Fotogramas de The Artist (arriba) y de La invención de Hugo (abajo).
El próximo domingo vuelven los Oscar a pasearse por la alfombra roja de Hollywood. Alexander Payne ('Los descendientes'), Woody Allen ('Midnight in Paris'), Terrence Malick ('El árbol de la vida'), Martin Scorsese ('La invención de Hugo') y Michel Hazanavicius ('The Artist') lucharán por las estatuillas más prestigiosas. Pero serán estos dos últimos quienes realizarán un auténtico duelo al sol por dos películas que homenajean al cine clásico. 'The Artist', muda y en blanco y negro, busca el estilo primitivo, los orígenes. 'La invención de Hugo', audaz y envolvente propuesta del director de 'Toro salvaje' que se estrena hoy en la cartelera española, se proyecta al futuro a través de la tecnología 3D.
Ficciones historicistas
Y esta dualidad compartida (su común interés por situar las respectivas ficciones historicistas en los ambientes del cine y por dejarse contagiar, o por absorber algo del lenguaje fílmico propio de las fechas a las que remiten cada una de ellas) es precisamente lo que deja al descubierto lo más relevante del paralelismo y también de la nítida contraposición existente entre los trabajos de ambos cineastas. Son, evidentemente, dos películas muy diferentes, pero las dos comparten una misma y doble ambición: la de reconstruir lo más fielmente posible el entorno histórico de referencia (que no es el mismo, aunque una y otra historia transcurren prácticamente en fechas idénticas: finales de los años veinte, comienzo de los treinta) y la de vampirizar en su propio beneficio el lenguaje y los códigos propios de aquellos tiempos.Hazanavicius sitúa su película en el quicio angular que supone el tránsito del mudo al sonoro en los estudios clásicos de Hollywood. Se trata de radiografiar, con tonalidades propias de comedia nostálgica, la crisis emocional y profesional de un star-system que, poco a poco, va siendo desplazado del firmamento estelar cuando, a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, el cine silente del período anterior deja paso a los talkies. Y sus referencias son tan inequívocas como transparentes, pues los míticos John Gilbert y Clara Bow emergen como claros modelos del galán seductor en decadencia y de la flapper que busca una oportunidad, interpretados aquí por Jean Dujardin y Bérénice Bejo.
La traición de la banda sonora
Pero mucho más que esta nítida ubicación historiográfica y ambiental, lo que realmente convierte a The Artist en una propuesta ciertamente singular es su pretensión de emular el lenguaje del cine mudo, puesto que se trata de un filme en blanco y negro y sin diálogos, aunque no sin banda sonora musical, lo que ya, de entrada, traiciona flagrantemente su propio punto de partida. Scorsese sitúa su ficción en la misma encrucijada histórica (más exactamente, en 1929, fecha que se corresponde con la del redescubrimiento y la rehabilitación triunfal de Georges Méliès en París), pero su verdadero universo formal y lingüístico de referencia es muy anterior, puesto que remite al origen mismo del cinematógrafo; es decir, a la estética, los trucajes artesanales, la prestidigitación teatral y la magia fílmica del propio Méliès y de sus primitivas películas coloreadas (filmadas entre 1896 y 1908), en cuyo interior parece introducirnos -con un encanto notable- la tecnología estereoscópica utilizada por La invención de Hugo.Lo que el autor de La edad de la inocencia viene a proponer, en consecuencia, no es tanto la reconstrucción del final de la belle époque parisina como la inmersión en el universo estrictamente imaginario y fantasioso del Viaje a través de lo imposible (Georges Méliès, 1904). Mientras Michel Hazanavicius renuncia al color y a los diálogos para simular que retrocede en el tiempo a fin de contar cómo trabajaban y se relacionaban las estrellas de Hollywood (que en realidad vivían en un mundo plenamente cromático y que hablaban fuera la pantalla exactamente igual que el resto de los mortales), Martin Scorsese se proyecta hacia el futuro, echa mano de la tecnología tridimensional más avanzada y se atreve a explorar nuevas potencialidades de ésta para crear la ilusión de que estamos dentro, exactamente dentro (gracias al 3D), de una desatada féerie tan colorista, libre, mágica y fantasiosa como las primitivas películas de Méliès.
Una irónica representación
De manera que el viaje propuesto por Scorsese en La invención de Hugo no sólo es más atrevido (al desplazar su verdadero universo de referencia mucho más atrás de lo que podría sugerir la época en la que transcurre su relato), más vertiginoso (en su simultáneo movimiento de expansión y contracción entre el futuro del cine y su momento fundacional) y más coherente (porque su inventiva digital y su despliegue de efectos visuales deviene tan audaz y envolvente como los trucos y las fantasías de Méliès), sino que Hazanavicius acaba por convertir a The Artist en un juguetón artefacto que, en realidad, se expresa con un lenguaje falseado (en sus códigos de planificación, de encuadre y de montaje), por completo diferente del verdadero lenguaje del cine de los años veinte, y puesto al servicio no de una reproducción del cine mudo, sino de una representación irónica -bastante artificiosa como tal- de la mitología de sus estrellas.Es la verdadera diferencia entre lo que no deja de ser estrictamente cine primitivo (The Artist), si bien en un sentido muy diferente al de las apariencias que tan esforzadamente intenta ofrecer, y cine contemporáneo (La invención de Hugo), por más que su vitalista y gozosa utilización de una tecnología futurista sea capaz de generar una sorprendente inmersión en el cine de los orígenes. Una inmersión que acaba por dejar claro que, para viajar al pasado, es necesario conquistar el futuro.