Mefistófeles (Anton Adasinsky) y Fausto (Johanes Zeiler) en el filme de A. Sokurov

Aleksandr Sokurov es un director fascinado por el mal. Por la banalidad del mal, que diría Hannah Arendt, pero también por su origen: la tentación del poder absoluto, que lleva a hombres pequeños e infelices a convertirse en figuras capaces de arrastrar el mundo al caos. Después de mostrarnos sus retratos de Hitler (Moloch, 1999), Lenin (Taurus, 2000) y Hirohito (El sol, 2005), el cineasta ruso que contó la historia de su país en un plano secuencia de noventa minutos (El arca rusa), completa ahora su "Tetralogía del poder" llevándonos al corazón mismo de ese mal humano: el mito de Fausto. Ganadora en el Festival de Venecia, Fausto suma una nueva obra maestra a la filmografía del gran autor ruso.

La película épica de más de dos horas de duración, Fausto, está inspirada a partes desiguales en el poema de Goethe, la leyenda popular y la peculiar visión de Thomas Mann en su novela Doctor Faustus, de 1947. Es un filme complejo, sinuoso, visualmente barroco, de ritmo endemoniado y arrebatador, que consiguió el León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Venecia del 2011.



Como otros aspectos de la tradición germana -tan lejos, tan cerca-, el mito de Fausto ha ejercido una peculiar fascinación sobre la cultura rusa y eslava. La ópera del francés Charles Gounod, estrenada en París en 1859, se convirtió pronto en una de las piezas habituales del Teatro Bolshoi, donde Bulgákov asistió en repetidas ocasiones a su representación... Lo que sin duda influiría en su genial novela póstuma El maestro y Margarita, publicada por su viuda en 1966, trufada de guiños y referencias a Fausto. Antes, en 1908, el escritor simbolista Valery Bryusov había utilizado también el personaje de Fausto en su novela histórica El ángel de fuego -que Prokofiev convertiría en ópera-, además de ser autor de una de las mejores traducciones del poema de Goethe al ruso. No es raro que Bryusov fuera amigo del gran pintor del simbolismo ruso, Mikhail Vrubel, cuyo tema pictórico favorito era el Demonio. Aunque se trata de una mistificación, para el siglo XVIII se había instalado firmemente la tradición de que el verdadero Dr. Faust había vivido en Praga, donde hoy el visitante puede contemplar la fachada de la ‘Faustuv dum' (Casa de Fausto), en los números 40-41 de la 'Karlovo namesti'. Probablemente, el origen de esta historia sea el hecho de que en este palacete vivieran personajes como el astrólogo Jakub Krucinek o el alquimista inglés Edward Kelley, al servicio del fáustico emperador Rodolfo II.



El magnífico Fausto de Sokurov viene a unirse desde la pantalla a esta tradición, en la que se funden historia y leyenda, mito y literatura, para dar forma a uno de los arquetipos básicos de nuestra civilización: el hombre fáustico. Capaz, en su busca del conocimiento, la riqueza, el placer y la gloria, de ganarse la condenación eterna.





Tetralogía del poder

El propio Sokurov afirma que su Fausto viene a ser la culminación de una tetralogía cinematográfica dedicada al poder. Y a sus miserias: "Es imposible poseer este poder, porque no existe realmente. Solo existe en la medida en que la gente está dispuesta a dejarse subyugar por él. El poder no es material". Hay muchas diferencias entre Fausto y sus antecesoras Moloch (1999), dedicada a Hitler; Taurus (2001), en torno a Lenin, y El sol (2005), centrada en Hirohito, pero es evidente que tienen algo en común: el retrato que a través de todas ellas establece Sokurov de la naturaleza del poder, caracterizado por mostrarnos su lado más mezquino y hasta ridículo. En definitiva, su lado más humano: "La mitología de Hitler, Lenin o Hirohito no me interesaba (...). Sólo quise ver qué tenía Hitler en común con nosotros, hoy, sin juzgarlo pero para comprender. ¿Por qué el poder se halla en manos de hombres desgraciados?".



El doctor Fausto de Sokurov, interpretado por el actor alemán Johannes Zeiler, es, sin duda, un hombre desgraciado. Un buen hombre, dedicado al estudio de la ciencia, en busca del alma humana, pero atenazado por el hambre, la miseria, la incomprensión y la soledad. El mejor caldo de cultivo para la tentación, cuando ésta aparece, irresistible... Aunque aquí no sea bajo el atractivo hipnótico del Mefistófeles clásico, sino, todo lo contrario, a través de la grotesca, monstruosa pero avasalladora presencia del Prestamista, genial actor y mimo ruso Anton Adasinsky. En uno de los rasgos más singulares del poema cinematográfico de Sokurov, este diabólico e histriónico personaje, de proporciones groseramente inhumanas y verborrea satánica, se apodera de buena parte del protagonismo de la historia, arrastrando al atónito Fausto -y al no menos atónito espectador- en un descenso a los abismos, que solo el paréntesis de la hermosa Margarita rompe por instantes. El Prestamista está más cerca de los grotescos compañeros del Diablo en El maestro y Margarita que del Mefisto romántico, y si Sokurov fuera amante de los super- héroes, cabría pensar que conoce al no menos grotesco y satánico Clown, interpretado por Leguizamo en Spawn (1997).



