Gina Carano Como Mallory Kane en Indomable, de Soderbergh

El 'thriller' Indomable es un excelente ejemplo del paradigma Steven Soderbergh: ritmo vertiginoso y acción estilizada. Con una sorpresa: su protagonista, Gina Carano, que el director encontró en un 'reality-show'.

Haywire: mentalmente confuso o errático, loco (1). Que no funciona apropiadamente, roto (2). El título original de Indomable bien podría darnos la medida del filme: un artefacto desquiciado, histérico y resquebrado. Las grietas que recorren este enérgico thriller de Steven Soderbergh parecen en todo caso más conscientes que inconscientes, propias de un director que observa las imágenes que filma con cierta sorna, como si las fiscalizara.



La confusión y el erratismo del Soderbergh de Indomable es la de ese cineasta extremadamente prolífico que ha realizado 24 largometrajes en 23 años, a quien gusta rodearse de amigos-actores y viajar con pequeñas cámaras por espacios urbanos del mundo -esta vez de Barcelona a Verazcruz- para atrapar y hacer sentir la dinámica líquida, casi onírica, del universo globalizado. La mascarada que pone en escena en Indomable no está muy lejos de los ejercicios retro de la saga Ocean's Eleven, ni de sus piezas más indies o desenfadadas, es decir, de esa vertiente de su cine a la que no ahogan las altas ambiciones puestas en Traffic (2000), el díptico Che (2008) o Contagio (2011).



Indomable es un objeto hermoso que no funciona apropiadamente. También lo era su particular adaptación de Solaris (2002). Pero a ambos filmes los redime su extraña belleza, sus búsquedas estéticas, en este caso su humor. ¿Quién quiere ver películas perfectas? El director de Erin Brokovich ha rodado su nueva apología femenina con la media sonrisa en el rostro, confiriendo abstracción y falsa complejidad a una trama que se revela una especie de Jason Bourne en clave feminista: una espía-mercenaria descubre que es víctima de un complot contra su vida y transforma su improvisada fuga en un inclemente plan de venganza. Las taras de Indomable no son, a la postre, fracasos, sino formas de estilo. Soderbergh escenifica con pulso contemporáneo una traviesa, vibrante inversión de términos donde la heroína Mallory Kane (Gina Carano), puro magnetismo, se enfrenta ella solita a toda una alineación de estrellas-macho de Hollywood. Los consortes en la función, sintonizados con el registro irónico y desafectado del filme, son Michael Douglas, Ewan McGregor, Michael Fassbender, Antonio Banderas y Channing Tatum.



Soderbergh encontró a su protagonista en el reality-show "American Gladiators". El gesto de reubicar un cuerpo de la subcultura en una producción de prestigio nos recuerda a lo que el director de A Girlfried Experience hizo con la actriz fetiche del porno Sasha Grey. Ahora, la gladiadora que repartía mamporros a diestro y siniestro para las audiencias de un vulgar concurso televisivo, es en manos de Soderbergh una máquina fastuosa, un cuerpo propulsado por movimientos casi poéticos, una fuerza de la naturaleza que corre, golpea y salta mucho mejor de lo que jamás lo hicieron Uma Thurman o Angelina Jolie. "No deberías pensar en ella como una mujer. Es un error", advierte el personaje de McGregor en una línea de diálogo que parece dirigida al espectador.