Cristina Flutur, Cristian Mungiu, Cosmina Stratan. Foto: AFP

Cristian Mungiu ganó la Palma de Oro con una sórdida leyenda urbana en los años de Ceaucescu, un terrible drama en torno a las prácticas de aborto clandestinas en la Rumanía de los años ochenta. Cinco años después de la espeluznante 4 meses, 3 semanas y 2 días, el director rumano vuelve a competir en la Croisette con su tercer largometraje, Beyond the Hills. Esta vez lleva a la pantalla un relato encerrado en un convento de monjas ortodoxas, basado en hechos reales acontecidos en su país, y que debido a su trágico y morboso desenlace -carne cruda para el sensacionalismo- dio lugar a un extraordinario revuelo mediático y a varios betsellers literarios.



Mungiu sin embargo huye de cualquier efectismo, afronta con serenidad y riqueza de matices esta imposible y áspera historia de amistad entre dos jóvenes amigas -Alina siente un amor incondicional por Voichita, pero ésta ha encontrado el amor en Dios- con la firme voluntad de entender cómo pudo ocurrir lo que ocurrió, cómo las cosas se torcieron hasta tal extremo. Con toda su magnificencia y sobriedad, incluso con cierto boato academicista -que en algunos tramos recuerda a La cinta blanca de Haneke, también ganadora en Cannes-, pero con una coherencia interna aplastante, Beyond the Hills lleva hasta el extremo las sinrazones del amor incondicional y el fundamentalismo de la fe y la adoración divina. Una combinación letal.



Decía el crítico Alain Bergala que el arte que verdaderamente merece ser apreciado lleva implícito un factor de resistencia y tolerancia a la incomodidad por parte del espectador. La lógica narrativa de Beyond the Hills es más literaria que cinemática, de ahí que a lo largo de prácticamente noventa minutos el espectador se pregunte por qué la historia y los personajes no se definen, por qué es tan difícil y estéril preguntarse hacia dónde avanzan (o por qué apenas avanza), y qué quiere realmente contarnos Mungiu. A Mungiu le sobra talento para no aburrir, pero tampoco nos hace vibrar. La atmósfera de soterrada tensión, la promesa del conflicto, el carisma de Alina (Cristina Flutur), la calidad de las interpretaciones, la belleza de las imágenes y hasta el insólito contexto monacal -que remite sin embargo a obras maestras como Narciso negro (Powell y Pressburger, 1947) o Thérèse (Alain Cavalier, 1986)-, impiden que el espectador salga expulsado del filme, que acabe entregándose con cierta confianza a las inercias de su dilatado ritmo.



En el tramo final comprendemos por qué Mungiu ha preparado el terreno con minuciosidad obsesiva, por qué incurre en la redundancia y los tiempos muertos, por qué nos sumerge en el ambiente de disciplina y fanatismo religioso que con mano firme impone el Padre (Valeriu Andriuta) a la confraternidad de monjas. En su última hora, el filme toma un giro imprevisible y despeja de un plumazo todas las dudas, justifica el camino que hemos recorrido en ascuas para llegar ahí.



Si no fuera porque sabemos que los acontecimientos descritos -con necesaria y admirable neutralidad, huyendo de juicios y comentarios- ocurrieron realmente, juraríamos que Mungiu ha forzado la máquina más de la cuenta. Desconfiaríamos incuso de la verosimilitud de los hechos. Pero no. Aunque sin duda la película se habrá tomado varias licencias propias de una ficción, el grueso del relato, el mello del drama, es tan disparatado como verídico. Emerge entonces un contundente y atroz tratado sobre las formas de irracionalidad humana, sobre la manipulación del mal y la bondad, del amor y la superstición cuando son entendidos en determinados contextos culturales y educativos. Sospecho que Beyond the Hills es de esas películas que crecerán con los días (y quizá los años), que no se disfrutan tanto durante la experiencia del visionado como después, volviendo con el recuerdo a sus imágenes, preguntándonos de qué estamos hechos y qué clase de demonios nos habitan.



El 'western noir' de Hillcoat

La producción norteamericana Lawless, dirigida por el australiano John Hillcoat (el director de La carretera), también está basado en acontecimientos históricos de carácter extraordinario. El guión, escrito por el músico Nick Cave, traslada con potencia dramática y sagrado respeto a las reglas del cine clásico americano la historia de los hermanos Bondurant, destiladores y comerciantes de alcohol en Virginia durante la era de la Prohibición que se niegan a pagar el "impuesto" a las autoridades corruptas, encarnada por la mano dura del Fiscal del Estado, interpretado por un violento (y soberbio) Guy Pearce en antagonismo como un no menos soberbio (y violento) Tom Hardy. El filme tiene un pie puesto en las películas del oeste y el otro en el cine negro de gángsters, como si fuera una condensación de los grandes géneros americanos, en lo que podríamos denominar un 'western noir'.



El carácter aglutinador del violento relato de los hermanos Bondurant, de la sangrieta guerra que electrifica el filme a trompicones, permite a Hillcoat disponer a su antojo de los elementos estéticos y dramáticos más populares del cine americano, haciendo convivir en el mismo relato los mitos del oeste con los de los violentos años veinte en Chicago. Pero a pesar de la eficacia narrativa y de la energía que recorren determinadas secuencias (en contraste con momentos muy descuidados), sobre todo cuando la de Tom Hardy, de Jessica Chastain o de Mia Wasikowska (personajes femeninos realmente desaprovechados) ocupan la pantalla (y no el irritante afán protagónico de Shia LaBeouf), a Hillcoat le falta toda la audacia formal y las buenas ideas que había en su primer filme, el western fantasmagórico La proposición.



Las pinceladas históricas -el relato se sitúa en la era de la Depresión- no logran articular el carácter épico que demanda el contexto de la época, cuando las ametralladoras sustituyeron a los revólveres en la historia de la violencia americana. En este aspecto, la muy reivindicable Los Newton Boys (1998) de Richard Linklater es mucho más importante. Lawless es una película sobre hombres sin ley que sin embargo cumple todas las leyes del género, y que carece del lirismo y el aura de mitología con que un Clint Eastwood o un Michael Mann podrían haber sublimado la extraordinaria historia de los hermanos Bondurant.