Pese a que asistimos al torbellino de la seducción y condenación de Fausto, no podemos sentir por éste la misma repugnancia, el mismo desprecio -reflejo del que encontramos en nosotros mismos-, que despiertan los dictadores del resto de la tetralogía de Sokurov, porque hay en él una inmensa dosis de humanidad, que lo acerca y hace accesible: "Hemos elegido mostrar la historia humana, vemos a un hombre en la pantalla (...), humanamente se halla en una situación difícil (...) Toma decisiones conscientes pero también comete errores que no comprende".



Un salto al vacío

Si desde el punto de vista del personaje, este Fausto marca distancias respecto a los protagonistas de Moloch o Taurus, desde el formal, Sokurov ofrece también un salto en el vacío, tanto al amante y conocedor de su cine como al resto de espectadores, que desafía cualquier convención o idea preconcebida. Sin renunciar a su sello pictórico y esteticista, utilizando, como viene siendo habitual en su cine, una ligera deformación anamórfica de la imagen, y una paleta de colores oscuros, desvaídos y neblinosos, Sokurov, sin embargo, nos sumerge en un caleidoscopio mágico de imágenes surreales y fantásticas imparables. Empleando desde la infografía hasta los escenarios naturales de una mágica bohemia -gran parte del filme está rodado en la República Checa-, para concluir en el infernal paisaje de Islandia; contando con la espectacular fotografía de Delbonnel y la música de Sigle, de resonancia operística, el director arrastra a personajes y espectadores en una montaña rusa, construyendo un decorado atemporal -entre la Edad Media, el Renacimiento y el siglo XIX-, con tintes feéricos y surrealistas, que tiene casi tanto de Brueghel, Teniers, Vermeer y los pintores flamencos, como de Leonora Carrington o Remedios Varo, con ecos del miserable Londres victoriano de Dickens. Un mundo que tiene tanto del Fausto de Goethe -incluyendo constantes citas literales-, como del más perverso País de las Maravillas de Carroll, con personajes casi fellinianos, como el que interpreta la musa de Fassbinder, Hanna Schygulla.



Homúnculos, tabernas, gabinetes de alquimista, bosques tenebrosos, lagos encantados... Todo al hilo de una verborrea diabólica que enfrenta constantemente a Fausto y el Prestamista en un duelo filosófico, irónico y mortal, que no da tregua ni descanso, acompañado siempre por un tratamiento cinematográfico rico en inventiva visual, barroquismo y vigor narrativo. Sokurov no olvida nunca que está tratando un material legendario. Fantástico, gótico y feérico, feraz para la imaginería alegórica y los símbolos. Así, su Fausto no deja de recordar, felizmente, grandes filmes fantásticos de Europa del Este como El manuscrito encontrado en Zaragoza (1965), del polaco Wocjiech Has; el Faust (1994) o el Sileni (2005) del checo Švankmajer, o la adaptación de El castillo (1994) de Kafka, realizada por el ruso Balabanov.



Quizá lo más hermoso de este fascinante espectáculo literario metamorfoseado en cine sea que, como cierre del ciclo sokuroviano sobre el poder total -ese que corrompe absolutamente-, nos ofrece, por vez primera, un atisbo de luz y de esperanza.



Hitler, Lenin, Hirohito, no son solo villanos, monstruos, sino también víctimas de lo que los jungianos llaman "posesión arquetípica": atrapados, poseídos, casi literal- mente, por el arquetipo de Fausto, para el que sus seguidores les habían designado: "Ellos se sometieron también. Se sometieron al deseo de sus compatriotas, a su propia debilidad, a su propio delirio. En realidad, grandeza y poder son incompatibles".



Para Spengler, el hombre occidental es fáustico por naturaleza, y él, uno de los inspiradores del nacionalsocialismo, debía saberlo bien. Producto de esa naturaleza fáustica, el siglo XXI corre hacia su destrucción en pos del poder absoluto e inexistente... Pero el Fausto de Sokurov no se rinde. Perdido en el infierno, se rebela contra el Prestamista, se niega a cejar en su búsqueda, sus dudas internas: "Siempre es posible elegir. Incluso durante el terror de Stalin, la gente tenía elección. Siempre podían elegir entre traicionar o no traicionar", concluye el gran Sokurov.

Tentaciones fáusticas

Fausto ha constituido una peculiar tentación para muchos realizadores. En pleno apogeo de la UFA, Murnau realizó su Faust (1926, en la imagen), una de las más caras producciones de su tiempo. En 1967, Richard Coghill y Richard Burton adaptaron la obra de Marlowe, Doctor Faustus, a mayor gloria de Elizabeth Taylor. Brian De Palma combinó Fausto, Dorian Gray y el Fantasma de la Ópera en su extravagancia musical El Fantasma del Paraíso (1974), y el surrealista Jan Švankmajer utilizó animación, marionetas e imagen real para su Faust (1994), collage de citas y teatro popular. Pero las aproximaciones más psicotrópicas han sido españolas: la versión femenina, Faustina (1957) de Sáenz de Heredia; la fábula El extraño caso del doctor Fausto (1969), de Gonzalo Suárez; el Fausto 5.0 (2001) de la Fura dels Baus... y la delirante Faust (2000), de Yuzna, la versión en superhéroe de cómic. Tentaciones para todos los gustos.