Tonino Guerra. Foto: AFP



Son pocos los poetas del cine. Surgen muy de vez en cuando. Y cuando lo hacen, no siempre son reconocidos como deberían. Tonino Guerra (1920-2012, Santarcangelo di Romagna) era un poeta. Podemos sentir cómo trabaja el destino cuando abandona este mundo en el llamado Día Mundial de la Poesía. O en el primer día de la primavera. O apenas dos meses desde el fallecimiento de su querido amigo Theo Angelopoulos, para quien Guerra escribió el último de sus guiones: The Dust of Time (Trilogía II: I skoni tou hronou, 2008). El polvo del tiempo.



Desde sus versos, que escribía en dialecto romañolo (Italo Calvino dijo que dentro de cien años la gente aprendería el romañolo para poder leerle en su lengua original), o sus piezas teatrales, o sus pinturas o, por supuesto, sus guiones cinematográficos, la imaginería de Tonino Guerra casi siempre se basó en personas y pericipecias reales para encontrar su senda, donde las experiencias de la guerra ocuparon un lugar destacado, como si fuera su gran obsesión. "El hombre está dispuesto a destruirlo todo. Es un animal sin paz, un bicho tremendo que mide su fuerza destruyendo lo que le rodea", dijo en una entrevista para la revista de poesía La Dama Duende. Hasta su último suspiro en el pueblo que le vio nacer (Santarcangelo de Romagna, cerca de Rimini), su actividad fue incesante desde los años 50, fuera en la bulliciosa Roma o desde su retiro en las montañas de la Valmarrecia, el valle de su niñez.



Artista fundamental para la literatura y el cine italianos, era el hombre cuyos relatos estuvieron detrás de las revoluciones del cine moderno que emprendió el cine italiano cuando éste era el mejor cine del mundo, el que todos los autores cinematográficos del globo envidiaban (y copiaban) por su innovación formal, por su forma de sismografiar el estado del alma del hombre que surgió después de la II Guerra Mundial, y que según Adorno ya nunca volvería a ser el mismo porque la poesía había dejado de ser posible. A través de sus guiones podría relatarse la historia del post-neorrealismo y el cine moderno europeo. ¿Qué otra figura del cine mundial une las poéticas de Franceso Rosi, de Federico Fellini, de Michelangelo Antonioni, de los hermanos Taviani, de Angelopoulous...?



De entre los más bellos filmes memorialísticos, semi-autobiográficos, es preciso rescatar los recuerdos de los años de adolescencia que encontramos en Amarcord (1974), de Federico Fellini. El autor de Ocho y medio co-escribió el guión con Tonino Guerra (nominado al Oscar a Mejor Guión Original), adaptando de forma magistral los registros freudianos de la memoria, donde los recuerdos descansan de forma desordenada en el inconsciente. La complicidad de Fellini y Guerra parecía lógica, dado que nacieron en el mismo año y en la misma zona italiana de Rimini. Volverían a trabajar juntos en Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1985), esas películas de la última etapa de Fellini que evocan con poderosa melancolía la muerte del cine.



Pero ya antes de su primera colaboración con Fellini en Amarcord, Tonino Guerra se había ganado la reputación de guionista de prestigio, admirado internacionalmente. Responsable: Michelangelo Antonioni. Todas las películas que el autor italiano dirigió en los años sesenta, y que le reservaron un lugar de honor en el olimpo del cine moderno, llevan la firma de Tonino Guerra en el guión: la seminal, para tantas cosas, "Trilogía de la incomunicación" -La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse (1962)-, así como El desierto rojo (1964), Blow-Up (1967) y Zabriskie Point (1970). Este ramillete de obras maestras forman de hecho la primera fase de Guerra como guionista, surcada de ideología y política, pero testigo asimismo de cómo las formas del cine entraban en perfecta conjunción con la alienación, la fragmentación y la poética desesperada del hombre moderno.



Durante los años setenta, aparte de colaborar con Vittorio de Sica -Los girasoles (1970)- o Mario Monicelli -Caro Michele (1976)-, Guerra forjó una estrecha colaboración con Francesco Rosi, para quien escribió películas como Il Caso Mattei (1972), Lucky Luciano (1973), Excelentísimos cadáveres (1976) o Cristo se paró en Éboli (1979), entre otras.



Convertido en guionista de prestigio, cuyo solo nombre era capaz de reunir financiación para diversos proyectos, pondría su talento después al servicio de grandes autores como los hermanos Paolo y Vittorio Taviani -La noche de San Lorenzo (1982), Good Morning Babilonia (1987), El sol también sale de noche (1990), etc.- o el mismísimo Andrei Tarkovski, quien solicitó su colaboración para Nostalghia (1983), la memorable aventura italiana del ruso. Siguió colaborando con Rosi hasta su última película, La tregua (1997), incluyendo la adaptación que hicieron de la novela de Gabriel García Márquez Crónica de una muerte anunciada (1987), si bien a partir de los años ochenta encontró un nuevo cómplice en el griego Theo Angelopoulos, para quien firmaría a lo largo de tres décadas los libretos de películas como Viaje a Cythera (1984), El apicultor (1986), Paisajes en la niebla (1988), La mirada de Ulises (1995) o La eternidad y un día (1998).



Palabra de Tonino Guerra: "La única manera de vencer a la muerte es permanecer durante mucho tiempo en la memoria de los demás. Yo creo que todo lo que he escrito y he hecho en esta vida no tenía otro objetivo". Amen.



Tres poemas de Tonino Guerra



A mariposa

Contento, lo que se dice contento,

he estado muchas veces en la vida

pero más que ninguna cuando

me liberaron en Alemania

que me quedé mirando una mariposa

sin ganas de comérmela.




Mi casa en Pennabilli

Ahora vivo aquí arriba

en una casa de montaña

y paso el tiempo con las hojas secas

y las pongo en fila sobre un escalón;

o voy a tocar esos hilos de agua

que saltan por una grieta entre las piedras

donde las truchas se acurrucan al fresco

y Sivestro las coge con las manos

como hacen los gatos con las mariposas-

También me gusta hacer cuentas

con una aritmética elemental:

dos y dos cuatro seis y seis doce

si compras siete huevos y se te caen tres

al suelo, ¿cuántos te quedan?

O si no, trazo rayas en la arena

del patio, astas una tras otra

para recordar las piernas esbeltas

de otros tiempos y el aire

llno de luciérnagas y la bicicleta

y el tirachinas, las cometas

y allá abajo cada mes de agosto

el mar que estaba tumbado detrás de las montañas de arena

como un animal bueno

bajo las caricias del amo.

Por las tardes me siento a ver el valle

y la montaña al fondo

cn los sembrados que parecen trapos

tendidos al sol y las lindes

rojas de amapolas y puñados de casa

como nidos de golondrinas sobre la tierra

y la gente agachada trabajando

pequeña como polvo y yo sentdo

con todas estas cosas en los ojos

y la memoria que se ha vuelto blanca

y sobre esta sábana de vez en cuando pasa

la voz de mi pobre madre

y el olor de los membrillos

que ella guardaba encima del armario.




La muerte

Yo si pienso en la muerte

me muero de miedo

porque al morir se dejan demasiadas cosas

que después ya no vuelves a ver nunca más:

los amigos, los parientes, los árboles

del paseo que tienen ese olor

y toda la gente que has visto

aunque sea una sola vez.



Yo quisiera morirme en el invierno

mientras llueve

en uno de esos días que se hace de noche pronto

y por la calle los zapatos se te llenan de barro

y la gente se encierra en los cafés

alrededor de la estufa.