Image: Regreso a 'Cumbres borrascosas'

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Cine

Regreso a 'Cumbres borrascosas'

La cineasta británica Andrea Arnold realiza la adaptación más cruda y audaz de la novela de Emily Brontë

30 marzo, 2012 02:00

Los jóvenes Heathcliff y Cathy en Cumbres borrascosas.

A pesar de las numerosas adaptaciones existentes, la cineasta británica Andrea Arnold demuestra que todavía es posible acercarse a la novela de Emily Brontë con una nueva mirada. Más cruda, más audaz, más realista, su lectura de 'Cumbres borrascosas' nos propone un viaje casi físico a las emociones desgarradas de la novela.

Es infrecuente que alguien con apenas tres largometrajes en su haber ya sea sujeto de retrospectivas en festivales. Es el caso de la cineasta Andrea Arnold (Dartford, Kent, 1961), cuyo fulgurante impacto en el cine británico actual quizá sólo sea comparable, atendiendo a su corta filmografía, con los casos de Steve McQueen (Shame) y Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin). Desde que obtuviera el Oscar por su cortometraje Wasp (2004), la cineasta británica ha abierto una brecha en el circuito de festivales y ha sembrado tantos entusiasmos como rechazos en su paso por ellos. Sus dos primeras películas -el thriller de control social Red Road (2006) y el drama familiar de extrarradio Fish Tank (2009)- obtuvieron el premio del jurado en Cannes, mientras que su tercer filme, Cumbres borrascosas, que llega hoy a salas españolas, no sólo fue premiado en la última edición de Venecia (mejor fotografía), sino que sembró un caldeado debate entre la crítica, fuera purista o todo lo contrario.

¿Por qué llevar a la pantalla, de nuevo, una popular novela decimonónica que ya han adaptado cineastas como William Wyler, Luis Buñuel o Jacques Rivette, entre muchos otros? Es más, ¿por qué lo hace una autora que hasta hoy siempre ha escrito historias originales pegadas a la contemporaneidad? "Ni en un millón de años pensé que haría una adaptación -refuta Arnold-. De hecho, estoy en contra de ellas. Siempre he creído que la forma cinematográfica es totalmente distinta a la forma literaria". Sin embargo, cuenta que recibió un e-mail proponiéndole dirigir la película de la que ya se habían caído varios directores, y que "un instinto demente" le hizo responder que sí. "Ni siquiera he visto otras adaptaciones. Solo he tratado de encontrar mi propia relación con la novela. Quería hacer de ello algo muy íntimo". Así es: el guión de Arnold -coescrito con Olivia Hetreed-, aparte de recorrer la mitad de la novela, apunta directamente a su esencia, a la crudeza elemental de sus sentimientos: dolor, rabia y amor.

Sin academicismos

No son en todo caso los premios y retrospectivas lo que debe convencernos del talento de Arnold, ni tampoco su discutible inserción en la tradición de la escuela realista del cine británico, si bien ella se ha declarado en ocasiones deudora del cine experimental de Alan Clarke. Acaso lo más extraordinario de su cine es el modo en que éste ha ido depurándose y hallando su autenticidad, consolidando una mirada identificable que, irónica o curiosamente, se hace del todo evidente ahora que reintrepreta una archipopular obra literaria. Arnold despoja de todo rastro de academicismo y corsés formales a su lectura de la novela de Emily Brontë, y como en Fish Tank, también la cámara se mueve aquí de forma inestable, atenta a trozos de vida en bruto, creando una percepción en el espectador que le permite habitar la película, más que verla. Y mucho menos leerla. Por supuesto, descarta la voz de un narrador literario y el empleo de música. "Mis películas no son un viaje fácil y placentero -señala Arnold-. Creo que la gente atraviesa por una cierta experiencia física viéndolas. Después sienten que han experimentado algo".

De un modo ciertamente extraordinario, que recuerda a cómo la directora francesa Pascale Ferran adaptó El amante de Lady Chatterley en el 2007, Arnold busca una especie de efecto pre-literario en su filme, como si la novela nunca se hubiera escrito y ella narrara por primera vez el amor prohibido de Cathy y su hermano adoptivo Heathcliff. Filma una serie de eventos de forma cruda y ultra-realista, casi sin una articulación clara entre sí, pero a lo largo de las dos partes claramente diferenciadas del filme acaba conformando una penetrante epopeya social, histórica y, sobre todo, sentimental. Arnold apuesta así por un tratamiento de la imagen que busca conjugar en presente la épica romántica de Brontë, que a pesar de su carácter universal en cierto modo ha quedado momificada en el tiempo. Pero esa actualización no pasa por trasladar el relato a nuestros tiempos (eso sería demasiado pueril), sino a un lenguaje cinematográfico, a una percepción visual más acorde con nuestros días y el cine que le precede. La adaptación no es tanto de contenido como de formas.

Un entorno hostil

Los rústicos y empañados paisajes de Yorkshire, la oscuridad de una granja aislada en un entorno hostil, la mugre y el salvajismo de la vida agrícola y ganadera... Huyendo de cualquier alabanza de aldea, Arnold no ha subestimado la crudeza de las extremas condiciones de vida que retrata (como extremas son las emociones que convoca), sorteando ornamentos visuales, privilegiando los largos silencios, los gestos de violencia y los retratos de miseria para equilibrar la profusión descriptiva de la novela. Una dureza que se trasladó al rodaje del filme: "Sabíamos que era una localización difícil, pero no estábamos preparados para lo duro que finalmente fue", recuerda. Con una predilección por cierta estética del feísmo, el filme embauca así al espectador en una descripción atmosférica de encendidas rivalidades, de amores secretos y luchas de clase que tienen lugar a lo largo de los años en la granja de la familia Earnshaw. "Para mí el asunto clave del relato es la diferencia -sostiene la directora-. Me pregunto si la esencia del libro no era la propia Emily [Brontë] expresando y explorando su diferencia a través de Heathcliff. Creo que la novela es ella, que se sentía singular y diferente y algo aislada del mundo".

Otro gesto audaz de la adaptación de Arnold, precisamente para subrayar esa "diferencia" nuclear en su película, es que por primera vez en una adaptación cinematográfica Heathcliff es un personaje de color (interpretado tanto en su adolescencia como en su edad adulta por dos no-actores). "Es un asunto fundamental -dice la directora británica-, pero para mí era bastante claro en el libro que tenía la piel oscura. Creo que no hay dudas de que no era blanco. Esta diferencia era ciertamente importante para mí". De hecho, uno de los rasgos fundamentales del filme es el énfasis de los contrastes, presentes también en el retrato monolítico del pérfido Hindley y, sobre todo, en el insistente empleo de ráfagas de flashbacks que se apropian de la edad adulta de los amantes. Lástima que esa segunda parte del filme desfallezca considerablemente respecto a la primera, los febriles años de juventud.