Diane Keaton en una escena de ¡Por fin solos!



¡Por fin solos! es la nueva película de Lawrence Kasdan. Si recordamos que Kasdan ha entregrado títulos mayores como Fuego en el cuerpo (1981), Reencuentro (1983) o El turista accidental (1988) en principio uno debería pensar que hay que estar de enhorabuena. Además, Kasdan no rueda desde hace la friolera de diez años, El cazador de sueños, de la que tengo el vago recuerdo de que la encontré lejos de las mejores gestas del director. Uno podría pensar que el cineasta ha pasado la última década pergeñando una obra maestra y que su regreso sería a lo grande. La realidad, sin embargo, es que ¡Por fin solos! está a tono con la puerilidad del título. Es una película no mala, es terrible, y te quedas pasmado al comprobar como un grupo de actores tan sobresalientes como Diane Keaton, protagonista, Kevin Kline, Richard Jerkins o Dianne Wiest participan en una película tan floja y con tan poca sustancia.



El filme parte de una premisa casi tan banal como todo lo demás. Una pareja de venerables y adinerados veteranos, Keaton y Kline, se enfrentan a ese momento tan arquetípico del cine americano que es cuando el hijo se va a la universidad (a los 18 años, en España los padres no tienen ese problema) y la madre, tras una larga vida de sacrificios y entrega a los retoños tiene que aguantar al marido y encontrar algo que hacer. Así a bote pronto, sucede en Lo que la verdad esconde o en Los chicos están bien, donde se explica mucho mejor. Al caso. Solos, ¡por fin!, Kline, un médico obsesionado con su trabajo, y Keaton, una señora obsesionada con sus hijos, sustituyen a los críos por un perro que encuentran en la carretera. Un fin de semana en el campo, compartido con una hermana, su dudoso nuevo novio, el hijo de ésta y sobre todo una asistenta de origen gitano con visiones premonitorias, se verá truncado cuando el perro desaparezca.



A partir de este nimio accidente, que la película trata como si fuera una tragedia tan gigantesca para la protagonista como la guerra de Iraq o el conflicto de los Balcanes, Kasdan pretende realizar una suerte de comedia amable de costumbres en la naturaleza, al estilo de aquella Una partida de campo, de Renoir, o Una comedia sexual de una noche de verano, de Woody Allen, en las que los fulgores del campo se confuden con la confusión de los personajes. Kasdan se queda muy lejos. A uno le importa un bledo si el perro aparece o no aparece y causa cierto sonrojo estar viendo una película que trata semejante tema. Los diálogos son banales, las situaciones supuestamente bufonescas o rocambolescas no funcionan y todo está plagado de tópicos. Kasdan ha querido hacer una película simpática pero emocionante sobre ese momento de la vida en el que uno se da cuenta de que se está haciendo viejo pero trata el tema con la misma profundidad que Saber vivir, por poner un ejemplo.



Hay algún destello en la oscuridad. El personaje de Jerkins es genuinamente gracioso aunque no queda muy claro si lo es a pesar de Kasdan ya que es un actor fabuloso. Keaton está estupenda pase lo que pase y es increíble cómo convierte su muy poco interesante personaje en uno pasable gracias a su talento. Hay poco más o no lo recuerdo. ¡Por fin solos! está llena de momentos lamentables como ese en el que Klein le dice a su mujer que odiaría morirse sin decirle que ¡ha sido buena madre! Las visiones y paranoias de la atractiva asistenta gitana se acercan, por momentos, incluso a lo racista. La bonomía y el retrato amable de esa "buena gente de América", que Kasdan sí lograba en Mumford, resulta esta vez irritante y cae de lleno en un sentimentalismo autoindulgente.