los códigos que rigen el cine de autor? Sobradamente, claro que a estas alturas Resnais poco tiene ya que demostrar, al fin y al cabo El año pasado en Marienbad (1961) sigue siendo un patrón del cine moderno que muy pocas películas han podido superar. Tiene algo esta magistral Las malas hierbas que también existía en las últimas películas de Eric Rohmer (El romance de Astrea y Celadón, 2007), Ingmar Bergman (Saraband, 2003) y Michelangelo Antonioni (Lo sguardo di Michelangelo, 2004) que va más allá del consabido talento del veterano maestro; pues más que corolarios o recapitulaciones, son todas ellas obras cuya belleza se proyecta hacia un futuro cuya improbabilidad lo aproxima al infinito.