Robert Guédiguian y la bondad de los pobres
El cineasta galo estrena hoy en nuestros cines Las nieves del Kilimanjaro, que ganó el Premio del Público en la Seminci
27 abril, 2012 02:00Jean-Pierre Darrousin y Ariane Ascaride en Las nieves del Kilimanjaro, de Robert Guédiguian.
El cineasta galo Robert Guédiguian obtuvo el premio del Público de la pasada Seminci con la conmovedora 'Las nieves del Kilimanjaro', que llega hoy a salas españolas. Inspirada en un poema de Victor Hugo, el filme se suma a una serie de propuestas cinematográficas que centran su atención en la solidaridad colectiva de la clase proletaria.
La visión idealizada que comparten todas estas películas es, en todo caso, más fuerte que todo aquello que las distancia. "La izquierda ha perdido la oportunidad de expresar su punto de vista -sostiene Guédiguian, sistemáticamente celebrado como el Ken Loach de la cinematografía francesa-, pero el cine aún puede ayudarnos a repensar el mundo, porque tiene la capacidad de cambiar las cosas". El autor de Las nieves del Kilimanjaro no se inspira en la novela homónima de Ernest Hemningway (el título está tomado de una chanson retro de Pascal Danel) sino en el poema Las pobres gentes de Victor Hugo. Una emotiva historia que reivindica el hermanamiento de las gentes más desfavorecidas, y con la que Guédiguian obtuvo el Premio del Público en la pasada Seminci de Valladolid.
Si Marcel Marx (André Wilms), el entrañable limpiabotas de El Havre, asumía con espontánea determinación el cuidado de un niño emigrante perseguido por la Policía; o la peluquera Samantha (Cécile de France) de El niño de la bicicleta acogía en su hogar al ladronzuelo Thomas, el líder sindical Michel que protagoniza el filme de Guédiguien asume junto a su mujer la contrariedad de tomar cuidado de los hermanos pequeños de un joven que asaltó su casa, les amordazó y les robó algo más que un sueño. "Se trata de un gesto moral, porque sólo desde lo moral podemos cambiar el sentido de la política", explica el cineasta francés, autor entre otras de Marius y Jeannette (1997), La ciudad está tranquila (2000) y Presidente Mitterand (2005), surgidas de las trincheras del cine de clases.
"Quería hacer una película que mi padre, que no es ningún intelectual (ni siquiera ha ido al colegio), pudiera comprender -afirma Guédiguian-. Mi película pertenece a un cine muy popular, con una narrativa muy clara y una historia que plantea un debate sincero sobre ideas de izquierda". Lo popular emerge mediante brotes de emoción y el constante apelo al arraigo familiar. El veterano director francés inscribe la lágrima en compases melodramáticos, en conmovedoras secuencias de imágenes que celebran la pertenencia a una comunidad que se descompone. En esta ocasión, Guédiguian se muestra al menos igual de inspirado que en sus mejores ficciones, alejándose con prudencia de los discursos dogmáticos por los que suele transitar su obra, abrazando un relato afectivo para retratar los nuevos códigos de honor en un mundo que agoniza bajo los dictados de la nueva economía.
Obviando sus convicciones políticas, el matrimonio de Michel (Jean-Pierre Darroussin) y Marie-Claire (Arianne Ascaride) comparte una suerte de complicidad amorosa que lo hace comparable al de Tom y Gerri en Another Year, de Mike Leigh. En la celebración de sus treinta años de matrimonio, coincidiendo con la prejubilación de Michel (que no ha querido aceptar los privilegios laborales de su condición sindical), amigos y familia les regalan el viejo sueño de un viaje al Kilimanjaro. Cierta noche, son asaltados en casa junto a unos amigos, y uno de los atacantes enmascarados se lleva consigo un ejemplar del cómic Spiderman, un objeto fetiche de la infancia de Michel. Días después, identificará a uno de sus asaltantes cuando un niño lee su cómic en el autobús. No deja de resultar irónico que uno de los iconos del imperio contra el que Guédiguian ha arrojado muchas de sus proclamas fílmicas se convierta en Las nieves del Kilimanjaro en un elemento narrativo determinante, en catalizador de emociones y de azares incontestables.
Es difícil determinar si hay más eficacia dramática que nostalgia ideológica en el trazado narrativo de Las nieves del Kilimanjaro, pero el primer gran acierto del filme pasa por transmutar su punto de vista de la víctima al agresor. En un movimiento sorprendente, la cámara desvía su atención de los itinerarios de Michel a los pasos de Christophe (Géorges Leprince-Ringuet), joven desempleado al cuidado de dos niños. Su drama personal despierta en Michel y Marie-Claire el sentimiento de culpa por la vida pequeño-burguesa que han construido para ellos. "Vemos a los personajes desde la perspectiva de los años -explica el cineasta-. Su aburguesamiento no les hace felices y sus años de lucha se han quedado en nada, porque todo aquello por lo que lucharon está siendo desmantelado". El filme conquista así la infrecuente virtud de poner en escena temas de naturaleza compleja mediante motivaciones psicológicas muy claras. Cuando los viejos modelos de solidaridad colectiva agonizan, cuando los jóvenes desempleados que antes leían a Marx (o al menos lo conocían) ahora votan a la derecha para que los emigrantes no les roben su trabajo, Guédiguian encuentra motivos de esperanza en la legendaria bondad de los pobres. O de los nuevos pobres.